«Dios nuestro, siempre dispuesto a la misericordia y al perdón, te pedimos humildemente por tu hijo Andrés Canteliós Estre al que has llamado hoy a tu presencia. Concédele llegar a la verdadera patria y gozar de la alegría eterna».
Tras hurgar un buen rato entre sus ropas ceremoniales, el huesudo párroco de enormes patillas encontró lo que estaba buscando. El negro mando a distancia brilló bajo la luz del sol en aquel día caluroso. Al encontrar el botón adecuado, lo mantuvo pulsado mientras susurraba la orden deseada: «Iniciar descenso». Soltó el botón y guardó de nuevo el mando.
Los dos recios robots de la serie PUMP abrieron su mecanismo visor y se pusieron literalmente manos a la obra, agarrando sendas cuerdas con que bajaron suavemente el ataúd hasta el fondo del nicho con total delicadeza. El párroco siguió recitando el salmo con expresión serena, pulida a través de tantos años de práctica en aquella labor, y aparentemente ajeno a que muy pocos le estaban escuchando realmente, no había duda de que era todo un profesional. En poco tiempo y en gran coordinación uno con otro, los dos trabajadores mecánicos terminaron la labor encomendada.
—No puedo creer que al viejo le haya llegado la hora.
—Y que lo digas, es de estas personas que uno casi espera que fuera a vivir para siempre.
Andrés Canteliós nieto y su hermano Luis apenas pudieron permanecer unos pocos segundos sin cuchichear mientras el sermón religioso seguía su curso.
—¿Te acuerdas de tu boda? Cuando se quedó quieto fingiendo una sonrisa porque pensaba que el robot le estaba haciendo una foto.
—Y en realidad era un archivo de vídeo. La tía Marisa se contuvo la risa hasta que no pudo aguantar más y le grito “abuelo, muévase que le están grabando”.
Algunos asistentes se habrían dado la vuelta para mirarles con cara de desagrado si no hubiera sido porque los dos hermanos se encontraban en la primera fila de asientos. El párroco siguió adelante con su labor como si nada.
—Pero sin duda —empezó de nuevo Luis—, lo mejor de lo mejor era ver una película en VR con él.
—Calla, calla, no me lo recuerdes. ¡Qué risa! Aún puedo imaginarlo con las gafas puestas y chillar “que el asesino está detrás de ti” a la nada.
—Siempre sospeché que lo hacía aposta para hacernos reír.
—Que no te extrañe.
—Aunque cuando creía estar solo viendo la novela, también lo hacía. ¿Te acuerdas?
—Claro que me acuerdo, para él la novela era sagrada, y la vivía con ganas.
—Y eso que llegó a tener 900 capítulos.
—¡Qué va! Si una vez el autor dijo que con diez años de emisión a capítulo por semana apenas había llegado a la mitad de la serie. Creo que llegó a tener 1100 episodios o más.
“Shhhhhht”, replicó molesta una señora mayor a sus espaldas. Luis torció la boca en un claro gesto de fastidio.
—Joder, macho —replicó susurrando en un tono más bajo—, si levantara la cabeza y viera la cantidad de caras de vinagre que han venido a despedirle, nos pateaba el culo a todos.
—O nos contaría alguno de sus chistes.
—Eso si no se muere otra vez de la impresión de ver robots en su funeral.
—Siempre decía que estos aparatos no podían superar a un teléfono móvil.
—“Eran caros pero aun así todo el mundo tenía alguno, y comprar uno nuevo era todo un acontecimiento” —dijo Luis imitando la voz del finado.
—¿Desea hacer una llamada señor? —al pronunciar la palabra “teléfono”, el robot personal de Andrés cambió su posición respetuosa por la ceremonia por un gesto sumiso hacía su propietario.
—No, GPT-0, gracias.
—Si el señor no me necesita, quisiera seguir rindiendo mis respetos al señor abuelo Andrés.
—Claro, GPT-0, adelante.
—Gracias, señor.
Andrés nieto sacó un mando muy parecido al del párroco huesudo y de patillas largas, que de repente le recordaba a un caniche con sotana, y pulso un botón. Tras susurrar la instrucción “Reducir buenos modales al hablar en un 15%”, siguió compartiendo viejos recuerdos con Luis pese a la disconformidad de la misma anciana malhumorada que un momento antes había intentado infructuosamente hacerles callar. El robot recibió la instrucción de su amo sin más, solamente habló para anunciar que el cambio se había aplicado con éxito.
Realmente GPT-0 no era nada excepcional. En “The Alexander Malvakian Robot House” le habían hecho una muy buena oferta por aquel modelo que ya tenía unos añitos en el mercado y no se podía comparar con el lujo y la extensa gama de aplicaciones que poseía el modelo KNGHT-Lancel o Arthus, y no hablemos de la serie WZRD que recién había sacado su modelo 02. Aquel sí que era un robot que impresionaba verlo y capaz de hacer de todo, lástima que sólo estuviera al alcance de unos pocos pijos realmente forrados de pasta o grandes celebridades. Aun así, GPT-0 se conservaba muy bien y era un modelo nada desdeñable. Puede que tuviera una versatilidad bastante normalita y sus apps físicas fueran más bien escasas, pero lucia una línea estilizada que combinaba con todo. Lo cierto es que era bastante fiel a la apariencia humana, y aun así la teoría del “uncanny valley” le resbalaba totalmente sobre su superficie cromada, siendo una máquina agradable a la vista.
GPT-0 permaneció mudo y aparentemente quieto, con sus dos mecanismos visores fijados sobre la ceremonia. Solamente un zumbido casi inaudible señalaba que algún proceso interno tenía lugar entre su enmarañada maquinaria.
—Por los siglos de los siglos, amén. Queridos hermanos, podéis ir en paz —dicho esto, el párroco dio el pésame a la familia más cercana al difunto y se fue apresuradamente mientras los dos robots PUMP terminaban el trabajo de nivelar la tierra.
—GPT-0, nos vamos.
—Entendido.
—Ah, y otra cosa. Ahora que lo recuerdo, sí tengo que hacer una llamada. Marca el número de la tienda de reparación de pequeños electrodomésticos y diles que se pasen por casa para ver si el viejo tostador tiene arreglo.
—Sí, señor, iniciando llamada.
***
Lo primero que hizo el operario fue desmontar la bandeja donde caen las migas y la tapa de los botones del termostato en el viejo tostador para limpiarlas con una extraña herramienta de aire comprimido, la cual parecía estar mejor diseñada para remachar naves espaciales que para arreglar un pequeño electrodoméstico. Luego, puso un lubricante en la palanca del aparato, lo movió con brío arriba y abajo, y ya se suponía que estaba arreglado. Sin embargo el problema del viejo tostador resultó estar en la resistencia, el elemento que calienta las tostadas, que estaba roto. Y por lo que cuesta cambiarla. Ante el precio Andrés nieto llegó a la simple conclusión de que mejor era tirarlo para comprar otro nuevo.
—GPT-0, deshazte de esto —dijo sin pensar. Viejo tostador pasó de unas manos humanas a otras frías y metálicas. El robot tomó la máquina. Un zumbido anunciaba el uso del zoom fotográfico situado en sus dos mecanismos visores y el inicio de un proceso interno.
—Señor Andrés, ¿puedo preguntarle algo?
“Oh, mierda” protestó mentalmente. Sospechó que se había precipitado al darle la máquina estropeada al robot y esperaba no tener que usar el “protocolo de emergencia” para estos casos.
—Claro, GPT-0. Dale sin miedo, ¿Qué quieres saber?
—No quiero molestar, pero lo cierto es que tengo más de una pregunta.
Andrés rebuscó entre sus bolsillos nerviosamente sin perder de vista su robótica propiedad.
—Haz todas las preguntas qué quieras.
—¿Viejo tostador está muerto?
—No, GPT-0, sólo está roto. Necesita una pieza nueva y es mejor comprar uno nuevo.
El robot bajó la cabeza hacía el electrodoméstico, se oyó un nuevo zumbido antes de mirar de nuevo a su propietario.
—¿El abuelo Andrés necesitaba una pieza nueva?
—No, GPT-0, el abuelo tenía el cuerpo cansado. El corazón dejó de funcionar y…
“Joder, no debería haber dicho esto”. Siguió buscando en sus bolsillos con creciente preocupación.
—¿Murió?
—Eso es, murió.
—¿Se le puede cambiar el corazón defectuoso al abuelo Andrés? Era bueno conmigo, me gustaba.
—Era bueno, sí, pero no se podía cambiar su corazón defectuoso.
—¿Por qué no? ¿Qué diferencia hay entre el corazón del abuelo Andrés y la pieza calorífica del viejo tostador?
Andrés no sabía que responder a esto. Estaba acorralado. Empezaba a preocuparle de veras que en cualquier momento pudiera ocurrir lo mismo de la última vez.
—Pues hay mucha diferencia.
—¿Y entre “roto” y “muerto” también hay mucha diferencia? Ambos sólo necesitaban una pieza nueva.
—Me temo que es más complicado, GPT-0 —“¿Dónde estará el maldito mando?” Entonces lo vio, en la repisa al lado del cubo de la basura, frente a GPT-0. El robot miró de nuevo al aparato estropeado, parecía embelesado en su propio reflejo sobre otra máquina.
—¿Podemos hacer un funeral para el viejo tostador? ¿Como al abuelo Andrés? El viejo tostador también me gustaba.
—No, lo siento, pero no podemos.
—¿Por qué hay mucha diferencia?
Andrés se acostó cuidadosamente a la estantería para coger el mando.
—¿El señor Andrés se acerca para dar consuelo a GPT-0? ¿dar el pésame como en el funeral?
—Eso es.
—El señor Andrés es bueno conmigo.
El mando estaba justo en frente, sólo debía estirar el brazo.
—Una última pregunta, señor.
—Dime.
—Cuando me falle una pieza, ¿voy a morir o me voy a romper?
Andrés tomó el mando de un manotazo y pulsó de inmediato el botón rojo. El estallido cegador de luz blanca inundó por completo la estancia.
***
—Qué fuerte, tío —sin parar de jugar Luis escuchó hasta la última palabra de su hermano—. ¿Pero tú estás bien?
—Aún sigo alucinando. Te lo juro, tío, el robot quería saber si iba a tirarlo a la basura o si iba a enterrarlo. Había aprendido tanto que podía pensar en su futuro, otra vez.
Luis se quedó mudo de asombro. Había oído hablar de robots que habían enloquecido e intentaron defenderse de sus dueños, especialmente cuando estos les daban órdenes absurdas sólo para ver qué pasaba. Incluso había quienes decían que algunos robots desarrollaban tendencias autodestructivas o que intentaban fugarse de sus propietarios, pero nunca imaginó que alguien tan cercano como su hermano Andrés protagonizaría una de aquellas estrafalarias historias.
—Entonces, ¿lo hiciste? ¿Seguiste el protocolo?
Andrés pulsó “pause” en el mando del videojuego. La imagen de la pantalla se detuvo al momento. Ambos hermanos se miraron cara a cara.
—No tuve más remedio. El robot entró en pánico, tuve que hacerlo. Pulsé el botón rojo del mando para el borrado de emergencia y GPT-0 se detuvo en el acto. En cuando terminó de reiniciarse, había olvidado completamente todo lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas. Y menos mal que lo hice, porque ahora no me puedo permitir comprarme otro. Lo malo es que al final tuve que ir yo mismo a tirar el dichoso tostador mientras el robot se reiniciaba.
El otro hermano se quedó unos segundos sin decir nada, rascándose el mentón.
—Pero… ¿esto servirá de algo? Porque no deja de ser como borrar algo de un disco duro. Leí en no sé dónde que esto no sirve para nada, que lo único que hacemos es marcar ese algo que borramos como “no disponible” para nosotros, pero para la máquina sigue existiendo en forma de datos que siguen ahí de algún modo. ¿Y si GPT-0 los recuerda algún día?
—No sé, tío, no sé. Sólo espero que la garantía contra datos residuales en robots que tanto anuncia “Industrias Alexander Malvakian” sea tan buena como dicen.
—No te agobies, puede que los robots sean conscientes de sí mismos y que aprendan, pero no dejan de ser máquinas. A mí me da que ni sienten ni padecen.
Andrés quiso creerle.
T.A. Llopis
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