Por fin era la noche que tanto habíamos estado esperando y planeado. En el vehículo Camila me recibió en el asiento del copiloto. Dios, se veía tan preciosa. Nunca la había visto tan hermosa como aquella noche. Ni siquiera cuando la vi por primera vez, a pesar de que fue por internet. Aun así, es hermosa.

La acaricié, con amor, con pasión. Esa noche nos esperaban las estrellas para los dos.

Por fin llegamos. Entré con Camila, y mi corazón palpitaba demasiado. Por fin me había enamorado y por fin lo iba a hacer esa noche. En la sala todos bailaban y reían. La música estaba a todo volumen y el lugar estaba rebosante de bebidas clandestinamente alcoholizadas.

Bajé mi estuche, y miré a Camila. Le sonreí, y ella me devolvió la sonrisa. La levanté, sujetándola con fuerza. Y en ese momento todos en la habitación dirigieron sus miradas hacia nosotros. Dejaron de bailar y de reír, sólo se limitaron a vernos, paralizados. Entendían perfectamente que a partir de ese momento nosotros gobernaríamos la noche.

Así que apunté con Camila y la descargué en el rostro de todos esos maricas pomposos, desfigurando sus cabezas. Puede que suene exagerado pero sus gritos de horror sólo hicieron que me excitara aun más. Las balas volaban por toda la habitación retacada de gente.

Camila. El mismo nombre que mi madre. ¿Les parece loco? Yo no lo creo. Es más, me parece un nombre digno pues fue el nombre de su primera víctima.

Cuando por fin quedaban pocas balas, miré a Camila, más ardiente que nunca. Nunca antes un hombre había amado tanto a su arma. Después de un último vistazo a mi obra maestra, coloqué mis labios en los de Camila y, en un beso apasionado, todo terminó.

Luis Ernesto Rodríguez

(Cuento ganador del segundo lugar del concurso La Cabra Negra y Sus Mil Relatos 2020)