—¿Seguro que es aquí?
Víctor suspiró —Qué sí.
Estaban frente al museo donde el viejo canal empezaba su recorrido.
—Esta es la lagartera.
—Gracias por decirme lo evidente.
La lagartera en cuestión era un grotesco bloque de concreto metido a fuerzas en el agua. Se suponía que era una escultura que representaba animales acuáticos pero más parecía un mal viaje de mota que una obra de arte.
—¿Qué clase de bicho puede estar metido ahí?
—Sepa…
La desafortunada escultura estaba llena de agujeros que se suponía eran las madrigueras de los animales que representaba. Pero con la mala fama que tenía el lugar la gente decía que justo ahí se escondían los monstruos mutantes que, según la leyenda urbana, habitaban la pestilente agua del canal. Aunque los rumores eran muchos, nunca se había podido probar nada por lo que se especulaba que todo era mucha imaginación así como el grado extremo de contaminación del agua lo que había generado los rumores.
—¿Qué clase de trabajo?
—¿Quieres el dinero o no? —preguntó Víctor, su paciencia al límite.
—¿Exactamente que decía el mail?
—Diez mil pesos por cazar bichos peligrosos.
—¿Que tan peligrosos?
—Pos no creo que sean leones o tigres.
—¿Tú crees que un casco y hombreras de fútbol americano y un equipo de motociclista sean suficiente protección? ¿O que un bate sirva de algo?
—¿Tienes alguna otra idea?
Erik no contestó limitándose a resoplar y mentar madres en voz baja mientras recorrían el resto del camino hasta la entrada. El canal se encontraba bajo el nivel de la calle y en ese momento estaba rodeado por una valla de gruesas tablas que obstruían la visión. En un extremo estaba un tipo de casco industrial y chaleco parado frente a lo que parecía ser una puerta.
—Venimos por lo del trabajo —le dijo Víctor.
Sin decir nada el del casco corrió el pesado cerrojo que aseguraba la puerta y con un movimiento de cabeza les indico que pasaran. Dentro se encontraron con una malla ciclónica, coronada por espigones y alambre de púas, que rodeaba la escultura junto con la valla. —Por ahí —les dijo el tipo. Las tablas y la malla formaban un camino, que daba varias vueltas antes de llegar al agua. Más que un sitio de obras parecía la entrada a un campo de concentración.
—Todavía no me convence.
—Chingado, ¿qué tan malo puede ser, eh?
Ambos se pararon en seco. El lugar estaba lleno de tipos bastante raros. Había un grupito que sin duda eran cholos de alguno de los muchos tugurios de la ciudad y un par de individuos rapados y tatuados que blandían machetes. Otro parecía un soldado y otro más tenía toda la pinta de peleador de MMA. Había uno, sin duda un nerd, vestido de ninja y una katana al hombro. Además estaba un anarcopunk capitalino, distinguible por llevar la cabeza envuelta en una camiseta. Algo separado de ellos se encontraba un tipo de anteojos amarillos, sin duda un cazador, con una escopeta, tan grande como Víctor. También estaban un montón de vagos y teporochos, moviéndose de un lado a otro hablando incoherencias. Lo más notorio era su olor, mezcla de sobaco, mierda y orina y una pequeña nube de moscas que seguía a cada uno. Un par de mujeres, pelo a rape, enfundadas en camisetas de tirantes, botas militares y pantalones camuflados tiraban golpes y paradas al aire Y todos sin falta clavaron la vista en ellos. De pronto Erik comprendió cómo debía ser estar sentado en medio de la porra contraria.
—¿Dónde dices que viste el anuncio? —susurró Víctor.
—Pegado en un poste.
—Ah…
Más allá, hablando por celular, estaba el que sin duda era el jefe, con su subalterno de rigor pegado a él. El del casco les hizo una seña.
—Ya esperamos suficiente —dijo guardando el celular y acercándose al grupo—. Bien, señores, ya les di las instrucciones en el mail. A los que no, esto es muy fácil. Acaben con todo lo que salga de ahí —señaló la escultura—. Sólo un detalle: una vez que empecemos la malla va a estar electrificada y la puerta no se abre hasta que no quede ningún bicho—. O ellos acaben con ustedes.
El tipo clavó una mirada poco amable en su subalterno.
—También les recuerdo que si algo les pasa, pos mala suerte —añadió.
Se dirigió a la entrada seguido del subalterno, mientras el del casco trepaba a lo más alto de la lagartera cargando un bulto bastante extraño. El tipo llegó a la puerta e hizo una señal. El del casco jaló una cuerda que colgaba del paquete, lo arrojó dentro y salió corriendo. La puerta se cerró de golpe tras él.
La escultura empezó a echar humo por todas partes. Se empezaron a escuchar gruñidos.
Tras un momento de duda el grupo comprendió lo que pasaba y se preparó. El anarcopunk comenzó a sacar botellas con gasolina de su mochila y a encenderlas. Los pandilleros sacaron varias pistolas y un cuerno de chivo. El soldado desenfundo un par de cuchillos del tamaño de un brazo. Los teporochos sacaron botellas rotas, cadenas, un cuchillo cebollero y una barra metálica entre otras cosas. Los rapados comenzaron a raspar el piso con los machetes. El cazador subió un par de escalones, con su arma lista. Víctor y Erik se pusieron el equipo lo más rápido que pudieron.
El humo se hizo denso y apestoso. Los gruñidos aumentaron de intensidad, deteniéndose bruscamente.
— ¿¡Pos que peeeeedo!? —gritó alguien.
—¡Oaleee, cabrones! ¡Ya valieron madre!
No sucedió nada
Uno de los cholos se acercó a la escultura.
—¡Inces putos mari…
No pudo terminar la frase pues la lagartera vomitó una horda de criaturas de pesadilla que les cayeron encima con la velocidad del rayo. El cholo ni siquiera pudo levantar su arma antes de que una de las cosas le arrancara la mano de un zarpazo y la cara de otro.
Los teporochos perdieron lo valiente y empezaron a correr en todas direcciones. El resto de los pandilleros empezaron a disparar sin ton ni son. El del cuerno de chivo simplemente no podía controlar el arma y acabo dándole a un teporocho, quien a pesar de eso siguió corriendo. Los rapados se lanzaron hacia adelante. Uno consiguió asestarle un machetazo a una de las criaturas mientras que el otro sólo gritaba y abanicaba el aire igual que el de la katana. El peleador consiguió conectar varios golpes que hubieran matado a cualquiera, sin efecto aparente. El soldado abrió en canal a una de las bestias de una cuchillada mientras a otra le cercenaba una zarpa y le abría el cráneo a otra más. Las mujeres se convirtieron en torbellinos que girando sobre sí mismas mantuvo a raya a las bestias.
Víctor y Erik se hicieron lo más atrás que pudieron al darse cuenta que los golpes servían de poco. Las criaturas eran un burdo remedo de hombre, mitad pez, mitad sapo, todo colmillos y garras, con las extremidades posteriores dobladas como las de una rana lo que no les impedía moverse con rapidez.
Había demasiadas. No importaba cuanto las golpearan o las hirieran no paraban en su ataque. Una brincó sobre uno de los cholos, casi separándole la cabeza del cuerpo de un mordisco. El de la katana perdió medio brazo de otra dentellada. El peleador fue derribado, desapareciendo bajo las bestias que destriparon. El anarco sólo tuvo tiempo de arrojar una de sus bombas, acertando de lleno a una de las criaturas antes de tener que salir corriendo. Una bestia paró en seco a una de las mujeres, y de un tirón le arrancó una pierna. Su compañera chilló como gato asestándole una lluvia de patadas en la cabeza a la criatura. Esta, sin siquiera sentirlo, le hundió el cráneo usando la pierna cercenada como garrote, antes de que le saltaran las tripas por un disparo del cazador. Los pandilleros consiguieron abatir otras más. Víctor consiguió ver como algunas explotaban en una bola de sangre y sesos al ser alcanzadas por el cazador. Los rapados descabezaron a otras más. Erik sintió cómo algo se rompía al asestarle un batazo a una que saltó hacia él. Víctor le aplastó el cráneo a otra, salpicándole de sesos.
Las criaturas alcanzaron a los teporochos y los descuartizaron, miembro a miembro. El de la katana, con el muñón chorreando sangre trató de alcanzar el camino hacia arriba sólo para ser derribado por una de las cosas, que le arranco la parte posterior del cráneo. Uno de los pandilleros alcanzó a volarle la cabeza a otra antes de que un zarpazo le arrancara el cuello mientras que el del cuerno de chivo recibía otro zarpazo que le desgarró la espalda. Otra más alcanzó a uno de los rapados en el vientre, dejándole los intestinos colgando. Los bats de Víctor y Erik se astillaron. Erik consiguió clavar lo que le quedaba en el ojo de una criatura antes de salir corriendo.
El soldado y el anarcopunk se habían acercado al cazador. El anarco arrojando petardos y el soldado golpeando todo lo que se les acercaba mientras el cazador recargaba. A los pandilleros se les acabaron las balas y salieron en desbandada en todas direcciones, las criaturas tras ellos. El rapado que quedaba recibió una dentellada en la mano que sostenía el machete, quedándole colgada por tiras de piel. Víctor alcanzo las bombas de gasolina del anarco, que seguían donde las había dejado, arrojó una atinando al rapado en vez de las criaturas. Erik alcanzó el cuerno de chivo. No hubo forma de soltar la mano cercenada que sujetaba el gatillo. Aun así el arma disparó, rociando de plomo a las bestias que le perseguían justo antes de que le cayeran encima. El soldado arrojó a otra contra la cerca electrificada, quedando frita en el acto.
El anarco fue derribado por una enorme bestia que le alcanzó las piernas justo en el momento en que prendía un petardo, explotando ambos en una nube rojiza. Al cazador se le agotaron las municiones y fue alcanzado mientras trataba de usar la escopeta como garrote. Erik disparó en su dirección justo en el momento en que le arrancaban los intestinos, abatiendo varias criaturas más. El soldado alcanzó a degollar a otra criatura antes de ser derribado por una particularmente grande que le estrelló la cabeza contra los adoquines del suelo desparramándole los sesos. Víctor le arrojó otra de las bombas, acertándole de lleno. La criatura pegó un salto y corrió tras él, chillando y gruñendo, por varios metros antes de caer y quedar inmóvil. Erik trató de dispararle pero el arma estaba vacía. Todo quedo repentinamente en silencio.
Víctor y Erik quedaron tiesos donde estaban, temblando incontrolablemente, tensos como cuerdas de piano en espera de que algo más les saltara encima. Pasaron los minutos. Nada se movía. El aire olía a sangre, pólvora y carne quemada. Lo único que se escuchaba era el rumor de la calle, y el leve susurro del agua agitada por la brisa.
Erik suspiró aliviado y se dejó caer sentado en una maceta que sobrevivió la batalla.
—Vaya trabajito —dijo Erik clavando la vista en su amigo.
—Siiiiii —fue lo único que atinó a decir Víctor.
—¿Ora qué? ¿Cíclopes o dragones?
—No sé. Se supone que nos pagan.
—Ah.
Por un momento ninguno dijo nada. Erik trató de levantarse, una punzada de dolor se lo impidió
—Vaya si te masticaron —dijo Víctor tratando de ser chistoso.
—Sí, ajá. Oí al otro —contestó Erik señalándole el vientre donde varias líneas rojas escurrían sangre—. A ti casi te destripan.
Víctor se dejó caer, apoyando la espalda en la maceta.
—¿Entonces?
Víctor no contestó. Erik levantó la cabeza y miró en derredor. Aunque no había nadie a la vista, arriba, cerca de la entrada se notaba una especie de periscopio, que giraba en todas direcciones. Ambos le hicieron señas agitando los brazos cuando apuntó en su dirección. El periscopio se detuvo y pareció observarlos fijamente. Erik señaló la carnicería. Tras unos momentos el periscopio desapareció tras la valla. Se escucharon ruidos metálicos. La puerta se abrió pesadamente. El mandamás y el subalterno entraron, bajando rápidamente hasta ellos.
—Felicidades, felicidades —dijo todo sonrisas—. Muy bien hecho. Ahorita les doy sus cheques.
—¿Cheques?
El mandamás hizo una seña al subalterno quien empezó a llenar dichos documentos. Mientras lo hacía, evitó las miradas de ambos amigos mirando la escena que tenía delante. El piso estaba cubierto de sangre y tripas. Hombres y criaturas se fundían en montones amorfos mientras otros estaban retorcidos en posturas grotescas. Por todas partes había pedazos de cuerpos, piernas, manos, dedos, cabezas cercenadas, otras reventadas con los sesos escurriendo. La escopeta del cazador estaba doblada como juguete barato.
El subalterno le pasó los cheques. Los firmó y se los tendió con una sonrisa de oreja a oreja.
—No fue tan difícil, ¿verdad?
Alfonso Arroyo