Al doblar la calle

Juan, un ser solitario extremadamente serio como para atreverse a entablar conversación con alguna mujer fuera de su grupo de amigos, seguía soltero. Una tarde cuando salía del trabajo vio a una muchacha morena, de belleza extraordinaria. Inmediatamente se sintió atraído. Decidido la siguió pero al doblar la esquina la chica desapareció.

Durante días a la misma hora esperaba verla en aquella calle, sus miradas se cruzaban, él se daba cuenta que a la joven no le era indiferente. Trataba de acercarse más pero nunca lo conseguía ya que la perdía de vista, siempre en el mismo lugar. Preguntó en los comercios y a toda persona que pasaba por ahí pero nunca conseguía información. Parecía como si se la hubiera tragado la tierra. Cada vez.

Una noche, por pura casualidad, pudo ver a la hermosa mujer entrando en una vieja casa ubicada en una zona poco frecuentada de la ciudad, llena de locales abandonados y una fábrica de ropa que operaba en el día en la que exclusivamente laboraban mujeres. Se rumoraba que en esa calle sucedían cosas extrañas, sobre todo a los hombres; el lugar se encontraba totalmente desierto, pero Juan de la emoción por querer conocer a la chica, ignoró aquellos rumores. Él se sentía enamorado, sólo pensaba en ella. Al acercarse al antiguo recinto abrió la reja del pórtico, esta rechinaba como si tuviera años sin abrirse. Notó la puerta empolvada llena de telarañas pero no había marcha atrás, se armó de valor y tocó. Esperó. Nadie acudió pero al escuchar ruidos en el interior movió la perilla sin pensarlo y esta cedió sin dificultad.

El lugar parecía vacío, Juan siguió caminando por el pasillo central. Percibió un olor a humedad y putrefacción bastante desagradable. La puerta se cerró con fuerza a sus espaldas, volteó asustado. Se encendieron las luces, el recinto lucía amueblado de forma muy elegante, como si fuese de otra época.

La mujer, aquella mujer, apareció radiante y él no podía dejar de mirarla, estaba hipnotizado por su belleza. Quiso decirle algo pero quedó petrificado, la hermosa joven muy coqueta le sonrió, se acercó, le susurró al oído palabras que él no entendía, parecía que recitaba un conjuro. Sintió una especie de desesperación, algo se desgarraba en su interior a la vez que se percataba de que perdía la voluntad para hacer mover sus músculos. Ella soltó una carcajada macabra que hizo retumbar todo a su alrededor. Conforme pasaban los minutos la mujer iba experimentando una extraña metamorfosis hasta que finalmente se convirtió en una horrible anciana. Poco a poco fue devorando a Juan que gemía de dolor de una forma espeluznante, inmóvil, incrédulo. El afán perpetuo de la mujer por tratar de mantener su juventud y belleza se le había concedido pero los efectos secundarios nunca le fueron dichos. ¿Amor, pasión, felicidad? Es algo que jamás iba experimentar ya que había formulado mal su deseo y el demonio se burló de ella en aquel pacto, sólo le quedaba sentir por un momento ese algo que le recorría el cuerpo cada vez que veía a un hombre pretender su amor. Después, debía esperar a que hubiera luz de día para buscar a su próxima víctima.

 

Claudia Yaneth Aguilar Herrera

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