106.9 FM

Contra toda lógica, la cuña publicitaria que salió de la radio del coche declaro que estaba escuchando “109.6 FM, Radio Hoy”.

La repentina jaqueca se había convertido en una odiosa molestia para seguir al volante, aun así Carlos se devanó los sesos para tratar de averiguar qué extraña razón llevaría a un locutor de radio anunciar que emitían desde una frecuencia que, simplemente, no puede existir, pues el ancho de banda máximo desde el que se puede transmitir desde esta frecuencia es de 108.1MHz. De modo que la 109.6FM simplemente no podía ser.

  ¿Y nadie del equipo de grabación se dio cuenta cuando grabaron la cuña? Hay que joderse, pensó.

Maldijo entre dientes por el viento frío que entró de repente en el vehículo y subió la ventanilla sin perder de vista la inusualmente solitaria carretera. La alegre voz de Lola entrando en directo indicó que pasaban cinco minutos de las doce del mediodía y que el parte meteorológico previsto era de tiempo soleado para toda la jornada, con temperaturas casi primaverales de entre diecisiete y veintiún grados en toda la región.

 —Puede que hace un rato sí, Lola, pero ahora la has cagado.

La pantalla digital del salpicadero señalaba con total claridad que estaban a seis grados.

En cuando la viera pensaba preguntarle qué le había pasado. En más de diez años que llevaban trabajando juntos jamás había visto que tuviera un patinazo como ese.

Lo cierto es que tras salir del último túnel por el que pasa la carretera hasta la ciudad, el mundo entero parecía haberse vuelto del revés. Este frío repentino no era normal y la cabeza no sólo le dolía sino que le daba vueltas salvajemente como si la estuviera centrifugando en la lavadora. ¡Mierda, si hasta le parecía que el sol había cambiado de sitio!

—En serio, Carlos, tienes que dejar de pegarle estas sobadas al señor Jhony Walker —se dijo a sí mismo.

Por suerte, el largo tramo de carretera que se abría ante él era plano y recto, casi desértico, como en una de esas películas norteamericanas en dónde todo ocurre en medio de ninguna parte.   Apretó el acelerador. Según el GPS del móvil aun le faltaba un cuarto de hora para pasar por el túnel que le llevaría directo a la arteria principal de la ciudad, pero no quería esperar tanto. En cuarenta minutos ya debía estar en directo y sólo Dios sabe cómo podría estar el tráfico en las calles aunque la carretera estuviera vacía. En la radio, Lola “la del tiempo” dio paso a Lucas “Músicas”, quien decidió empezar su programa con uno de esos grandes temas que el rock regaló al mundo.

—Ese es mi Lucas —dijo Carlos orgulloso, como si el mismo hubiera elegido el tema “Let there be rock” que estaba sonando.

No hay duda de que la melodía adecuada le anima a uno. El frío y el dolor de cabeza parecían perder terreno mientras se dejaba invadir por la música, aunque la extraña sensación de mareo le impedía gozar del tema como se merece, pues la canción le sonaba distinta.

—Si, amigos —saludó Lucas a través del aparato de radio—. Vosotros lo pedís y Lucas os lo pone, en riguroso directo en la 109.6FM.
—¿Tú también con eso de la 109.6, Lucas? ¿Qué os pasa hoy a todos?gruñó.

En el aparato, Lucas siguió como si nada.

—Esta es buena música, un tema atemporal pese a que ya han pasado sus buenos treinta y cinco años desde que la genial banda Kantuckee nos regaló esta maravilla.

Al escuchar esto, Carlos Bharí, redactor y presentador de noticias en una emisora local, buen tipo en general aunque excesivamente aficionado a empinar el codo, y apasionado del rock & roll, estuvo a punto de salirse de la carretera a causa de la impresión. Pisó el freno bruscamente y su vieja chatarra derrapó dejando dos largos rastros de ruedas en el asfalto. La endeble dirección del coche se balanceó. Carlos agarró fuertemente el volante hasta conseguir recuperar el dominio del vehículo y detenerlo completamente. Se quedó mirando el aparato de radio con suspicacia, como si este le hubiera insultado deliberadamente, y recapacitó. Puede que Lola se haya equivocado con el tiempo por la razón que sea, puede que tuviera un mal día, que le hubiera sucedido alguna desgracia grave que no le dejara concentrarse… es algo que le puede pasar a cualquiera. Pero que el también fanático del rock Lucas “Músicas” confundiera Kantuckee con AC/DC y se equivocara con una diferencia de siete años en la publicación de “Let there be rock”, señoras y señores, aquello era una clara señal de que algo andaba realmente mal en algún lugar.

Entonces, Carlos vio que algo caía del cielo. Luego cayeron cuatro más. Ya no hacía frío así que salió del coche para ver mejor aquellos pequeños fragmentos de roca incandescente que desaparecían en plena caída por la fricción del aire, como rojas estrellas fugaces, diminutas y humeantes, deseando caer sobre la gran ciudad. Pero una de ellas, de mayor tamaño que las anteriores, atravesó limpiamente el enorme obelisco conmemorativo del casco antiguo, derribando la mitad superior del gigantesco monumento sobre los edificios cercanos en medio de una gran polvareda. Incluso a tanta distancia sintió la tierra temblar levemente bajo sus pies. Carlos observó la escena aterrorizado.

Ya no se escuchaba ningún tema de rock en la radio, sino una voz claramente asustada.

Subió al coche apresuradamente para subir el volumen y saber qué estaba pasando cuando por encima del vehículo paso una sombra a gran velocidad que emitía un atroz silbido al surcar los cielos. La tierra estalló a varios metros frente al coche, agitando violentamente todo a su alrededor. Carlos sufrió una fuerte sacudida dentro del coche, rebotó al golpear contra el techo y el parabrisas. El dolor de espalda al caer repentinamente contra el asiento del conductor fue considerable.

El temblor paró y Carlos comprobó que realmente sólo se había hecho algunas magulladuras y un pequeño corte en la frente del que se desprendía un hilillo de sangre. Seguro que al día siguiente tendría el cuerpo cubierto de enormes moretones por todo el cuerpo, pero en aquel momento aquello era lo de menos. Notaba su corazón bombeando tan rápido como el de un colibrí y llegó a temer que en verdad se le saliera del pecho. Encendió el motor a toda prisa con intención de salir de ahí cuanto antes e introducirse en el túnel que conducía a la ciudad para resguardarse, no fuera que cayera otra de aquellas cosas y le diera de lleno. Salió de la carretera para rodear el agujero que unos segundos atrás había sido un volumen denso de asfalto y tierra. El aire abrasador que empañó de inmediato el cristal del conductor provenía de la roca hundida a varios metros de profundidad en medio de la carretera. La arenilla que se desprendía del cráter crepitaba al caer sobre la gran roca incandescente. Pegó la nariz a la ventanilla para cerciorarse de que sus ojos no lo engañaban. Un sudor frío recorrió su espalda al pensar que el meteorito responsable de semejante impacto apenas era un poco más grande que una pelota de baloncesto. Terminó de rodear el cráter humeante y retomó la carretera al mismo tiempo que en la “109.6FM, Radio Hoy”, Lola daba un aterrador aviso a la audiencia.

—…urgencia colapsados y protección civil ruega que no salgan de sus casas. Desde el interior del estudio no podemos ver qué está ocurriendo pero tenemos al teléfono a nuestro reportero de noticas Carlos Bharí que nos informa en directo de la situación en la calle. Adelante, Carlos.
—Si, Lola —dijo su propia voz a través de la radio—, ¿Me oís bien? Estoy en plena Gran Avenida, frente al Parque del Pinar, no me atrevo a salir del coche porque la situación es realmente grave. Hasta dónde me alcanza la vista, he contado no menos de diez meteoritos tan grandes como una pelota de baloncesto, pero uno sólo de ellos ha sido suficiente para causar un grave incendio en un bloque de pisos en dónde ha impactado, derribando gran parte de…

El Carlos “no de la radio” sintió un vacío en su pecho al escucharse a sí mismo en directo desde el corazón de la ciudad mientras él seguía conduciendo por la carretera que llevaba a dicha ciudad. Miró el GPS desde su propio teléfono móvil, el mismo con el que supuestamente estaba realizando una conexión telefónica en directo desde un parque situado a más de diez kilómetros de allí. Creía que la cabeza le iba a explotar. Por un momento trató de engañarse con la posibilidad de que quien hablaba era un impostor. Pero no, sabía que era el mismo. Sentía el tacto del móvil en la palma derecha al sujetarlo para hablar mientras tenía las dos manos en el volante, el verdor del césped del parque a la vez que el asfalto de la carretera, el aroma de los pinos sentado en el asiento del conductor. No había lugar para interpretaciones, estaba en dos sitios a la vez.

No podía ser, y sin embargo era.

—Carlos, ¿Carlos? ¿Sigues ahí? —saltó una voz en la radio—. Por un momento parece que te hemos perdido. Nos comunican desde el observatorio de la Universidad de Ciencias Puras que se aproxima una tormenta de meteoritos de mayor tamaño que podrían atravesar la atmósfera y llegar hasta las calles. Sólo en esta zona han detectado casi un millar de cuerpos rocosos que podrían llegar a alcanzar los dos metros de radio incluso con la pérdida de materia que les supondría la fricción del aire. ¡Joder, Carlos, estas cosas van a ser como bombas, ponte a cubierto en el metro o dónde sea!
—¡Te recibo, Lola! —replicó su “yo” que hablaba por la radio—. Voy a intentar llegar hasta la parada más cercana. Pero desde aquí la situación está siendo dramática, siguen cayendo más de estos meteoritos, y no os lo creerías. Están… ¡oh, Dios!, ¡Dios mío, algunas de estas pequeñas rocas son del tamaño de bolas de billar al rojo vivo, están atravesando literalmente el cuerpo de las personas en la calle como pequeñas balas de cañón! Se han producido varios heridos de gravedad y al menos cinco personas claramente muertas en un instante. No puedo avanzar por la cantidad de gente que intenta subir al coche presa del pánico, para intentar salvarse. Estoy atrapado.

Aquello era tan aterrador como surrealista. Sin darse cuenta pisó el acelerador a fondo mientras experimentaba la ansiedad de aquel sujeto que hablaba aterrorizado a través de la radio y que no dejaba de ser él mismo. El túnel a la ciudad estaba cada vez más cerca, lo veía a escasos kilómetros frente a él, si lograba llegar, si lograba descubrir qué estaba pasando, quizás podría… ¿podría qué? ¿Volver a dónde fuera que no estaba? Aun así pisó el acelerador a fondo.

—¡Joder, madre de Dios! —gritó el Carlos “de la radio”—. Un meteorito de gran tamaño ha impactado de lleno contra un edificio de oficinas. Lo ha atravesado limpiamente, las paredes de vidrio del edificio han explotado literalmente y están lloviendo cristales por todas partes, veo a la gente corriendo en su interior para tratar de salvarse. Espera, el edifico empieza a arder y a resquebrajarse, el suelo de la segunda planta se viene abajo, ¡todo el puto edificio se está derrumbando y la gente en su interior no puede hacer nada!
—¡Dios santo, Carlos, haz algo, sal de ahí! —gritó Lucas histérico a través de las ondas.
—La gente que intentaba entrar en el coche se ha ido por la explosión de cristales. No… no podía abrirles, se habrían matado unos a otros por entrar, se habría desatado una masacre. Voy a intentar conducir hasta…

El Carlos “de la radio” calló de repente tras escucharse el sonido del parabrisas al romperse, y luego un golpe sordo. A través de la conexión telefónica sólo se escuchaban gritos atemorizados de la gente alrededor del coche y palabras inconexas.

—Carlos, ¿qué ocurre? ¿Sigues con nosotros, tío? —preguntó Lucas aterrorizado.
Silencio.
—Carlos, joder, trata de ponerte a salvo —aulló Lola.
Más silencio.

Sin embargo, el Carlos que conducía a gran velocidad por la carretera mientras daba bruscos volantazos para esquivar los nuevos cráteres que se abrían frente a él, sabía perfectamente qué había pasado. Inconscientemente se llevó una mano a la garganta y todo estaba bien. No había ningún agujero humeante en la carne como consecuencia de un meteorito que se había llevado nuez y vértebras por delante, no había sangre por todo el salpicadero, y podía respirar a la vez que sabía que no había cuello en “el otro Carlos” por el que pudiera pasar el aire. Tenía la frente perlada de un sudor frío. Estaba vivo y muerto a la vez mientras observaba cómo sobre la ciudad se precipitaba una roca del tamaño de un tráiler. Por fin entró en el túnel y sintió otra vez la misma sensación de que el aire se helaba de repente. Al salir por el otro lado, el Sol estaba de nuevo en su sitio y la ciudad estaba intacta bajo un ambiente primaveral.

Ninguna piedra ardiendo caía desde el cielo.

Nunca más logró sintonizar de nuevo la 109.6FM, la frecuencia de radio imposible.

El sol y los demás cuerpos celestes seguían en su lugar por mucho que pasara por los túneles.

Pero Carlos no volvió a ser el mismo.

 

T. A. Llopis

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