La vi a través del reflejo que proyectaba la ventana de la torre de control. Ella era yo, yo era ella en esos momentos. Sus ojos denotaban la frustración y el miedo. Su cabello ondulado se veía despeinado a causa del estrés, llevaba una camisa de vestir blanca con un moño negro a modo de corbatín, su falda, también negra, se veía con unas arrugas a causa de sus manos sudorosas al estarla apretando por momentos. El pánico se había apoderado de la sala, los radares se apagaron de un minuto a otro. Los técnicos buscaban soluciones desesperadas. Sin la guía de los radares, el caos pronto se desataría en el cielo y el mismísimo infierno abriría sus puertas en forma de colisiones de los planeadores comerciales.
—Escuchen todos, reúnanse, por favor —la voz, otrora neutra y calmada del jefe de controles, en esos momentos sonaba desesperada y con miedo. Reunió a su equipo mientras los técnicos decidían qué hacer a continuación, moviendo baterías, cables, monitores, el tiempo estaba en contra—. Las cosas son, en estos momentos, difíciles… —dijo el jefe— Creo que es hora de dejar que los Dioses se apiaden de nosotros… vayan a casa.
Todos los presentes se quedaron callados, tenían esa expresión de incredulidad en el rostro, unas compañeras soltaron el llanto contenido por las horas de estrés, algunos hombres simplemente se dieron media vuelta y salieron del lugar ocultando un rostro demacrado y cansado. Pero ella, esa chica, se quedó ahí, inmóvil, petrificada. Pensaba que no podría irse sin más. Las personas en esos aviones la necesitaban, aun y si no había mucho en lo que pudiera ayudar. Levantó la vista al cielo nocturno temiendo ver una colisión, luces o algo mucho peor. Entonces el jefe de controles llegó hasta ella, le tomó el hombro con mucho tacto y aprehensión.
—No hay nada que puedas hacer, Nely, ve a casa.
Podía sentirla a ella y también a su dolor, la ira, la frustración, el miedo, la incertidumbre, todo eso agolparse en su pecho, queriendo salir en una horrenda exclamación, en un grito gutural, quería hacer algo al respecto pero no podía. Yo lo sentía. Entonces simplemente bajó por el ascensor viendo como una posesa el brillo de los botones señalando los pisos de la torre.
Al salir del aeropuerto y tomar caminando rubo a la ciudad, fue cuando escuchó el primer gran sonido, como una gigantesca trompeta aclamando el inicio del final de los tiempos. Giró el rostro viendo entre las oscuras nubes del cielo cuando de pronto dos enormes aviones chocaron entre ellos, el estruendo fue horrible, el cielo se pintó de amarillos, rojos, naranjas y blancos. Las calles se iluminaron, los edificios se tornaron de colores, algunos de ellos desaparecieron al contacto con la onda expansiva de la explosión. Nely corrió (corrimos) lo más rápido que las piernas (nos) respondieron. Las calles se llenaron rápidamente de caos, de miedo, se sentía en el aire, en las expresiones de las personas que corrían. Los pedazos de metal y fuego comenzaron a caer por la ciudad, luego otro sonido, otra trompeta, y más impactos de aeronaves.
La última explosión lanzó a Nely por lo aires, cayendo esta al filo de la cera, dejando a pocos centímetros de su rostro el pavimento. Los oídos le zumbaban, las piernas flaquearon, se sentía totalmente desorientada. Volteó al escenario que estaba a su espalda, la torre de control había desaparecido, el fuego se esparcía por las calles, el cielo seguía tiñéndose de rojo y amarillo, Se sintió derrotada sin saber exactamente porqué, no quería moverse, no quería levantarse, entonces unas manos fuertes la tomaron por las axilas y la levantaron como si se tratara de una muñeca; ella, sobresaltada, intentó zafarse pero la fuerza en los brazos no se lo permitió.
—Espera, espera —gritó el hombre que la sujetaba—, sólo intento ayudarte.
—¡Suéltame!
—Está bien pero no podemos quedarnos mucho tiempo, mira el cielo. Y sólo es el comienzo, ven conmigo, la gente va a ese lugar, estaremos a salvo.
El hombre señaló un viejo edificio, uno de diseño sencillo, cuadrado, con grandes ventanales y con la fachada mayormente compuesta por ladrillos. Pero no había una seña particular que hiciera de ese edificio algo indicado para ocultarse de lo que sucedía en las calles.
—Estás loco, ese edificio también se caerá —dijo ella mientras seguía los pasos del hombre.
—No, fue construido como refugio antiaéreo en los años cincuentas, servirá mucho.
Nely vio (vimos) que otras personas corrían hasta el mismo edificio, eso la llenó de valentía y decidió seguir al hombre hasta la seguridad de aquella torre antibombas. Corrieron lo más rápido posible hasta ponerse a salvo, fue entonces cuando ella vio lo que le esperaba dentro.
Al entrar, sus ojos (nuestros ojos) tardaron un momento en enfocar después de todo el desastre del choque de luces y oscuridad que reinaba en la calle. El edificio, por dentro, ofreció la calidez que puede dar un refugio, como llegar a casa después de un mal día. Las luces amarillas iluminaban todo el recinto, pero lo que sorprendió a Nely fue la extraña estructura del edificio. Era completamente cuadrado y hueco, no había ascensores o escaleras que llevaran a alguna parte, todo el atrio era un cuadrado perfecto y en el centro una enorme figura de mármol negro; en las paredes, a los extremos, se erguían escaleras en diagonal pegadas a los muros, sin un pasamanos, sin ningún tipo de protección, había cientos de puertas por las que pasaban esos escalones, todas al igual.
Pegadas a las paredes del lugar y de ellas, figuras encapuchadas comenzaron a bajar lentamente, como si no existiera todo el desorden de las calles.
—¡Al fin! —gritó una voz— Pasen, pasen, son los últimos que esperábamos.
El hombre que me llevó ahí y yo (nosotras) nos quedamos perplejas a lo que el sujeto de túnica iba diciendo al tiempo que se acercaba a nosotros. Su rostro, amable y curtido por el tiempo nos mostraba siempre una sonrisa, y sus ojos bailaban hacia el hombre y después hacía mí (nosotras) y viceversa, sentía el corazón de Nely tamborilear a cada segundo, no le gustaba lo que estaba sucediendo. Entonces, como si de un imán se tratase, volteó su mirada al cielo del edificio.
Por fuera, parecía un edificio común y pequeño, siete pisos cuando mucho, pero por dentro el cielo se perdía entre las escaleras y las puertas, en un cuadrado infinito hasta perderse de vista.
—Bienvenidos —volvió a decir el hombre.
—Perdone la intromisión, pero afuera… —dijo nuestro compañero temporal.
—Sí, sí, afuera, está todo listo afuera. Pero, pasen, pasen. Ya casi está.
—¿Listos… para qué? —preguntamos queriendo no conocer la respuesta—. ¿Qué es este lugar?
—Esto, señorita, es el nuevo templo Delfos y ya sólo lo estamos esperando a él.
—No… no entiendo nada… —dijimos.
—No es necesario —dijo el viejo mientras comenzaba a quitarse la túnica.
Por un momento no supimos hacer mucho, sólo quedarnos de pie junto nuestro salvador callejero, entonces vimos con asombro cómo las personas que bajaban al centro del recinto se habían desnudado completamente, algunos aún llevaban la bata en la mano, soltándola al tocar el piso del atrio principal. Señalé las puertas a mi compañero para intentar salir pero fue en vano, estaba cerradas con un enorme tablón de madera, cuando volteé el hombre que me había salvado caminaba como hechizado hacia los brazos de una mujer desnuda hacia el centro del edificio, justo bajo la estatua de mármol negro. El hombre fue despojándose de su vestimenta hasta llegar a ella, luego la abrazo, en ese momento fue como si todo el lugar se detuviera, como si todos los ruidos cesaran al momento, el resto de los hombres y mujeres se aglomeraron en el atrio, los vi abrazarse, dispuestos a besarse, luego mi antiguo salvador besó a la mujer y fue como si cayeran todas las fichas de dominó, los hombres y las mujeres reunidos comenzaron a tocarse, rozarse, besarse, acariciarse, a penetrarse. Fue una enorme orgía la que se llevó a cabo bajo aquella estatua, a la que luego le puse más atención. Yo ya la había visto: cabeza de cabra, alas, el cuerpo de hombre con el torso desnudo, fue entonces que caí en cuenta de dónde estaba, su nombre trepó por mi estómago, buscando una salida a través de mi garganta, cuando un estruendoso ruido volvió a llenar a la existencia misma. Giré sobre mis talones y corrí hacía la ventana más próxima, el cielo era todo color sangre, las nubes diferenciadas sólo por los tonos de esos mismos colores carmesí. Mi corazón se agitó y el estómago se revolvió; en el cielo, una mancha negra con incrustaciones pequeñas y brillantes se abrió de la nada, como un abismo invertido, entonces, todos los miembros de la orgía suspiraron en un orgasmo en conjunto, el sonido me erizó los vellos de los brazos, y vi de nuevo, a estas alturas desconocía el sentir de Nely, el cielo y su abismo.
A mi espalda cientos de personas envueltas en una masa de piel, sudor, lágrimas y sexo; al frente, a través de la ventana, y saliendo del abismo, unos enormes tentáculos con espinas en lugar de ventosas, iban saliendo, llenando el espacio creado para el hombre. Allá afuera pude escuchar una voz potente, pero no con mis oídos, sino con mi mente, él había llegado, él estaba entrando. Él…
Desperté de aquella horrible pesadilla en medio de convulsiones y sudor. Un terror nocturno dejando atrás sus frías manos a través de mi cuerpo, las sábanas regadas por el piso. Respiré lo mejor que pude y canalicé ese miedo en algo positivo; estaba despierta y a salvo. Me levanté y por puro instinto me asomé por la ventana. El cielo clareaba y la vida era como siempre había sido, lo más común y normal del mundo. Me vi en el espejo, ya no era aquella chica de cabello rizado y ropa casual para el trabajo, era yo, la misma chica de siempre, cabello lacio y corto, un poco llenita y con el rostro demacrado por la extraña pesadilla. Salí de mi habitación y vi cómo mis padres estaban atentos a la televisión sin hacer ni decir nada. Mi papá tenía la cuchara con el cereal a medio camino, la boca abierta y una expresión boba en el rostro. Mi mamá se llevaba las manos al pecho y luego a la boca. Ambos eran la viva imagen del miedo.
—¿Mamá, Papá? ¿Qué es lo que pasa? —pregunté. Ojalá no lo hubiera hecho.
Mi mamá me señaló el televisor, con la boca abierta.
—Hubo… unos accidentes en el aeropuerto.
Me giré lo más rápido que pude al televisor, y vi, como en aquel horrible sueño, personas corriendo en estampida, muchos cayendo al piso, el camarógrafo que hacía las tomas iba grabando todo lo que sucedía, las explosiones en el cielo eran abrumadoras, luego se fue de bruces, su cámara ya en el piso enfocó a una mujer siendo levantada por un hombre y corriendo a un edificio, luego, otro ruido estruendoso, después la cámara se apagó… Nely. Me quedé ahí de pie, sin saber qué hacer, luego mis padres regresaron, con pesar, a las tareas diarias, yo fui por un vaso de agua a la cocina y desde la ventana, pude ver cómo el cielo iba oscureciéndose poco a poco y unos truenos comenzaron a llamar al mundo.
Era Él
Había llegado.
Jorge Robles