Félix siempre había sido escéptico en relación con temas de ocultismo. No soportaba los supuestos médiums que aseguraban tener la capacidad de comunicarse con seres del más allá. “Son un montón de estafadores y mentirosos”, pensaba.
A lo largo de su existencia jamás había conseguido un espiritista honesto. Recordaba particularmente a una gitana que había dotado su consultorio con diversos artefactos que daban mayor credibilidad a su engaño.
—¡Siento la visita de una entidad! —decía la mujer mientras se encendían y se apagaban las luces, se abrían y cerraban las ventanas y se movían los muebles de su despacho gracias a interruptores estratégicamente ubicados.
Todos quedaban perplejos, menos Félix, que no sentía pudor alguno en gritarle a la dama que era una farsante.
—¡Debería darte vergüenza, bruja de pacotilla! —vociferó el incrédulo hombre visiblemente exaltado.
Un día, mientras recorría una feria que acababa de llegar a la ciudad, Félix vio unas personas aglomeradas frente a una carpa de color violeta. “Conozca al Doctor Sarcuzam y presencie un enlace real entre vivos y muertos”, decía un cartel donde destacaba la fotografía de un anciano ataviado con una túnica negra.
Félix pensó que era una buena oportunidad para desenmascarar a otro charlatán así que entró y tomó asiento en primera fila.
Todo estaba a oscuras y cuando se encendió una luz el misterioso Doctor Sarcuzam hizo su aparición. Félix no podía ocultar una cínica sonrisa mientras movía la cabeza de un lado a otro en un gesto de negación.
—¡Bienvenidos! —dijo el Doctor Sarcuzam viendo a Félix directamente a los ojos—. Hoy nos acompaña alguien muy especial. Está sentado justo frente a mí. Puedo sentirlo… Puedo verlo… es un espectro altanero y desconfiado ¿Cómo estás hoy, querido Félix?
Finalmente, aquel fantasma orgulloso había encontrado un médium verdadero…

Carlos José Aquino

(Cuento ganador del Tercer Lugar del 6to Concurso La Cabra Negra y Sus Mil Relatos 2020)