Se solicita muerte

Pasaban de las cinco de la mañana y la gran ciudad empezaba a clarear poco a poco, a lo lejos los primeros ruidillos de autos comenzaban a ser audibles, cientos de personas salían ya de entre las entrañas de la mojada urbe, las pequeñas gotas de lluvia que aún caían dibujaban un panorama melancólico, pero a pesar de eso, aquella mañana parecía ser como muchas más. Pero no era así, había algo que hacia diferente esa mañana lluviosa de agosto.

En los noticieros matutinos, en las redes sociales y en las pláticas entre transeúntes, sólo se hablaba de eso, la ciudad estaba absorta, expectante y curiosa ante un misterioso anuncio que había aparecido en los grandes diarios de circulación nacional, y el anuncio decía así:

«Se solicita Muerte.
Después de miles de años, y de deambular etérea por el mundo, recogiendo almas en infortunio que se cuentan por miles al día, he decidido renunciar a ser La Muerte. Sí, así como se lee, desde hoy y hasta que encuentre alguien que pueda con la tarea, que tenga deseos de ser mi mortífero remplazo, no habrá muerte en el mundo.
Este anuncio tiene solamente el firme propósito de ponerlos sobre alerta».

El anuncio no estaba firmado, las redacciones de los grandes diarios estaban perplejas, nadie sabía cómo había llegado esa nota y nadie recordaba haberla recibido, ni redactado.

Pero la sorpresa iba en aumento conforme los minutos avanzaban, la misma nota había aparecido en todos los diarios del mundo, y en todos los idiomas existentes, el planeta entero estaba hablando de eso, nadie sabía nada, comenzaba a sentirse tensión en el ambiente. El caos comenzó cuando se dio la noticia de un hombre de negocios que sufrió un asalto en las inmediaciones de la gran manzana, la ciudad de Nueva York, y al resistirse recibió trece disparos, incluidos uno en el corazón y uno en la cabeza, pero aquel hombre estaba vivo; en Pakistán una bomba había explotado en una escuela y había dejado cientos de heridos, pero ningún muerto; en Dubái un multimillonario deprimido saltó de su edificio de ciento veinte pisos, pero sólo sufrió rasguños y una fractura.

Las noticias de sobrevivientes a catástrofes, choques, incendios, intentos de asesinato y ahogamientos, comenzaron a llegar por miles, los hospitales empezaron a abarrotarse y las camas eran insuficientes, las cifras de heridos iban en aumento vertiginosamente peligroso. Algo era certero: la muerte se había erradicado del planeta.

A través de las redes sociales no se hicieron esperar videos que se viralizaron en cuestión de horas, en los cuales cientos de jóvenes jugaban a poner en riesgo sus vidas, a sabiendas de que no podían morir.

Cuando tan sólo habían pasado tres días de la aparición del misterioso anuncio, el planeta entero era un horror, la economía de algunos países estaba colapsando y la de otros a punto de hacerlo, la locura se respiraba en el aire, miles de dueños de funerarias, velatorios y cementerios, marchaban y exigían a los gobiernos hacer algo al respecto, la ausencia intempestiva de la muerte estaba comenzando a ser un problema mayúsculo.

Los altos mandos militares se reunían con los dirigentes de sus países, pero nadie sabía cómo combatir algo que no estaba en su dominio; en algún otro conflicto, matar hubiera sido la perfecta salida, pero en esta ocasión, irónicamente ni esa idea era opción.

En medio de la paranoia y el ya de por sí desquiciado ambiente que se vivía, una noticia impacto aun más, si es que eso era posible, a todo el mundo. Cientos de mujeres que habían tenido abortos accidentales o planeados, habían descubierto horrorizadas que sus fetos aún vivían, contra todo pronóstico y toda ley física y medica posible, vivían. Nunca antes, el mundo entero había anhelado tanto la muerte, las tribus africanas hacían danzas y ofrecían sacrificios para agradar a los dioses, pero todo era inútil, porque los sacrificados quedaban con vida. De igual manera las religiones del mundo se unieron, por primera vez en miles de años, ante un solo clamor, en una especie de oración poco convencional, en donde pedían a Dios que regresara la muerte a todas las naciones.

En una lejana sierra, una familia caminaba aprisa sin saber hacia dónde se dirigían, pero intentando a toda costa huir del caos, la madre casi agonizante daba un paso a la vez, sus ocho meses y medio de embarazo le impedían ir más rápido, mientras el padre y el hijo pequeño buscaban entre las chozas que encontraban en el camino algún residuo de agua o comida para saciar su desesperada necesidad.
Al llegar a una colina la madre no pudo más, cayó desmayada al piso sin decir ninguna palabra, su hijo se acercó llorando mientras el padre acariciaba suavemente el rostro de la madre que respiraba tranquila, como si ese breve descanso le ayudara. Después de unas horas, la madre despertó pero aún estaba pálida, fatigada, parecía que el inminente nacimiento estaba llegando, el padre decidió cargarla en brazos y junto con el pequeño hijo corrieron más de tres kilómetros hasta un pequeño hospital que estaba como todos los demás: completamente abarrotado de gente mal herida. El padre comenzó a gritar en las puertas del nosocomio “ayuden a mi esposa, mi hijo está a punto de nacer”.
Un atolondrado y escuálido personaje salió corriendo del lugar y se acercó a la pequeña familia, se identificó como un intendente con algunos cursos de primeros auxilios, “es la mejor atención que podrá recibir en estas circunstancias” dijo al momento que ya preparaba a la mujer para el parto. Después de algunos gritos desesperados de la madre, por fin salió el bebe, pero para sorpresa del padre y del pequeño hijo, así como de los curiosos que estaban expectantes, nunca se escuchó el llanto, por un instante todo fue silencio.
El niño había nacido muerto, a pesar del dolor que sintieron los padres sonrieron junto con todos los presentes y decidieron llamar a los medios de comunicación del mundo entero.

Al día siguiente, las primeras planas de los diarios, la TV y las redes sociales amanecieron con la festiva noticia de aquel niño que había nacido muerto, lo que en algún otro momento hubiera parecido una triste nota, se convirtió en celebración internacional. Pues al parecer, la muerte había encontrado sustituto.

 

Alberto Rosas Martínez

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