Obtuvo todos los permisos para hacerlo, menos el más importante. Los vecinos del fraccionamiento Contry aún recuerdan al empresario que dispuso de cuanto fue necesario para realizar una gran empresa: hacer giratorio al cerro de La Silla.
Un gran carrusel orográfico.
Un hipermacrojumbopetrocarrusel único en el planeta (y quizá en todos los planetas).
Tramitó, pagó, regaló; hizo lo que en este país se considera necesario para conseguir autorizaciones.
Inclusive puso a hacer prácticas profesionales a varios cientos de estudiantes de nivel superior, a los cuales encerró en los campamentos y sometió a trabajos forzados. Una esclavitud disfrazada de compromiso idealista que le ayudó a disminuir muchísimo los costos.
Así procedió, hasta que tuvo fecha de inauguración. El cerro daría su primer giro en unas semanas más. Entonces, el empresario vio a un grupo de boy scouts ascender la montaña (unos dicen que fueron los del Grupo X; otros, que los del XXI) y decidió seguirlos (después de todo, ya se sentía de alguna manera propietario y lo correspondiente era conocer sus dominios).
Subió, en efecto. Sin embargo jamás bajó, ni ha vuelto a saberse de él. Tampoco puede afirmarse su muerte, puesto que sus restos no han sido encontrados.
Había obtenido todos los permisos necesarios, excepto el más importante.
(Dicen los que saben del monte que igual sucedió, años atrás, a los constructores del teleférico… )
Jaime Palacios