Sé, por el agrandamiento de tus pupilas, que tu mirada viaja por las curvas de mis piernas. Las altas botas rojas, el oscuro pelo corto, mi bicolor traje ceñido que pone a tu alcance la magnificencia de mis pechos. Sí, noto el agrandamiento de tu deseo y algunas cosas más.
No te emociones, papito, que soy tu castigo, no tu premio ni tu consolación. ¿Dominatriz? No exactamente.
A mi espalda, la escotilla de la nave te deja ver la luna que acompaña a tu planeta. Lugar de bestias como tú. No entendieron y creo que nunca entenderán. Suave tu cabello. ¿A caso pensaste que los arcaicos tiempos donde ustedes se sentían amos y señores continúan hasta hoy? Barba de tres días. ¿Soñaste con tomar lo que no te pertenece sólo porque tenías antojo? Marcados pectorales. ¿Que tu sexo fuerte somete a mi sexo débil? Mírate, esposado al techo y al suelo, pequeño hombre de Vitruvio.
Con tu permiso, o mejor: sin él, te quito la camisa, te deshago los pantalones. Hay que reconocerlo, tienes buen cuerpo, de lo demás no te sientas tan superior que he conocido lugares más lejanos. ¿Te das cuenta que mi sudor deja traslucir mis pezones? Pobre, no puedes hablar porque no te lo permito. Siente mi aliento en tu cuello, así, así… Sabes a alcohol salado. Los satélites azules suelen ser siempre dolorosos, ¿cierto?
¿Pensaste que alargaría tu lista de trofeos porque me viste tan coqueta como solitaria, en un lugar equivocado a deshoras también equivocadas? Mi perfecto dominio de las bebidas espirituosas y mi detector de sustancias adulteradoras me dejó seguirte el juego. ¿Recuerdas mi nombre? ¿Para qué, verdad? Si en tus planes no estaba volverme a ver. Origami, mi rey, Origami te dije que me llamaba. «Te acompaño a que tomes un taxi…» mientras tratabas torpemente de meter mano por donde yo te dejara.
¿Te gustan los juguetes? Con tu suave aliento dipsómano inquiriste ya en el vehículo al que me subiste a la fuerza. Debías estar en ese perfecto equilibrio de euforia pero sin perder el control. Te regreso la pregunta: ¿Te gustan los juguetes, querido? Acepto que parece un arma, una pistolita de rayos láser de alguna perdida película de serie B. ¿Te gusta, nene?
Al abordar el taxi, acuérdate, te perdiste en mi escote y no sentiste la aceleración. Mientras yo jugaba a ser tu presa que ofrecía una no tan suave resistencia, tú te excitabas más por ello y te sentías seguro de ser guiado por tu supuesto cómplice conductor. Moretones en mis muslos, qué le vamos a hacer. Mi transporte, perfectamente camuflado como las antiguallas de tu mundo incluyendo chofer, nos trajo hasta acá. Al lugar de tu castigo.
¿Qué pasa? ¿La grandeza de la hombría se ha desvanecido? ¿Suaves e inertes tus pequeños mundos ahora? Vaya, quién diría. No, no le temas, no hay que cercenar nada, así tendría todo explicación y encontrarías resignación, y no queremos eso. Qué lindo te ves sudando y jadeando. Así querías estar, ¿o no, bebé?
¿Puedes apreciar la puntita de la pistola? ¿Un pequeñito glande y una capa protectora? Bien, adivinaste bien. Qué lindos ojos verdes, y qué pupilas tan grandes, mi amor. ¿Qué? ¿Fui muy brusca? Perdón, corazón, no te quise lastimar. Ya, ya pasó, cariño, la castración química funciona mejor si se aplica cerca de tu puntito «G». Y no te apures, aunque lo cuentes nunca nadie te va a creer. A las víctimas nunca nadie les cree. Ah, y tampoco te preocupes, yo soy toda una dama y te voy a llevar a la puerta de tu casa después de este paseo casi a la velocidad de la luz. ¿Qué? ¿Eso tampoco te lo van a creer? Pobre caballerito abducido. Por cierto ¿cómo me dijiste que te llamabas?
Samuel Carvajal