Versus – La piel fría

«El que lucha con monstruos debe tener cuidado para no resultar él un monstruo.
Y si mucho miras a un abismo, el abismo concluirá por mirar dentro de ti»
Friedrich Nietzsche

¡Ah de la goleta, marineros! Hoy la mar turquesa está en aparente calma, el oleaje azota las pedregosas costas convirtiendo la roca oscura en arena negra, y nos dispondremos a reseñar la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Albert Sánchez Piñol.

Es el final del verano austral de 1914: El archiduque Franz Ferdinand ha sido asesinado, iniciando así la Primera Guerra Mundial. Pero mientras esto ocurre, allende el mar un drama secreto comienza a desarrollarse en una remota isla, por debajo del Trópico de Capricornio. La historia comienza con la llegada de un nuevo oficial de aires y vientos, responsable de la estación meteorológica de la isla. El protagonista, de quien no sabemos su nombre, viene a relevar a un tal Aldor Vigeland. El único habitante de la isla, el farero Guner, explica que aquel murió de tifus. Tras un primer encuentro bastante hosco, el oficial de relevo se acomoda en la cabaña de la isla, dejando solo al farero. Al caer la noche un ruido en su entrada inquieta al recién llegado. El horror comienza pronto cuando una mano palmeada y gris tantea por debajo de la puerta. Presa del miedo su respuesta inmediata es herirla y refugiarse en el sótano mientras espía por un agujero lo que ocurre. Un ojo inhumano de dos párpados le devuelve la mirada y de nuevo, el reacciona apuñalándolo. Gruñidos, rugidos y golpes en el interior de la cabaña aterrorizan al oficial hasta el amanecer. Una vez que el sol sale, se encuentra con extrañas huellas en la arena, sangre y la urgente necesidad de hablar con el farero… quien no está realmente solo: una criatura anfibia, de piel fría, dientes afilados y sin pelo, le sale al encuentro. Se trata de una hembra a la que Guner considera su mascota (y en sus ratos de ocio, su amante) por lo que el misterio de la isla es explicado: en sus costas viven infinidad de seres que noche tras noche salen para atacar el faro, y Guner se ha dedicado a matarlas durante muchísimas noches en aquella isla por la que rara vez cruza embarcación alguna.

A cambio de su sobrevivencia Guner no sólo le pide al oficial café, alcohol y chocolate; sino que lo ayude a defender aquella atalaya en el fin del mundo. Y bajo las estrellas y el canto de aquella hembra anfibia, que al parecer atrae a los suyos, el recién llegado debe enfrentar a las hordas de criaturas junto a Guner. Pero es demasiado para el tipo, quien se acobarda en su segunda noche en la isla y se refugia al interior del faro dejando solo a Guner. Con razonable ira, el farero le reclama y le da una segunda oportunidad, haciéndolo además que traiga agua y cocine. Pronto los dos se encuentran en una extraña rutina, en la que algunas noches le pegan tiros a las criaturas, y en otras esperan sin que ninguna aparezca.

Con el paso de las semanas, el protagonista se cuestiona qué pasó realmente con Aldor Vigeland, quien dejó la fotografía de su esposa y algunas notas sobre las criaturas; después comienza a descubrir que aquellos seres son mucho más humanos de lo que Guner quiere aceptar, e incluso llega a darle un nombre a la hembra anfibia (Aneris, nombre de la diosa griega de la armonía y el acuerdo), percibiendo que los círculos de piedra en la playa y algunos ornamentos hechos de hueso, son muestras de inteligencia.

Tras descubrir una lancha de un naufragio y una escafandra, el oficial propone un audaz plan con el que tal vez puedan terminar aquella guerra interespecies: sumergirse y buscar el cargamento de dinamita que llevaba el barco, antes de que termine el otoño y el oscuro invierno polar los alcance.

La cinta es ágil y no tiene empacho en mostrarnos a las criaturas desde los primeros minutos. No es un misterio la naturaleza parcialmente humana que poseen; sin embargo lo que en realidad se mantiene oculto es la suerte que corrió el antiguo oficial, mientras nos sumergimos en la lucha interna de un hombre por alejarse de sus semejantes, en un vano esfuerzo por aislarse incluso de su propia humanidad. En «La Piel Fría» es más sencillo escapar de los filosos dientes de los cara-de-sapo que nadan bajo las olas, que del tormento de un pasado que sigue vivo día tras día en el corazón de la humanidad, mismo que a veces puede ser más inhumano que el de los peces.

Dirgida por Xavier Gens, la cinta es disfrutable tanto como un «monster flick«, tanto como una breve introspección del aislamiento; la música de Víctor Reyes acompaña a las imágenes y  se disfruta en los momentos de paz, y de tensión, que se desarrollan durante casi dos horas.

Para quienes gocen de una talasofilia, o sufran de talasofobia; esta película resultará bastante entretenida, para mirarla durante una tarde lluviosa.

¡Qué el viento sea ligero y que el mar nos abrace!

Abraham Martínez

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