A alguien se le ocurre
―no a mí, a mí nunca se me ocurre nada―
que en el dorso tibio en que duermes
―si es que aún duermes―
hay naciones criptoritas[1] que navegan
―hay quienes aseguran que en lugar de navegar vuelan―
por ríos desbordantes rumbo a idilios casuales
―yo no creo en las casualidades―.
A alguien se le ocurre
―te juro que no a mí―
que en el sitio donde quedan miradas tuyas
―la verdad yo mejor diría mirada tuya, en singular se escucha más bonito,
además no sé porqué pero hace días creo que tu mirada posee una continuidad absoluta―
habrá siempre sustancias de ternura.
―si es que el concepto de siempre existe tal cual―.
Alguien cree también,
que el amor en cometas fragantes,
satélites pudorosos y
asteroides en colgaduras matutinas dibujados
en tus ojos se descubre
―¡Vaya teoría! ―
que nacen rafistoles[2] y crambolistos[3]
cada vez que parpadeas
―insisto que tu mirada es absolutamente continua―
que tus pasos dejan desfiguros
y figuras y formas formidables y excedencias esenciales
y embrujos burbujeantes
―yo diría: embelesos rutilantes, pero yo no soy el que lo dice, porque a alguien se le ocurre, no a mí, a mí nunca se me ocurre nada―.
Y a ese alguien se le sigue ocurriendo que las teorías más abstractas se pudieran comprender leyendo cada tomo de esa enciclopedia críptica que guardas en tu alma
―sugiero que no es suficiente, tomando en cuenta que humanamente nadie podría leer todo el compendio de libros de tu espíritu―.
Pero se le ocurre a ese alguien que enamoras cuando existes
―eso de la existencia es muy complejo, y podría darse el caso, que sin existir, enamoraras, supongo, que los ángeles no nacidos, habrán de enamorar a alguien―.
Que sería hermoso ver si te desvistes
―por una extraña razón, nunca he pensado concretamente en eso, ni siquiera he fijado mi atención en tu ropa―
que mariposas invisibles, cristalinas,
en gotas, a gotas, por gotas
juegan a elevarte toda, completa, toda
― ¡vaya ocurrencia!, vuelvo a pensar―
como una diosa visigoda encuadernada
contemplando un paraíso distante
―por qué siempre los paraísos tiene que ser distantes―.
Y se le ocurre que eres: ¡Mujer!
―¡Así: mujer solamente! ¡No agregues nada, quisiera gritarle al autor! ―
Mujer
como este vaso atrevido,
como esta copa elocuente,
como la espada
de hierro incandescente,
y el camino de setecientas
bocas para un beso,
un beso que no acaba nunca
uno que comienza siempre.
A alguien se le ocurre:
que es por ti la vida,
que por ti el mundo,
que por ti el tiempo,
que por ti el Quijote,
que por ti Andrómeda,
que por ti las religiones,
que por ti tú misma.
A alguien se le ocurre
que los continentes
no acaban
―aunque el hombre lo simula muy bien―
que por ti giran los girasoles,
que la mañana se despierta para verte,
que la noche se duerme cuando acabas,
que las canciones te buscan,
que los poemas te persiguen,
que te persignan las ideas y las creatividades,
que siguen tus consejos las hadas,
Calipso, Nereidas, Pléyades,
que las fuentes brotan y brotan y vuelven a brotar
esperando que aplaudas (!).
A alguien se le ocurre,
que los universos te cuentan secretos prohibidos,
se le ocurre que: ”Hágase la luz”,
nació de tu boca,
―que teoría más loca―.
Se le ocurre que un día te conozco
entre las noches inciertas,
me encuentras dormido
en letargos prolongados y me despiertas,
te veo y me miras, nos miramos, lo miramos, nos miran,
y comienzan nuestros corazones gira que gira que gira,
sincopando la brújula sin empiezo que no acaba.
A alguien se le ocurre.
―no a mí… a mí nunca se me ocurre nada―.
[1] Referente al Criptirión
[2] Arbustos oníricos de la familia de los amolucinos.
[3] Ondulaciones ortográficas de siete mil palíndromos en mares de etimologías dulces.
Víctor Orduña Silguero
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