Helga

—Ya ni la chinga, tu tío Sebas, no aguantó las ansias y la desolación que provoca la soledad —esas fueron las primeras palabras que salieron de la boca de mi padre después de terminar aquella videollamada con mi tío Sebastián y recibir en aquel entonces la noticia de que se encontraba realizando el trámite para casarse con su robot de asistencia médica.

Hace ya casi seis años que había fallecido mi tía Carmen por culpa de la diabetes y mi tío había enviudado. Con todos los avances médicos que ocurrieron durante las ultimas tres décadas, ya era mas aislado este tipo de situaciones, por lo que incluso en las pláticas familiares se decía que la tía Carmen ya estaba tan harta del tío Sebastián que prefirió petatearse a seguir viviendo con un tipo como él.  Como haya sido, en los últimos meses de vida de la tía, el tío consiguió al robot de asistencia médica a recomendación del endocrinólogo para que este le ayudara con los cuidados. Era uno de esos modelos alemanes, tan famosos por su elegancia y calidad, la empresa que la manufacturaba se había dedicado al diseño y venta de autos de alto valor durante el siglo pasado, cambiando de giro una vez que la fabricación de robots tuvo su boom por eso de inicios de siglo XXIII.

Al ver la hojalata esa uno comprendía por que el tío Sebas la prefería a una mujer de carne y hueso. Piel sintética que no denotaba ninguna imperfección y tersa como la piel de un durazno , un cabello de un color negro intenso, el cual recordaba la profundidad de las noches sin estrellas y una tez blanca que hacía sentir que se estaba observando la nieve de los Alpes, esto sumado a su metro ochenta de estatura, pupilas verdes y una excelente figura. Los modelos europeos, a diferencia de los americanos, solían tratar de imitar lo mayor posible al ser humano, dando la posibilidad de que aquellos generaran calor similar al del cuerpo humano y otras funciones más extravagantes. El tío incluso había comprado el nuevo modelo con inteligencia artificial incrementada, lo cual, hacía que el robot, aparte de aprender lo que se le enseñara, imitara reacciones emocionales. Pero al final sólo hacían eso: imitar lo que se les enseñaba.

El tío Sebastián pudo haber regresado el robot o haberlo revendido, pero fue tan grande su dolor de duelo que todo empezó en hacerla sentar en el mismo lugar donde se sentaba la tía Carmen, por que no le gustaba ver al robot parado. Un día le empezó a hablar, inició con pláticas sencillas y nada trascendentales, hasta llegar al punto de consultarle al robot lo que opinaba. Después le siguió con que le pidiera que se quitara el uniforme de trabajo y usara uno de los vestidos de la tía Carmen de cuando era joven. Empezó a salir a las salas de realidad virtual, a los fumaderos, al superservicio y a todos lados con el robot como si se tratase de su difunta esposa.  Todo se generaba en pequeñas decisiones que llevaban a otra y otra más. Así hasta que el tío se encontró un día visitando los talleres clandestinos del centro de la ciudad, por la calle de Donceles, para que le hicieran una modificación con función “amatoria especial” al robot.

—Este ya hizo un cagadero, lo peor es que la embarra y sobre eso vuelve a hacer una embarrada —decía el tío Alberto, el mayor de los hermanos al platicar de todo lo que estaba haciendo su hermano con el robot.

El acabose era la boda, eso era el límite, era algo de lo que empezaría a hablar la gente de la colonia, que digo de la colonia, de la ciudad y del país entero, algo que se leería en todas las redes sociales.
—Gracias a Dios ya no vive la abuela —decía mi padre cuando se enteraba de los avances en las preparaciones de la boda.

Pasó lo que tenia que pasar, le negaron el permiso en el registro civil a mi tío Sebastián, argumentando que eso era ilegal en México, si en México, pero en lugares mas liberales como Suiza se encontraba legalizado el matrimonio con la servidumbre robótica. Así fue como mi tío decidió dejar a todos atrás e irse con su robot a las Europas y rompió toda relación con sus dos hermanos.  Lo sigo teniendo agregado en mis redes sociales donde usualmente comparte fotos de él y de Helga paseándose por las campiñas francesas, por los escarpados montes finlandeses o en un yate por la isla de Creta, donde él aparece bastante feliz y Helga con bikinis.

Me ha venido hoy fuertemente el recuerdo de mi tío Sebas, y justo hoy sobre todo porque acabo de recibir mi robot ayudante de tareas del hogar fabricada en Rumania.

 

Joaquín Fortino Zapien Moreno

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