Destellos en la ciudad

—Un poco más… ya casi llego…
El frío aire irritaba su cara y la velocidad le impedía respirar adecuadamente. Pero las condiciones eran adecuadas para conseguir altura.
—Ya casi la supero… un poco más…
Extendía su mano hacia arriba, como si eso le ayudara a subir. Parecía haber una ligera niebla, la oscuridad de la noche se extendía infinita ante él. Alcanzó su límite y comenzó a caer.
—¡No! Ya perdí velocidad… ni hablar…
Se había elevado algunos metros sobre los edificios más altos, ahora le esperaba una caída fatal para cualquier persona, pero Alioth era un profesional del velero solar.
—El cazador, el toro, las hermanas y el barco —repasaba mentalmente mientras caía.
Observó la ciudad, su brillo nocturno era relajante. No eran luces repartidas por las calles, sino que la luz del día era reflejada tenuemente durante la noche, con algunos destellos que daban una apariencia similar a las geodas. En un movimiento intrépido, con el mejor uso de la aerodinámica, giró repentinamente y logró desviar su caída. Era hora de volver a casa.

El velero solar era muy popular entre los jóvenes, permitía suspenderse del suelo mientras estuviera en movimiento, y se había convertido en todo un deporte urbano. Pero al depender de la aerodinámica, no eran seguros para la movilidad en la ciudad.
Cuando los jóvenes lo usaban en tramos cortos, como de su casa a la escuela, eran vistos como irresponsables y hasta posibles delincuentes menores. Pero la ciudad dormía y Alioth disfrutaba un paseo nocturno camino a casa sin causar problemas. Edificios altos, jardines en cada piso, sonidos de aves nocturnas, hacían muy relajante la noche. Pocos estaban ahí para apreciarlo, y el joven Alioth logró entrar sigilosamente en su casa y pronto se quedó dormido. Mañana debía prepararse para una carrera.

Salió de la ciudad para un entrenamiento complejo, los vientos del desierto eran para expertos. En realidad, se lo tomaba divertido, podía caer sin lastimarse pues los veleros solares no vuelan muy alto. Pero se necesita velocidad y distancia para suspenderse del suelo.
Antes de darse cuenta llegó la noche, y los vientos se volvieron más y más fuertes. Fue golpeado por una ráfaga de viento que lo sacó de control. Logró manejarlo, pero fue golpeado por más y más ráfagas. Sorpresivamente lo estaba alcanzando una tormenta de arena.
Luchaba por no caer, la arena lo golpeaba, se había desorientado. De manera intuitiva, jaló la palanca del mástil y se alzó la vela, sintió el viento más veloz de toda su vida y…
…Y de pronto todo era calma.
Abrió los ojos, se había elevado más allá de la tormenta hacia el cielo, y vio algo que nunca olvidará… ¡Pero se separó del velero y empezó a caer!
Por un momento reconoció la ciudad a lo lejos, parecía ser envuelta por una neblina luminosa, y podía verse el límite del brillo. Entonces cayó dentro de la tormenta y… despertó.
—¡Haaah…! —respiraba agitadamente– el desierto, aún no lo he olvidado…
Miraba su habitación en la oscuridad, con dificultad veía los posters que decoraban los muros:
Algunos sobre veleros solares, otros sobre competidores profesionales, y algunos con paisajes como montañas, desiertos, valles, incluso un mapa del cielo nocturno.

Si bien el velero solar era mal visto en las calles, era muy respetado como deporte, y se practicaban carreras en estadios con pistas elevadas que tenía curvas, desniveles, obstáculos, e incluso algunos segmentos pasaban por arriba o abajo de otros.
Llegó la hora de la carrera, el público juvenil encontraba emocionante ver los movimientos intrépidos de los competidores, y se agrupaban en las gradas por su competidor favorito. La audiencia estaba impaciente, los veleros esperaban al borde de la pendiente donde iniciaba la pista, con las velas bien extendidas al sol para cargar energía, pero los competidores permanecían varios metros atrás. Se acercaron para bajar las velas y volvieron a retroceder.
Una joven se encargaba de narrar el evento, hacía comentarios para generar algo de suspenso. Alioth era el único menor de edad entre seis competidores, todos rondaban los veinte años. La audiencia se empezaba a impacientar, la narradora intencionalmente provocó un silencio, y se generó una explosión de fuegos artificiales.
Los competidores corrieron a sus veleros, saltaron en ellos para caer por la pendiente y tomar velocidad. Todo el público gritó, las porras daban a notar que Alioth no era el favorito, pero sí destacaba, y en su audiencia estaban los más jóvenes.

Los primeros metros de ventaja eran determinados por el equilibrio y la disposición a la velocidad. Era fácil caer sólo por la resistencia al viento, y aun más fácil en las curvas cerradas si no dominabas la aerodinámica. Pero tan sólo unos metros después comenzaban los obstáculos: pilares que ocasionalmente se alzaban, surcos donde los veleros perdían soporte, y pequeñas rampas que daban altura, y que, según la habilidad, podían ser beneficiosas o perjudiciales.

Ya en carrera Alioth se ajustó los goggles a sus ojos, eran de micas especiales que mejoraban el contraste. Notaba a sus rivales con la vista periférica pero no podía prestarles atención, evadía columnas, rodeaba muros, y saltaba en las rampas tan veloz que se daba cuenta que emocionaba a la audiencia.
Escasamente reconocía algunas palabras de la narradora: iba tomando ventaja y dos competidores habían caído de sus veleros. Tomó la postura más aerodinámica que pudo, y en un momento de aceleración una pequeña rampa se levantó justo debajo de él, provocando un salto inesperado que le hizo perder el control, vio un competidor rebasarlo, golpeó un poco el velero contra el suelo al caer perdiendo así algo de velocidad. Jaló la palanca que levanta el mástil, la vela podía dar algo de impulso en velocidades bajas, pero podía provocar resistencia en altas velocidades. La mantuvo hasta la siguiente curva, se colgó del mástil para dar una vuelta más cerrada, y al tomar impulso bajó el mástil. Le habían tomado algo de ventaja, podía ver que tenía dos competidores delante de él. Ahora la mitad de la audiencia lo animaba, su recuperación rápida le había dado notoriedad y lo habían visto de cerca en las pantallas.

—¿Es ahora el joven Alioth el favorito? —decía la narradora al ver la reacción del público.
Poco a poco se acercaba a sus rivales, pero ya estaban próximos a la meta. Por un costado de la pista se levantó una rampa, si la tomaba con suficiente altura, evitaría tomar una curva previa a la linea final, y ganaría en primer lugar, pero también podría caer de la pista.
No había mucho que perder, el tercer lugar ya lo tenía asegurado. Los narradores, la audiencia, vieron como parecía inclinarse fuera del camino. Alioth dio el salto y todos se sorprendieron. Tomó su postura más aerodinámica, se elevó, y se pudo escuchar una fuerte inhalación de sorpresa de todo el público. Claramente se había vuelto el favorito.
Estaba por llegar, el público se puso de pie súbitamente. Había hecho el salto de la victoria, y justo antes de caer cruzaron a toda velocidad los dos competidores que tenía por delante…

Esa noche Alioth fue a la azotea de uno de los edificios más altos. Había celebrado su tercer lugar en la carrera pero no le interesaba prolongar mucho el festejo. Veía la noche oscura y el brillo de la ciudad. A esa altura el viento era siempre constante, y si sabías aprovecharlo, la arquitectura de los edificios permitía intentar grandes saltos con el velero solar.
Algo aprendió en el desierto: La vela no sólo servía para recargar energía con el sol. Los edificios impedían vientos fuertes en la ciudad, y pocos aprendían a impulsarse con la vela.

La ciudad brillaba un poco menos en las alturas, sólo necesitaba elevarse algunos metros para superar la luz que emitía. Alioth se preparó, corrió a su velero, y haciendo uso de la estructura del edificio, dio un gran salto extendiendo la vela.
—Un poco más… ya casi llego…
El frío aire irritaba su cara, y la velocidad le impedía respirar adecuadamente. Pero de pronto, las estrellas aparecieron delante de sus ojos. Había superado la neblina luminosa.
—El cazador, el toro, las hermanas, los gemelos, y el navío… una más que la última vez…
Fueron las constelaciones que pudo reconocer y que conocía gracias al mapa del cielo que tenía en su habitación. Perdió velocidad, y comenzó a caer.

 

Juan Daniel López González

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