Precognición

Sentía como se me iba el aire, abrí los ojos después de un instante,
ni siquiera pregunté al respecto, no derramé lágrima alguna,
no sentí tristeza, había pasado por todo aquello tantas veces
que la única sensación que me quedaba en el fondo, era de paz al fin.
Como me fue posible, lo busqué con la mirada, llovía y estaba muy nublado,
me quedé observando hacia la nada tratando de recapitular
lo que había ocurrido en demasiadas ocasiones, por última vez…

 

Antonio fue un hijo muy deseado, Lorena y yo conseguimos traerle a este mundo justo después de cumplir siete años de casados, no tuvo mayores complicaciones una vez que nació. Desde recién llegado fue muy despierto y sonriente, su mirada iluminaba todo alrededor. Una noche de verano, tendría seis meses y días, enfermó de la nada con una fiebre que no amainaba, pese al medicamento y los fomentos de agua su respiración se empezó a complicar y su temperatura alcanzó los treinta y nueve grados centígrados a punto de darle una convulsión, sin dudarlo, lo cargué y abracé tratando de hacerle sentir mi apoyo. Al cabo de un rato, sin mayor motivo, la calentura comenzó a ceder y pudo descansar.

Fue toda una sorpresa para mí despertar al día siguiente con una fiebre descomunal, empecé a delirar y me llevaron a Urgencias. después de tomar el tratamiento, me recuperé completamente en un par de días. Todo parecía regresar a la normalidad. Una buena noche de primavera terminé particularmente muy cansado la jornada y caí en un sueño profundo, y sin embargo muy nítido: estaba con mi familia degustando un buen corte en mi restaurante favorito, cuando de pronto uno de los comensales se levantaba de manera súbita tropezando con la mesera, arrojando las bebidas a las personas en la mesa continua, a un costado, en la pantalla transmitían el partido dominical de futbol americano programado, mi equipo favorito terminaba ganando 31-10, de forma instintiva cambié la mirada, 15:02 horas marcaba el reloj en la pared más próxima.

Curiosamente, el sueño hizo que deseara ir ese fin de semana al restaurante. Llegando al lugar, solicité una mesa cerca de la pantalla para ver el partido de ese día. El rato pasó con suma tranquilidad, a punto de pedir los postres, un cliente se levantó unas mesas apenas adelante y sin mas, una mesera se impactó de lleno con él haciendo que todo el contenido de la bandeja saliera disparado. En ese momento, tuve un deja vu, me incliné un poco para ver el partido, mi equipo favorito lo cerraba ganando 31-10, de inmediato busqué el reloj colgado en la pared más cercana, marcaba las 15:02 horas. Nunca me había ocurrido eso… y ni pensar lo que venía.

Esa noche tuve otro sueño bastante real: mientras desayunaba en casa, en la pantalla anunciaban los números ganadores del sorteo semanal, volteaba a ver el reloj del refrigerador, 07:30 a.m. del lunes ocho de mayo. Desperté, como de costumbre, a las 6:45 de la mañana, revisé mi celular para confirmar la fecha, era la misma que en el sueño. Traté de no exaltarme, hice mi rutina de “baño-vestirme-bajar a desayunar” como siempre. Mientras almorzaba estaban anunciando los números del sorteo semanal que, para mi asombro, eran los mismos que había soñado apenas unas horas antes. Lo ocurrido activó una gran curiosidad en mí, pasé el día en la oficina tratando de analizar lo sucedido, no tenía ni idea del cómo o del porqué. Llegando a casa sentía un poco de ansiedad por saber qué soñaría esa noche. En esa ocasión veía los números ganadores del sorteo por combinación de cinco números… de dos días después.

Al día siguiente, antes de llegar a la oficina, compré el boleto con esa combinación. Transcurrido el tiempo, confirmé la coincidencia en los números que había seleccionado. Estaba incrédulo y emocionado, el premio, sin ser una fortuna, fue suficiente para invitar a cenar a toda la familia en señal de “festejo”. Desde aquel instante, participé en cuanto juego de azar existía, aunque con un perfil bajo, apostando siempre al segundo o tercer lugar. Mi esposa fue la primera en sorprenderse por aquella “racha”, especialmente porque nunca había sido aficionado a este tipo de juegos. Viajamos y nos divertimos a lo grande. Era un sueño hecho realidad, mi familia y yo estábamos gozando los mejores momentos de nuestras vidas. Tratando de pasar más tiempo en casa, renuncié a mi trabajo y con parte del dinero que había obtenido de las ganancias nos mantuve con cierta comodidad. En ocasiones, me preguntaba cuál era la razón para disfrutar de todo aquello.

Un día, nada diferente o relevante respecto a cualquier otro, aconteció por primera vez: soñé que conducía al niño hacia la escuela (justo iba cumplir los cuatro años) y durante el trayecto un tráiler derrapaba, en carambola una camioneta se impactaba contra nuestro vehículo, Antonio fallecía al instante. Desperté casi para amanecer, exaltado y tratando de analizar lo que pasó, fui al cuarto del niño, ahí estaba, plácidamente dormido y sin daño alguno. Ante lo insólito del sueño, ni siquiera había revisado la fecha en que ocurriría el supuesto accidente. Traté de despejarme, continué con mi rutina diaria, no quise alarmar a nadie, pero entendí que algo no estaba bien.

Esa noche tuve el mismo sueño, sin embargo esta vez, sabiendo lo que ocurriría, vi mi celular buscando la fecha, comprobando que eran justo tres meses adelante. Salí de casa con el niño y cambié de trayectoria evitando el fatal accidente, sin embargo, en esta nueva circulación, justo enfrente de un edificio en construcción una maniobra mal ejecutada dejaba caer una pieza de concreto impactando en el lado del copiloto de nuestro vehículo… Antonio moría al instante nuevamente. Desperté llorando y casi en shock, no entendía qué estaba pasando y porqué a pesar de cambiar el sueño el resultado no variaba. Comencé a obsesionarme con esta situación, sin poder contarle a nadie, trataba de “disfrutar” el día a día, con la angustia de no saber cómo resolver esto.

Y así fue como un día tras otro busqué todas las opciones posibles para evitar que terminara en tragedia la vida de Antonio, sin embargo, el resultado siempre fue el fracaso. Durante los meses previos lo vi partir decenas de ocasiones, todas diferentes, el colmo fue que incluso las veces que decidía dejarlo en casa tampoco obtenía un desenlace satisfactorio. En consecuencia, al acercase la fecha mi zozobra crecía y era insoportable. Evadía el sueño pero de manera inevitable terminaba en el mismo círculo. Agoté todos los escenarios racionales y factibles, repasé todas las vialidades, analicé cada detalle, cada opción, tomé otras alternativas vehiculares y de transporte… y nada pude cambiar.

Cuando finalmente llegó la mañana indicada, le pedí al niño que le diera un gran abrazo y muchos besos a su mamá. Nos despedimos y salimos de casa, dos cuadras después me detuve, lo miré y le dije: “hoy no va pasar”, devolviéndome él una mirada de curiosidad. Aceleré, decidí perder la cautela en un arranque de desesperación, cambiando así lo ocurrido en los sueños: rebasé los límites de velocidad, usé calles tomando el sentido contrario de la vialidad, parecía avanzar con efecto favorable, el último trayecto lo recorrí usando la reversa del auto a toda velocidad, lo único en que pensaba era llegar al colegio y que Antonio entrara con bien, ese era mi objetivo. Para mi asombro, nos detuvimos justo en la entrada de la escuela, nunca había llegado tan lejos. A toda prisa, le quité el cinturón de seguridad al niño y lo bajé del vehículo, apenas comenzaba a girar y escuché unos gritos de terror de las personas cercanas.

Entonces lo entendí, no importaba cuánto improvisara, cuánto lo analizara, nada iba cambiar el resultado, no podía alterar algo que en apariencia estaba destinado a ocurrir de forma inevitable, comprendí que el punto nunca fue modificar la conclusión, en realidad… era cambiar al participante… Cuando quedó claro supe con exactitud lo que debía hacer y sin pensarlo lancé al niño hacia dentro del auto, arrojándome de espaldas tratando de interceptar lo que sea que se acercara. Un camión que perdió el control al poncharse una de sus llantas, invadió la banqueta y me impactó de lleno… por unos segundos no supe de mí…

Sentía cómo se me iba el aire, abrí los ojos después de un rato, ni siquiera pregunté al respecto, no derramé lágrima alguna, no sentí tristeza, había pasado por todo aquello tantas veces que la única sensación que me quedaba en el fondo, era de paz al fin. Como me fue posible, lo busqué con la mirada, llovía y estaba muy nublado… entre la pequeña multitud que se reunió, alcanzo a verlo sentado en el vehículo, sin saber qué está pasando, su gesto es de tristeza al verme tendido, trato de decirle con los ojos que todo va estar bien, que lo logramos, pero no puedo hacer el más mínimo sonido o movimiento. . . me sentí agotado. . .

Pero mi última visión del futuro, fue la imagen de mi esposa y mi hijo caminando tranquilamente en la playa.

 

Miguel Borjas

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