Querido diario: En definitiva he metido la pata.
Salí en una cita con un hombre. Los que compartían nuestra mesa quedaron boquiabiertos al ver que se me cayó un ojo en el plato. Las reacciones de asombro se volvieron arcadas de asco en cuestión de micras de segundo. Ese accidente sólo logró que pusieran muchísima más atención cuando me abandonaba mi cita. Fue horrible. Cometí un grave error al aprender a maquillarme queriendo ser como ellos.
A pesar de la ley Kindred Dick, ahí fuera nos siguen mirando mal; no nos aceptan en todos lados, e incluso tienen líneas especiales para que podamos pagar alejados. Bodegas sucias y húmedas para nuestras necesidades, no nos reciben en la misma mesa y a veces ni en el mismo edificio. Se creen superiores, nos humillan, se burlan.
Espero con ansias volver a soñar que a todos se nos ven los cables, detrás de la playera o debajo del vestido; que se nos acicala la piel con la lluvia ácida; que no existe la vergüenza de aquellos a los que se les desprende una parte del cuerpo. Tal vez debemos dejar de tirar gotas de aceite de entre los dedos cuando fingimos orar. A los hombres no les gusta el sarcasmo de los que estamos lejos de la muerte. Ni el de nosotros, ni el de dios.
Manuel Alejandro Ramos Ayala