Por debajo del agua

Para llegar a Catamarán, Tamaulipas, es indispensable tomar un camino de tierra que bordea la costa nororiental a la altura de Soto la Marina, más allá de La Pesca. No todos los vehículos pueden hacer el viaje, pero yo me lo aventé con mi Volkswagen porque así es el trabajo. Pasas unas casas de madera, muy humildes, con camionetas del año estacionadas junto a las puertas. Dicen que es gente que se dedica al huachicoleo o que son «halcones», no sé, yo pasé sin detenerme. Son unos cuarenta minutos costa adentro cuando arribas a un límite asilvestrado, a mano derecha hay un sendero que se pierde entre los árboles. Muchos ahí se regresan pero hay que buscarlo bien, y sin bajarse porque te llenas de pinolillos. Le das derecho. Poco a poco el camino de tierra te devuelve al mar. De vez en cuando se ven unas rejas a ambos lados con nombres de quintas como Palo Sexto o El Sabino, me acuerdo de esas. Al entrar te encuentras un pueblo de pocos habitantes, calculo no más de doscientas almas. Ahí no hay letrero, nomás te salen unos chamacos en cuatrimotos y te apuntan con armas de grueso calibre. Obviamente te paran en seco. Que qué quería ahí, me dijeron. Y yo les hablé de jefe, mire jefe, vengo vendiendo techo de lámina, me manda Baltazar Anguiano, es compadre de Don Neto y del delegado de la CNOP. Uno muy alto se río, no creía que trajera los techos en el vocho. No, le dije, jefe, no los traigo aquí, yo hago los pedidos y ya luego entrego. Y me cuestionó que si los entregaba en el mismo carro, y pues le dije que ese era otro proceso y así estuvimos. Estira y afloja. Hasta que sacaron los nexteles y ya hablaron con alguien. Me revisaron el gafete de la empresa y hasta que no le tomaron varias fotos a todo con los teléfonos no me dejaron pasar.

Ya una vez en el pueblo me bajé en una tiendita para comprame una coca. Le quise preguntar a la doña que atendía ahí que si sabía dónde vivía el delegado pero como que era sordita porque nomás se sonreía y movía la cabeza como diciendo que sí, sin decir nada, pero bien que me cobró la canija. Me la tomé afuera porque ya estaba refrescando, el cielo se puso bien nublado y tuve miedo de que fuera a llover. Pero atrás mío estaba otro chavo que cuando llegué no lo vi, sentado en unas cajas de esas de Topo Chico vacías, vistiendo una camisa del Barza. Unos veinte años diría yo. Me dijo que si quería hablar con el mero mero que le hubiera dicho a los de la entrada. Nombre, le dije, yo vengo con el delegado porque vendo techos así y asado. Y ya le expliqué y nomás se reía meneando la cabeza. El delegado es puro palero, me dijo, el bueno es Míster Deny, si quieres te llevo pa´ que lo conozcas. No le contesté, el aire se estaba poniendo más gacho. Total ya me lo pensé un rato y como no vi a nadie en las calles, le dije que sí, ¿con quién más iba a investigar? Devolví el envase y le dije súbete, haciéndole una seña desde el carro.

Ya en el camino hablamos algo ¿tú no jalas con aquellos? Le pregunté. Y ya me dijo que no, que la señora de la tienda era su abuelita y que los malitos se habían llevado a sus papás, pero porque ellos sí trabajaban para los malitos o habían querido trabajar para ellos. No quise indagar más, le di por donde me indicaba y a lo que te truje. Hasta que me dijo, y ahí fue donde el asunto se me empezó a hacer raro, que ahí no se movía mugrero. ¿Y entonces de qué viven? Le dije, y me acordé de los quemados que se robaban la gasolina. No, me dijo, es otro business. Pero no ahondó en detalles.

Dependiendo de por dónde le des alcanzas a ver unos barracones sobre un desfiladero o, ya después lo noté de regreso porque hay otra vía pero está más accidentada, te salen unos piedrones encaramados en unos riscos a los que apenas a pie para llegar. En las inmediaciones y en un lugar bien tupido se bajó el chavo, me dijo que él hasta ahí llegaba pero que le diera por la vereda y no iba a tardar en ver la casa de Míster Deny, que nada más era de bajarme a abrir la reja pero que él ya sabía cómo estaba la cosa porque ya le habían avisado que yo estaba por ahí y de seguro me estaba esperando. Le di un cincuenta pa´ las sodas y ya se iba cuando le grité. Oye, ¿el Míster Deny es gringo? Pues parece que nació en Reynosa, me contestó, pero sí parece gringo. Y se metió entre los matorrales.

Dicho y hecho, sí me estaban esperando. Lo que no me dijo el chavo fue que la casa de Míster Deny era tan peculiar. Metida en el cerro y con un frente muy amplio forrado de hojas, era como una hacienda con unas columnas altas tipo griegas, pintada de un blanco descarapelado y con enredaderas trepando los muros porque, eso sí, estaba descuidada. Cerré la reja y corrí para subirme al carro por si había perros y le di por todo el solar por entre unos árboles que tapaban parte de la fachada, hasta que me estacioné en la mera puerta. Me quedé un rato viendo para todos lados por si había alguien, pero no había ni sicarios ni, lo que más me temía yo, perros. Por fin me bajé y tuve que subir unos escalones como de mármol, muy exóticos. Quise llamar a la puerta, una que se veía muy fina también, grande y pesada de madera, y tuve que usar uno de esos aros que se emplean para tocar con la figura de un león que, por dios santo, se me hizo que hasta era de oro.

Un rato estuve esperando hasta que abrieron. Salió un güero ya grande de pelo largo canoso y barba de candado. Usaba una camisa de cuadros y pantalones de mezclilla con patas de gallo. Me explicó que era Míster Deny Lee. Y pues sí parecía gringo, luego luego me invitó a pasar.

El interior de la casa estaba frío como una cueva y olía a encerrado, bien oscuro. Tenía unos muebles como de bazar, pero no eran muchos. Jarrones y algún sillón o una pioanola, cosas así. Unas escaleras ensortijadas llevaban a un rellano y luego a un mezanine y el techo estaba muy alto y no se alcanzaba a ver, no había ni una ventana en el recibidor. Me condujo a una oficina que estaba pegada a la parte de enfrente donde sí había una ventana abierta y entraba la luz. Había una capa de polvo por todos lados, salvo por donde había pisado Míster Deny. Como que ahí nadie barría. En la oficina no contaba más que con una mesa muy simplona, la verdad; un par de sillas de esas plegables y un librero bajito. Sobre la mesa había un libro de esos de contabilidad, cerrado con una pluma en medio de separador, los lentes bifocales de Míster Deny y una lata de frijoles Ranch vacía con una cuchara metida.

Noté que sí había luz eléctrica porque ahí vi un switch con tomacorriente de tierra pero Míster Deny no quiso prenderlo. Me senté del lado de la puerta y él en el contrario. ¿Qué te pareció el pueblo? Me dijo. Ta´ bonito, le contesté. Y nomás exhaló quedo pa´ reírse. Llegas en mal momento, siguió. Los cobradores y los vendedores siempre llegamos en mal momento, se la reviré. Ja, fue todo lo que replicó, pero al parecer le cayó en gracia. Está bien, dijo luego, como quiera sí te iba a comprar porque me gusta que mis muchachos estén bien surtidos y lo necesitan para sus casas, ¿a cuánto las das? Ya le expliqué los precios. ¿Y a poco las entregas en ese carrito? Me dijo. Pues me las arreglo, jefe, no le hace que eche dos tres viajes, aseguré. No, no, respondió él, te vamos a conseguir una troca para que nos las traigas en uno solo y ya después a ver qué más nos puedes surtir. No lo quise contradecir.

En eso se desató un aguacero de aquellos marca diablo. Lo vimos por la ventana y el Míster Deny me aclaró que si seguía así no me iba a poder regresar, porque se hacía un lodazal y me iba a quedar atascado, pero que no me preocupara porque tenía muchos cuartos en su casa y que podía quedarme ahí a pasar la noche. No tenía para dónde hacerme así que le di las gracias. Nada más le pedí que me diera chance de bajar mis cosas del carro y me dijo que sí, y hasta me prestó una bolsa de basura. Espérame, me dijo, ten, para que no te mojes.

Bajé mi celular y mi portafolios y regresamos a la oficina. Me hizo un pedido de doscientos techos y le llené la orden de compra en seguida. Yo feliz porque me iba a llevar una muy buena comisión. Y de una cajita en el librero que yo no había visto pero que ahí la tenía sacó un fajote de billetes, puros de a quinientos, y me dio un bonche. Me dijo que me pagaba la mitad ahorita y la otra al entregar. No quise ni contarlos. Los agarré con una mano y con la misma me persiné y los metí en el folder.

Ya en la noche me había llevado a un cuarto subiendo las escaleras. Habíamos cenado juntos. Sacó de algún lado unos lonches de esos del Seven que me imagino tenía en algún refrigerador porque yo no había visto ningún Seven en el pueblo, ni ningún Oxxo, y dos Dr. Pepper. Todo el tiempo nos quedamos en la oficina hasta que me condujo a la habitación, siempre a oscuras. Ya una vez en el cuarto vi que no estaba tan mal, era grande y con su baño propio, una cama con un colchón que ya se sentía usado y un buró chiquito. Tampoco nada del otro mundo. Aquí sí había una ventana grande sin cortinas por la que entraba la luz de la luna que aunque había estado nublado como quiera alumbraba, y a como pude me alucé con el teléfono porque quise prender la luz de la recámara pero como que el foco estaba fundido. El del baño sí funcionó. Me eché un regaderazo rápido y dejé la luz prendida y la puerta entreabierta, y me aventé sobre la cama y caí rendido.

Eso fue como a las once. Como a las dos y media me desperté porque oí unos gritos. Se oían como unos fregazos y gritaban varios hombres. Uno en particular gritaba más fuerte, como con mucho dolor y rabia. Me asomé por la ventana y no vi nada, nomás el patio pero desde ahí no se alcanzaba a distinguir si la reja estaba abierta o quiénes habían entrado. Revisé el celular, entonces supe cuánto tiempo había pasado y me di cuenta de que no tenía señal. Me imaginé que si le habían hecho algo a Míster Deny y habían encontrado el vocho luego iban a buscarme a mí. Los gritos se callaron un rato y luego siguieron. La mera verdad tuve miedo, ¿para qué lo voy a negar?

Si me quedaba en el cuarto me iban a hallar, estaba seguro. Tuve que moverme rápido, la adrenalina, no sé. Pero los gritos seguían en algún lugar de la casa. Se me hizo que lo mejor era vestirme, porque andaba en bóxer, y tratar de pelarme.

Cuando salí del cuarto asomándome como pude comprobé, por cómo se escuchaban, que los gritos provenían de la planta baja. Así que no iba a poder irme por ahí, y yo no sabía si había otra salida. Me fui por un pasillo con el teléfono prendido, encontré varias puertas cerradas y unas como estatuas y muebles arrumbados, un sillón viejo y cosas así. Y ya en uno de los cuartos hallé unas cajas de cartón, unas grandes y otras normales, que contenían cosas como de una casa, lámparas, ropa, unas laptops y cosas de esas, como de una mudanza. Me escondí en una. Y ahí me quedé, tratando de aguzar el oído.

A los vente treinta minutos escuché música a lo lejos. Eran corridos que traía algún mueble. Muy apenas alcancé a escuchar el tintineo ese que hacen cuando dejas una puerta abierta y luego pasos. Ya nadie gritaba. Al poco rato silencio. No se escuchaba ni el aire.

Y batallé, batallé mucho para tomar la decisión de salirme y luego bajar las escaleras, la neta. Pero yo lo que quería era largarme. Pasé a mi cuarto por mi portafolios y luego me regresé al otro de los muebles para buscar algo con qué defenderme, lo que fuera, y encontré una tabla recargada en la pared. Con esa mera le llegué. Ya estaba por alcanzar la planta baja cuando prendieron la luz, había un candelabro enorme colgando del techo que iluminó todo de golpe. Y parado junto a la puerta estaba un vato, de esos tipo cholo. Yo llevaba todavía la tabla sujeta con la mano derecha junto al costado de la pierna y desde donde yo estaba él no la podía ver porque además la cubría bien con el portafolio, que agarraba con la izquierda. Había una cuerno de chivo recargada en la pared más allá, cerca del vato pero no tanto, le quedaba retirado.

Me dejó encargado Míster Deny por si te querías ir, dijo. Y miraba un punto al lado mío que yo no había visto. Yo no sabía qué era pero voltié con la vista para no moverme mucho y delatar que llevaba la tabla. Había una pintura como de cuatro metros de alto, colgada en la pared central del recibidor, justo donde acababa el primer tramo de escalones. En el retrato había tres personas. Uno era Míster Deny, la otra era una mujer fea con efe de feo, con los ojos saltones y la cara alargada como la de un pato o un pescado. La otra era una niña, como en edad de estar en quinto año. Míster Deny estaba sentado y la mujer a su lado, de pie, y la niña en el centro. ¿Son su familia? Le pregunté al cholo, como por preguntar cualquier cosa. Sí, respondió, sin dejar de ver la imagen. Yo asentía. ¿Y no viven aquí? Le seguí preguntando para continuar la distracción. Y echó la cabeza hacia atrás como para reírse pero sin emitir sonido. No, dijo, todavía mofandose, la niña vive con su mamá. Y en eso yo me seguí acercando con calma para disimular las intenciones y ¡mocos! Le solté un tablazo en el hocico que le voló dos dientes. El cabrón cayó inconsciente en el acto.

Corrí como loco a la salida aventando a chingar su madre no supe dónde la tabla y me sentí aliviado cuando averigüe que la puerta estaba abierta. Pero otra vez la sangre se me fue a los pies cuando vi que afuera no estaba el vocho, se lo habían llevado. En eso me asaltó una duda y me sentí helado. ¿Y si habían dejado a más personas para custodiarme? No quise pensar más ni quedarme para averiguarlo y mejor seguí corriendo para abandonar la propiedad. En algún punto me desorienté porque no di con el segmento de la reja donde tenía la puerta pero sí la encontré en otra parte, donde no había forma de cruzarla más que brincándosela. Y eso hice.

Ahí corrí por el monte como pude, a ratos sin ver y a ratos con luz. Hasta que encontré un sendero que no era por el que había llegado, sino que era otro que estaba más jodido. Y lo seguí desde un costado entre las matas y los arbustos y cubriéndome con los troncos de los árboles para ver a dónde me sacaba. Subí por varias lomas y un desfiladero bien empinado hasta que llegué a donde estaban las piedras enormes que había visto en la tarde, camino a casa de Míster Deny, acomodadas en círculo alrededor de un punto donde empezaba otro camino que bajaba la ladera hasta la playa, que se veía desde ahí.

En la playa había gente y luces de faros de vehículos, se oían, aunque de lejos, varias voces. Pude haberme regresado por donde venía pero me lo pensé, ¿y si el cholo se había despertado? ¿Y si me había seguido? De todas maneras de nada me habría servido quitarle el cuerno de chivo porque yo no sé manejar esas madres y él podía haber tenido más armas. No, mejor iba a seguirle hasta la playa sin que me vieran, escondiéndome entre los riscotes y luego ya a ver para dónde agarraba. Si me buscaban iba a ser en el pueblo, pensé yo, no cerca de ellos. Y se me hizo buena estrategia.

Descendí pegando el cuerpo contra las piedras y vi varias camionetas abiertas con las luces prendidas y pude distinguir mejor a los que se conglomeraban en la orilla. Eran puros criminales. Cargaban armas largas y uno que otro pistola e iban muy bien vestidos, se veía que llevaban cadenas de oro y botas y sombrero y todo eso. Entre ellos estaba el Míster Deny, yo veo muy bien de lejos y por eso sé que no me equivoco. Ya más arreglado, con una chaqueta de cuero negro y también con botas y sombrero, el Míster Deny iba mero adelante, guiando a los demás. Arriaban a un muchacho, era el que me había asistido desde la tiendita, no lo hubiera reconocido porque tenía la cara toda desfigurada de tanto golpe, le habían puesto una santa madriza, pobrecito. Pero supe que era él porque traía puesta la misma camisa del Barza.

Lo condujeron por un muelle que se hundía, con todo y tablas, en las olas, y ahí lo arrodillaron hasta que el agua le llegó al cuello. Lo vi con total claridad porque ya se había despejado y la luna brillaba endemoniada. Le pusieron una pistola en la nuca y alguien gritó algo. Era Míster Deny. Gritaba y vociferaba como un trastornado, haciendo alguna brujería. Y en eso, dios mío, me da escalofríos, mire cómo se me pone la carne de gallina nada más de acordarme, salió del mar una niña, caminando por el muelle hundido. Era la que yo había visto en el retrato con Míster Deny.

Y uno de los sicarios se acercó portando una cadena que le puso en las manos al Míster Deny. Y el viejo infeliz se arrodilló sin importarle que estuviera metiendo medio cuerpo en el agua y abrazó a la niña para después entregarle el extremo de la cadena que tenía bien engarzada como un ancla para lancha. La niña se dio la media vuelta y, con una decisión fría y de una vibra muy intensa, se fue, caminando hacia lo profundo, para llevarse consigo, ahí lo entendí, al muchacho que tenía amarrado el otro extremo a los tobillos. Porque lo jaló, con una fuerza impresionante, y lo hundió, lo ahogó porque no volvieron a salir.

Yo me puse muy mal a partir de ahí y todo lo demás lo viví como en una película, como en cámara lenta. Me fui por una orilla alejándome, sin querer mirar atrás, y llegué a un descampado donde encontré un par de camionetas prendidas y pensé que me habían visto y hasta sudé frío pero no había nadie. Y ya sin pensarlo, porque yo ya estaba como en automático a esas alturas, me arrimé a una de las trocas y vi que tenía las llaves pegadas y me subí y arranqué. Le di por la primera ruta que encontré hasta que me quedé tirado. De ahí amaneció y caminé por la arena y unas zanjas y me arañé todos los brazos porque iba con el pecho a tierra pensando que iban a dar conmigo, por momentos tapándome con hojas de palmera y medio enterrándome en la arena.

Casi a las nueve de la noche del día siguiente conseguí que un lanchero me llevara hasta La Yegua. De ahí aproveché para comer y pregunté hasta que encontré a otro que me movió a El Gato y ya en la carretera me fui en camión hasta San Fernando y me vine en un Noreste a Ciudad Victoria.

Ahora mi jefe quiere que regrese para que recupere el vocho. Ya le di el dinero menos mis viáticos de regreso y hasta le dije que no me pagara las comisiones. Pero no, incluso dice que hice mal las cosas, que tengo que ir a entregarle a Míster Deny el pedido porque no podemos darnos el lujo de no cobrar lo demás. Yo me negué. Me dijo que si no estaba dispuesto a hacerlo que ni me molestara en presentarme el lunes. Pero yo digo que eso es despido injustificado. ¿Usted cree que sí proceda la demanda, licenciado?

 

Isidro Morales

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