La voz de la estrella

𝘈 𝘵𝘶𝘴 𝘱𝘪𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘴𝘪𝘨𝘪𝘭𝘰, 𝘦𝘴𝘢 𝘨𝘦𝘰𝘮𝘦𝘵𝘳í𝘢 𝘰𝘣𝘭𝘪𝘤𝘶𝘢 𝘥𝘦 𝘪𝘯𝘤𝘰𝘳𝘥𝘪𝘢𝘥𝘢𝘴 𝘤𝘦𝘯𝘵𝘶𝘳𝘪𝘢𝘴, 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘦 𝘣𝘢𝘫𝘰 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘳𝘯𝘦𝘳𝘰.

No le fue difícil convencerlo para que tomaran un paseo. La negrura de la noche era un vacío habitado, y por encima de la luna, una estrella dominaba los cielos.
—¿La puedes ver? Es Deneb Algedi… —dijo el devoto.
—Es increíble…, ¿que es eso de ahí?

𝘌𝘭 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘱𝘰 𝘩𝘢 𝘥𝘦 𝘤𝘢𝘭𝘻𝘢𝘳 𝘦𝘯 𝘤𝘢𝘥𝘢 á𝘯𝘨𝘶𝘭𝘰, 𝘦𝘴𝘰 𝘱𝘦𝘳𝘮𝘪𝘵𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘵𝘰𝘨𝘳𝘢fía 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘯𝘦 𝘥𝘦𝘫𝘦 𝘢𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘶𝘣𝘪𝘦𝘳𝘵𝘰 𝘦𝘭 𝘮𝘦𝘯𝘴𝘢𝘫𝘦; 𝘯𝘰 𝘮á𝘴 𝘮𝘶𝘳𝘮𝘶𝘳𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘦𝘭 𝘤𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘰𝘴𝘤𝘶𝘳𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘳𝘦𝘭𝘭𝘢𝘴. 𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘴𝘮𝘰𝘴 𝘺𝘢𝘤𝘦 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘯𝘦.

Lo más difícil fue atestiguar cómo la mirada se ennegrecía con la sangre, los gritos los contuvo con la mordaza, luego sobrevino el silencio; silencio era escuchar al corazón quebrar los huesos.

𝘙𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘦 é𝘭 𝘴𝘢𝘭𝘥𝘳á 𝘦𝘭 𝘧𝘳𝘶𝘵𝘰, 𝘦𝘯𝘥𝘦𝘣𝘭𝘦, 𝘧𝘪𝘯𝘪𝘵𝘰, 𝘥𝘦𝘭 𝘵𝘶𝘺𝘰 𝘦𝘮𝘢𝘯𝘢𝘳á 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥, 𝘥𝘰𝘭𝘰𝘳𝘰𝘴𝘢 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥; 𝘭𝘢 𝘭𝘢𝘳𝘷𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘢 𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰.

Cayó junto al cadáver, retorciéndose por el horror y sufrimiento de que su cuerpo se desollaba lentamente.

—…Lar…va… —logró decir entre gritos, y se elevó hasta que contempló la sonrisa torcida del muerto que lo observaba desde el sigilo.

𝘊𝘳𝘶𝘻𝘢𝘳á𝘴 𝘦𝘭 𝘶𝘮𝘣𝘳𝘢𝘭, 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘢 𝘶𝘯 𝘭𝘢𝘥𝘰 𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘮𝘪𝘯𝘪𝘴𝘤𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘦ñ𝘰. 𝘛𝘶 𝘥𝘦𝘣𝘪𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥, 𝘭𝘢 𝘦𝘯𝘧𝘦𝘳𝘮𝘦𝘥𝘢𝘥, 𝘩𝘢𝘣𝘳á𝘯 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦, 𝘱𝘰𝘳 𝘧𝘪𝘯 𝘴𝘢𝘣𝘳á𝘴 𝘲𝘶é 𝘦𝘴 𝘭𝘰 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢𝘣𝘭𝘦, 𝘢𝘲𝘶í 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘴 𝘩𝘰𝘺.

El árbol de carne que nació del plexo solar alcanzó la tierra y se extendió más allá de los cielos de brea; en cada rama, la corteza, en las tristes hojas carmín, se encontraban las orejas, el sexo, la boca, la palma, el cuerpo que fue el devoto.

…y una larva de ojos negros subió por el árbol, siguiendo la voz de una estrella que alumbraba la adormitada ignorancia del mundo.

 

 

Alex Escobar

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