Los microbios se desnudan, ahora se desnudan sutilmente.
Ahora como amantes extraños, ahora cual niños protozoarios inocentes.
Han buscado doctrinas, efugios, lunas para penetrarse, soles para copularse en secreto.
Observo en silencio cómo se expanden acalorados en el nudo disoluto.
Adentran cadenciosamente un sigilo en cada poro invertebrado.
Procuran bocas diminutas y van carcomiendo caricias ínfimas sin compasión alguna.
Microbios desencadenados, extasiados, desatados, explotan viscosos en el punto máximo, frenéticos, retorcidos en tálamos nupciales de veinticinco micras.
Apasionados seductores uno a uno se toma medida.
Ensayan diversas posiciones románticas, intercambian miradas in vitro, unicelulares, arden en el orden menor de las lujurias y a media luz se declaran la vida.
El microbio macho (supongo que es el macho por su tenue torpeza y el tamaño de su bragueta), sube sobre la hembra mordisqueándole la nuca varias ocasiones, la hembra da círculos concéntricos en el ritual del encanto, intuyo que gozan de un placer muy breve, y en intervalos que no distingo, sus imágenes se entrelazan, parecen ser uno, me engañan siendo uno, suspiro absorto en esa pasión tan leve que me contagian, la envida taladra mis huesos y me pregunto en la memoria: por qué no me invitan a su beso, por qué no participo en el banquete, se me encrespa la piel y desvarío.
Todo sucede frente al microscopio.
Yo soy Dios.
Yo soy Dios y los espío.
Víctor Orduña