EDITORIAL

Saludos, amables lectores.

¡Vaya año que estamos teniendo!

La crisis sanitaria internacional causada por el COVID-19 ha sido un duro despertar a la realidad de la segunda década del siglo XXI. Nos ha recordado la vulnerabilidad de nuestra especie ante los virus, nos ha echado en cara la terrible desigualdad entre los que pueden dejar de ir a laborar o hacerlo desde sus hogares, hasta quienes están obligados a seguir buscando un medio de subsistencia todos los días, con o sin pandemia. Nos ha mostrado desde el encierro urbano cómo la calidad del aire mejora si las industrias están paradas, y cómo el petróleo se desploma acumulándose sin consumirse. Y esta pandemia, si bien altamente contagiosa y de riesgo para ciertos sectores de la población, no tiene la tasa de mortalidad de otras, y no será la última de nuestras vidas.

Es un escenario propio de las distopías de hace casi medio siglo: gente en la calle usando cubrebocas (improvisados o costosos, también ahí se denota el estatus) mientras las patrullas hacen su recorrido repitiendo el mensaje de «quédate en casa» una y otra vez. El supermercado ya no es de libre acceso, ahora debes usar cubrebocas, ponerte gel desinfectante y te revisan la temperatura. Aquello con más de 37°C serán invitados a retirarse. Se prohíbe el acceso a más de una persona por familia y a niños, mientras en los altoparlantes se siguen repitiendo las instrucciones de acceso y precauciones. Muchos medios de comunicación, demostrando la cara más deleznable que tienen, usan la contingencia con fines alarmistas, promoviendo noticias falsas que inspiran inquietud y terror, magnificando los rumores que infectan a modo de pandemia digital las redes sociales. Por no mencionar aquellos que en un afán de seguir cobrando, vomitan sus filias o fobias políticas, tratando de sacar partido de un río tan revuelto, que sus turbias aguas nos impiden analizarlo objetivamente, mientras esos mismos políticos ávidos de botín, mienten, se acusan mutuamente o están más interesados en mediatizar un problema sanitario, que en sus electores.

Corren tiempos de miedo y desconfianza, y en el horizonte se vislumbra que tras la llevada del coronavirus a nuestras vidas (como hace una generación lo hizo el VIH) aún nos espera el reto de la recesión económica y la crisis ambiental, el auténtico mamut en la casa del que nadie quiere hablar.

Sin embargo también corren tiempos de esperanza: es ante el presente distópico, cuando se vuelve imperativo el acto de rebeldía que implica no sólo cuestionar todo lo que se nos arroja a través de las computadoras portátiles (los smartphones), sino también abrazar los valores que como humanidad nos permitieron construir nuestras civilizaciones: la cooperación, el altruismo, la creatividad, la generosidad… aunque sólo sea para mantenernos con vida a nivel individual, si es que tengo que apelar a su cinismo.

El Ojo de Uk como espacio de propuestas, no únicamente de ciencia ficción, que nos lleven a la reflexión o nos den esperanza, así también como catarsis a los horrores, o escape e inspiración con su fantasía, desea de todo corazón que salgamos juntos adelante y que tras la cuarentena no volvamos a esa enfermiza «normalidad» que dejamos atrás hace apenas unos meses, sino que nos haga abrir los ojos de nuevo a otra forma de percibir nuestra relación con el mundo.

Fuerza, que aún tenemos una gran ola por remontar.

¡A volar!

 

Abraham Martínez

 

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