Luna loba.

«Cuando te miro a los ojos
Cuando te siento a mi lado
Cuando te veo marchar
Yo tengo celos, tengo celos»

Daniela Romo

Se siente feo que te corten. Se siente mejor cortar. Y pues hoy me tocó cortar a Amanda. Empecé a darme cuenta que en realidad nuestra relación era un poquito tóxica, amén de que es bastante celosa y yo ya me cansé de las escenas por el más mínimo detalle. No creo que me siga aunque cometí el error de decirle a dónde iba.

Noche de verano, luna llena sobre la carretera desierta. Mi coche devorando el camino sin contratiempos; se avecina un cambio de paisaje, empiezan leves arbustos seguidos por árboles pequeños, finalmente la espesura de un bosque que oculta con sus copas la luna. Trepando por la ladera de aquella montaña y serpenteando por la tranquila vía, me deslizo con los faros de niebla encendidos a buena velocidad. Una repentina aparición me hace aplicar los frenos hasta el fondo. Por fortuna me detengo fuera del bloqueado camino, me sobrepongo a la impresión y trato de recuperar el aliento. Mi cinturón evitó un buen golpe. Silencio envuelto en una lenta y cada vez más espesa neblina.

En medio de la noche y del camino me encuentro un extraño accidente de carretera. Un auto deportivo del año, blanco y con anterioridad impecable, yace con los neumáticos al aire y la puerta del conductor abierta. Los faros aún están encendidos y el motor también. No veo sangre, ni heridos ni muertos. Un extraño escalofrío recorre mi nuca. No puedo pasar y no tengo la menor intención de regresar. Prendo las luces intermitentes aunque yo sé que no pasará nadie, casi cuatro horas de camino sin toparme con vehículo alguno me dan esa seguridad. Me deshago del cinturón, abro lentamente la puerta de mi coche, siento el frío aire del bosque, el silencio se espesa aun más. Una canción vieja suena quedamente en el radio del auto accidentado «Celoso» de Roberto Luti. Con cautela me asomo al interior esperando encontrar sorpresas desagradables.
Nada. El interior esté limpio, huele a coche nuevo. El asiento trasero aún conserva los plásticos de la agencia. Rodeo el vehículo y paso por la parte de atrás, el escape humea imperceptiblemente, motor nuevecito. Llego a la puerta del pasajero, me pongo en cuclillas y la abro, nada. Volteo hacia la orilla del camino aun con la esperanza de encontrar a alguien quejándose o, en el peor de los casos, ya muerto. De nuevo ese escalofrío tras la sensación de sentirse observado. Me reprimo yo mismo y desecho miedos infantiles. Introduzco la mitad de mi cuerpo al interior del auto buscando las llaves para apagarlo. Un ligero movimiento de la muñeca y listo, el auto y la radio guardan silencio. Las luces quedan encendidas y no alcanzo el interruptor. Tendré que rodear el coche de nuevo. Me pongo en pie y empiezo a caminar hacia el frente del auto cuando me sorprende la presencia de una guapa mujer iluminada por los faros del auto. No sé de dónde salió o desde cuándo estaba ahí.

Una niebla aún más espesa empieza a brotar del bosque, se le acerca sobre la espalda, la envuelve y casi no la veo. Avanzan juntas.
—¡Hola!
—¿Estás bien? —me parece recordar que logré preguntarle.
—¿Por qué no habría de estarlo?
Y vaya que sí lo estaba, entallada en un apretado vestido rojo que resaltaba toda su figura con un atrevido escote y una abertura en el vestido a lo largo de su pierna firme y casi pálida…
—¿Ya te diste cuenta? —me sorprendió la pregunta.
—Eh, perdón, ¿de… qué?
Rió con ganas.
—De que estoy… bien… —esa pausa… esos labios— …buena —dejó deslizar las palabras con un tono tan…
—Sí —me sobrepuse a la situación y contesté—, precisamente era lo que estaba constatando.
—¿Y… bien?
—¿Qué le pasó a tu coche? ¿No estás herida?
—A caso me veo herida de algún lado —preguntó mientras se acercaba más de lo prudentemente cortés. Las luces del auto dejaban ver su silueta a través del vestido. El vestido dejaba ver su cuerpo a pesar del mismo.
—Creo que no, no te ves herida pero entonces… ¿qué pasó? ¿Por qué estás aquí?
—Qué importa… —dijo casi en un susurro mientras me empujaba contra su coche.
—No, no… realmente no importa —y verdaderamente no importaba, esa luna enorme de tonos anaranjados me hacían sentir de una manera rara pero el calor de su aliento en mi cuello y su ceñido cuerpo recargado contra el mío, me hicieron olvidar la extraña circunstancia en que me encontraba.

Hacer el amor en el techo de un coche, es decir, por dentro, por fuera ya lo había hecho, no es algo que se ejecute muy frecuentemente y mucho menos con una mujer así. ¿Hacer el amor, dije? Bueno, no lo llamaría de esa manera exactamente, fue más bien algo como un juego erótico. Sí, eso, no pasó de ahí. Me tiró en el techo del auto, por dentro, caí sobre la lamparita del mismo y casi la rompo, me acomodé y ella se acomodó sobre mí, la abracé y repentinamente me pareció que su vestido se esfumaba, sentía su piel en mis manos y su aliento en mi cuello. La niebla envolviéndolo todo. Recorrí su espalda de la cintura hacia arriba pero algo me pareció extraño, al principio pensé que eran sus omóplatos pero los sentí demasiado prominentes; no quise detenerme mucho ahí, flacas hay muchas, así que reinicié el viaje en dirección contraria, hacia su cintura y me topé con una franja de piel de algún animal, es decir con pelo y todo eso, no creo que Victoria´s Secret se atreva a tanto. Francamente me sacó de concentración, regresé hacia la espalda alta y me topé ahora con unas alas ásperas y secas, le habían crecido descomunalmente, hasta alcanzar los asientos del auto, ella seguía, mmh… inspirada; pienso que eso hacía que su cabello pasara de un negro sedoso a un verde erizado. En serio me asusté, pero no me podía liberar, la tenía encima. Miré por la ventanilla del auto que quedaba sobre mi cabeza y vi pasar un caballo. Esta mujer realmente me estaba dando miedito, pensé que era una especie de vampiro o algo así, no quería separarse de mi cuello, empezó a deslizarse hacia abajo, me preparaba para algo agradable pero me extrañó que se detuviera a la altura de mi ombligo y ahí se quedara mucho tiempo haciendo malabares con su lengua. Bien raro.

De nuevo alcancé a ver las patas de un caballo, lo extraño era que sólo veía un par, no dos pares como sería lo usual. Sentí un golpe seco en el auto. Pensé que era el burro o mula que había visto pasar. O tal vez un fauno, a estas alturas ya no entendía nada. Entre los insistentes besos y lengueteadas en mi ombligo y las patadas al coche una especie de aullido mezclado con mugido me regreso a la realidad. Bueno, si a eso se le podría llamar de esa manera.
—Y tú… ¿ya mero terminas? —rugió una voz fuera del auto…
—Ya voy, mi amor —contestó la… mujer que me acompañaba en el interior del vehiculo.
—Pues apúrate, ya tengo hambre… —contestó el… el… lo que fuera, con una patada al auto que lo hizo girar lentamente sobre sí mismo. Ella se deslizó hacia el exterior y lo enfrentó.
—¡Oye! Ya cálmate, estoy preparado la cena y tú sales con tus prisas… —dijo tratando de aplacarse el pelo.
Como pude yo también salí, me puse en pie y vi aquellos extraños seres, tenían un par de patas como de caballos y se paraban sobre ellas, el torso podría decirse que era humano pero la espalda la coronaba un par de grandes y ásperas alas, como de murciélago, la cabeza era más o menos normal salvo por el cabello erizado y color verde en ella y violeta en él. Los colmillitos que asomaban de sus bocas no inspiraban miedo pero era desconcertante verlos ahí. Ya de pie quise pasar desapercibido despidiéndome educadamente.
—Ejem, ejem, disculpen creo que esto es una pelea conyugal así que será mejor que me retire. Yo la verdad no quisie…

El tipo extendió su ala derecha y con la garra que tenía justo en la mitad del borde superior de ella me asió con fuerza el hombro y me dijo: ¡sssshhhhhh!
—¿Y a esto le llamas cena? —se dirigió a ella señalándome a mí.
—Fue lo que cayó, ¿qué quieres? —se cruzó de brazos y retrajo sus alas.
—¿Y por qué tardabas tanto con… esto? —me sentí plato de segunda mesa mientras veía que le tipo me sacaba la lengua. Pero que pe…
—Estaba algo… tenso y traté de suavizarlo un poco….
—Mira que estabas logrando justo lo contrario… —empecé a defenderme pero ambos me hicieron callar con un sonido sibliante que recordaba al que hacen las serpientes. Sí, me callé.

Mientras ellos discutían como toda pareja, que me lo digan a mí, decidí ir a revisar los daños en mi auto. Este alcanzó a golpear un pino con la polvera derecha, el faro estaba destrozado pero al parecer no pasó a mayores. Subí al coche para ver si encendía y buscar mi celular. Ella estaba dentro. Ni se te ocurra irte, en seguida regreso contigo y… paf. Desapareció. Sí, así sin más desapareció. Creo que ya debería estarme acostumbrando a esto.

Apenas había señal y se me ocurrió aprovecharla para asomarme al gps y ver si de casualidad Amanda no había tenido la genial idea de venir tras de mí. Bingo. Sí se le ocurrió. No tardaría en llegar más de diez minutos. Le llamé para advertirle.

«En serio, Ángel, ¿crees que me voy a tragar el cuento de los seres alados en medio de la carrtera? Si no quieres nada ya dímelo. Pues ya te lo dije por eso estoy aquí y tú deberías quedarte allá. No mientas, de seguro estás con alguna de tus amigotas lagartonas y por eso no quieres que te alcance. Es en serio, es mejor que te regreses y no vengas, no sé qué pueda pasar. ¿Ves, lo ves? Siempre me quieres sacar de tu vida. Sí, esa es la idea. Sabes que no podrás encontrar a alguien como yo. Sí, también esa es la idea. Te odio. Ya lo sabía. Pero te amo. Eso no lo sabía pero tampoco te creo. Oye te dejo porque ahí viene la caballona. ¿Ves? Ya me estás poniendo el cuerno con otra mujer, pero ya verá ella al rato que llegue cont…» Bye.

—¿Qué pasa? —le pregunté a mi nueva mejor amiga.
—Nos enojamos.
—Nembre, ¿en serio? Bien pinche raro, si eso casi no pasa.
—No te burles —me dijo con lo ojos llorozos.
—No me burlo pero… ¿ya me puedo ir?
—No puedes, eres la cena.

Me explicó que en los de su especie las hembras son las que consiguen el alimento, sí, sí, si no te cumplen con lo de la pensión alimenticia de seguro vas a decir tú también «nembre, ¿en serio?», bueno, decía: normalmente comen animales silvestres pero hoy, como es su aniversario a él se le antojó carne humana; el problema es que piensa que conmigo se quedará con hambre. Hay que agradecerle a la alberca que nos deja ser low carb y bajo en grasas.
—¿Y luego? —pregunté.
—Pues no sé, ya hemos pedido entregas a domicilio con las aplicaciones pero la verdad los repartidores ya no quieren venir, por lo general son carne magra amén de que ya no sabemos qué hacer con tanta motocicleta.
Tuve una perversilla idea. —Y… ¿como de cuántos kilos más o menos estamos hablando?
—Pues no sé, unos cien, ciento diez para los dos. Preferentemente con grasita.
Sí, la idea cobraba vida cabrona en mi cabeza —¿Qué te parecen ciento treinta y de postre  dos perros pugs bien cebaditos?
—Se me antoja pero… ¿a cambio de qué?
—De que me dejen ir y… ¿que tal el BMW que atravesaron en el camino?
—Me agrada la idea. ¿Y cuánto tiempo tardaría en llegar la cena?
Consulté el GPS, estábamos parados justo en medio del camino cuando las luces del Beetle rosa descapotable rompieron la espesa niebla.
—Nada, ya llegó.
Predeciblemente la sorpresa, el coraje y el susto son malos elementos para tomar decisiones al volante. Con un estruendoso rechinar de llantas el bochito fue y se estampó justo en la parte trasera de mi auto dejándolo hecho un acordeón.

Fui, le tome el pulso, nada. La cena está servida, anuncié, sesos de aperitivo. El tipo se apareció justo a mi lado mientras dejábamos a Amanda prensada en su asiento, en realidad no había nada que hacer. Lo juro, no me mires así. El tipo me volvió a sacar la lengua, era enorme, y verde. Si quieres postre se llaman Cupido y Deimos, ve por ellos ya que no traían cinturón y salieron disparados hacia el bosque. Me hizo caso mientras se largaba sacándome, otra vez, la lengua. Lo imité y se carcajeó mientras se perdía en la espesura del bosque persiguiendo el postre.

Ella apareció a mi lado, creo que ya me estaba acostumbrado a ello. Tus llaves. El auto blanco estaba sobre sus cuatro llantas flamante esperando por mí.
—Gracias por salvar mi noche —me dijo en realidad agradecida.
—De nada —dije mientras enciendía el auto—. Oye, por cierto ¿por qué tu vatirri se pasa la vida sacándome la lengua?
Pareció apenarse, se animó y me dijo «En realidad nuestros órganos reproductores son las lenguas y los ombligos».
—Entonceeeeerrrr por eso… —empecé a atar cabos— ¿se reía cuando yo le sacaba la lengua?
—Escapa antes de que venga, tal vez corretear el postre le dé más hambre.

Le obedecí. Y ya fuera del bosque y de la niebla, bajo la luz de la luna, me sentí un poco extraño mientras sentía aún húmedo mi ombliguito. Y ya, en realidad no quise pensar nada más en eso ni contárselo a nadie. ¿Quién me va a creer? Además la lengua no la tengo tan chiquita.

Daniela Romo sonaba en el Spoty del auto nuevecito.

Samuel Carvajal

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