Nadine & August

Sólo estoy esperando verte caer.
Amor mío.

So Cruel – U2. Island Record Ltd. 1991

Hasta ese grado intentó controlar todo, cuando únicamente tenía que dejarse desvanecer al igual que la niebla se aleja con el viento. Tan aferrado estaba al espacio que ocupaba en este mundo, que le aterró dejar vacío ese espacio, su espacio.

Seguramente le hizo pasar horas de meditación profunda el hecho de imaginar que su existencia terminara antes que la mía, porque entonces me dejaría libre. En casa nunca demostró ni mencionó nada, ni una sola palabra. Pero puedo imaginarlo en su trabajo sentado frente al escritorio que jamás conocí, frotándose con las manos los lados de la nariz como si sobara el cansancio de algún anteojo inexistente, su mímica tan acostumbrada.

No lo vi venir, aunque me repito que era predecible. Recuerdo que ponía mucha atención a esos eternos debates que transmitían desde el congreso donde discutían sobre las características legales que aplicarían a los nuevos individuos. En menuda tarea se metió la compañía Genetic Lyon, las intensas protestas de detractores llegaron a las calles, provocando terribles enfrentamientos de las facciones que no los apoyaban.

Aquella noche mientras trataba de rearmarme sobre la duela que afanosamente había pulido un día atrás, mi marido no perdía ningún detalle de la discusión de los congresistas, de cuyas voces me llegaban apenas unas cuantas frases: “¿los mismos derechos y obligaciones del individuo original?…  implantación de memoria… transferencia nuclear…»

En mi pequeño mundo sólo pensé: es hora de la cena. Como pude poco a poco me incorporé, me dolía mucho el cuerpo, pero me daba fuerza la determinación de pensar que hablando podría arreglar lo que fuera que estuviera mal. La ingenuidad del amor es bella, porque brinda ilusiones de cosas que generalmente no existen, ni existirán. Recuerdo que rápidamente me acomodé el cabello y con las lágrimas me ayudé para limpiar un poco de la sangre seca. Fui a pararme a un lado del sillón para ofrecerle algo de cenar: lo que pida, le decía al creador. Lo que desee y me luciré como nunca, me dije. Pero únicamente logré que me mandara callar porque le interrumpía el programa y de un empujón me envió nuevamente al suelo.

Y como de costumbre terminé llorando en el suelo del baño, aferrando con desesperación el viejo peluche de Scooby Doo compañero desde la infancia, mi único recuerdo de hogar; qué manías tenemos las personas. Ese lugar fue mi rincón de lamentos durante la vida que compartí con él. El rincón donde el amor se distorsionó en muchos colores, siendo el más predominante el azul del dolor, y la impotencia de no saber en qué momentos nos perdimos en el camino.

No puedes poner dos cañones disparándose uno al otro sin esperar que se destruyan ambos.

Mis días pasaron en agonizante monotonía, creo hubo algunos cuantos días tranquilos, aunque más acertado es decir que vivía en el círculo interminable de los quehaceres de la casa, no existía vida más allá de la puerta de entrada. ¿Amistades? Los amigos pensaron me volví antipática, poco social. De igual forma con las llamadas telefónicas, él se encargó de negarme cada vez hasta que pasado el tiempo perdieron interés. Mi mundo fue absorbido enteramente por él, y sólo me quedó la casa. Porque con él nada funcionaba, ni la cena más exquisita ni el mejor sexo, al final siempre había algo: una mueca hecha, un comentario espontáneo, hasta un tenedor mal puesto. Ante que pequeños detalles nos rasgamos las vestiduras, consumimos nuestra médula por pequeñas piedras en los zapatos, llenándonos de pensamientos negativos y emociones que al final nos vuelven esclavos de nuestros propios demonios, de nuestras debilidades. Aun así, tenía la bella ilusión de que esto pasará, pasará, no siempre será así

¿Qué no dicen que la esperanza muere al último?

Podría decirse que lo ocurrido fue justicia divina, aunque la había dejado de buscar mucho tiempo atrás. Mis conceptos de bien, o mal, injusto o merecido se volvieron imprecisos: a veces me encontraba limpiando la duela de la suciedad de mi sangre, convencida de que me había salido “barata” la tunda del día. Muchas de las veces en que el dolor del cuerpo y del alma eran tan intensos como para estar de pie, me torturaba la idea de irme, de renunciar a ese juego macabro, porque ¿qué habría sido de él si me hubiera marchado? Tan solitario, sin familia ni amigos, sin hijos. No pude nunca soportar la imagen de él sentado en el sillón de la casa, sin nadie a su lado, sumergido en un mundo de sombras y rencores.

La soledad duele más que los golpes…

Cuando se marchó de este mundo, no lo creí, exageradamente le solicité a la persona que hablaba al otro lado de la bocina que me lo repitiera hasta en tres ocasiones. Me dejé caer en el suelo estrepitosamente, quise sentir su dureza y convencerme que estaba consiente. No sé cuánto tiempo transcurrió, mi mente se había perdido en algún lugar exótico donde todo se encontraba estático. Después de un rato, me encontré a mi misma todavía en el suelo con la bocina sostenida con tanta fuerza en la mano derecha que los dedos se sentían adormecidos; no sabía qué hacer, tuve que forzarme a pensar con sentido común, y buscar teléfonos para preguntar por servicios que nunca hubiera imaginado necesitar.

Dilaté lo más que pude el momento de ponerme de cara con sus restos mortales y al llegar a la morgue, no pude observarlo de frente, creía firmemente que se levantaría, y me gritaría que todo lo estaba haciendo mal, que era una estúpida que no podía ni enterrarlo decentemente. Pero al parpadear, la escena se desvaneció y únicamente quedó su cuerpo magullado por el accidente. Al verlo así lucía como cualquier persona de este mundo, frágil y apacible: cincuenta y seis años y ni una sola cana en el espeso cabello negro. Comencé por primera vez a llorar desde recibida la noticia, seguramente la persona encargada pensó que lloraba por “mi gran pérdida”, pero no; tampoco era de felicidad, no soy tan mezquina; lloraba porque me costaba un universo y dos galaxias moverme sola, dolía hablar y pedir las cosas, me abrumaba ser responsable de todo: firme aquí, ¿qué color desea?, ¿qué flores?, ¿servirá café? Porque él se había vuelto mi voz. Y aunque todo estaba en orden para ser dispuesto por mí, enmudecía y palidecía ante cualquier disyuntiva que se presentaba, no era una mujer de decisiones, las habían robado de mí tanto tiempo atrás.

Tan poca gente acudió al velorio. Algunas cuantas personas que se identificaron como compañeros de la oficina, por instantes me observaban vacilantes, incluso con timidez se acercaban para dar sus condolencias a la viuda. En su vida me habían visto, jamás acudimos a los eventos del trabajo, ni a las posadas navideñas. Sé que murmuraron cosas, lo sentía por atrás del cuello como pequeños alfileres filositos que me alejaba con la mano como si de mosquitos se tratara. Regresé a casa en taxi después de sepultarlo, una casa que de momento se me figuró como una caverna oscura, fría y vacía, llena de ecos lastimeros. Al sentir esa inmensidad, pensamientos abrumadores inundaron mi cabeza: ¿qué se supone que haría? No sabía estar sin él, dependía en todo de él, hasta para algo tan básico como comprar mi ropa, él tenía que llevarme a las tiendas que aprobaba. No se movía nada en esa casa a menos que fuera por él. Asustada corrí hasta el baño y me tiré en mi rincón a llorar, ¿qué clase de vida esperaba por mí?

Pasaron algunos días en los que sentía pánico hasta de asomarme por la ventana, entendía perfectamente que algo tenía que pasar, algo tenía que cambiar pues de lo contrario, me convertiría en la loca de la cuadra, la que no habla con la gente sino a sombras en la pared.

Entonces ocurrió, recuerdo que fue una mañana cuando las personas de la compañía Genetic Lyon se presentaron a mi puerta. Extendieron frente a mí un documento que mostraba la firma de mi difunto marido, así como la mía, no recordaba haber firmado tal documento, pero él me hizo firmar muchas cosas a las que nunca supe qué fin dio.
Me explicaron que mi marido se había acercado a la compañía, interesado en el servicio de Sustitución en caso de muerte imprevista (no enfermedad). Me hablaron de tantos términos médicos que apenas si logré captar algunas cuantas cosas. Uno de ellos al observar mi rostro perplejo, en seco me indicó: Recibirá un reemplazo de su marido.

Me llevé la mano a la boca para apagar una carcajada, y recuerdo haber pensado, porque no pude decirlo en voz alta: él no era una batería de auto que salió defectuosa, era una persona y eso no pude ser reemplazado. Pensé que se trataba de una broma (de pésimo gusto), me paré de un salto buscando por las ventanas la lente de la cámara televisiva. Pero no había tal. Los dos sujetos de traje intentaron tranquilizarme y pusieron en mis manos un folleto con una explicación sencilla, sin tecnicismos, sobre lo que procedería de allí en adelante. Se retiraron y me quedé con la vista clavada al folleto. Siempre se movió a mis espaldas, hasta el último momento hubo situaciones que nunca supe ni sabré de él.

Despertar de la ignorancia duele tanto como los golpes…

Ni después de su muerte quiso ceder el control que me tenía impuesto. Cómo dejar a una mujer de mediana edad, que en sus tiempos hizo voltear muchas miradas. ¿Pensaría acaso que cuando él me faltara, haría toda una fiesta y derrocharía cada centavo en trasnochadas y vicios? Que me sacudiría el polvo y retomaría mi vida justo cuando la dejé a los veintitrés años: terminar la carrera de decoración de interiores, emprender un negocio, conseguir un hombre joven y atractivo. ¿Cómo pudo creer que los años de abuso físico y mental no pasaron factura en mi persona? Después de ser sometida a tanto control, a tantas exigencias, al encerramiento en que me tuvo. No había nada, ningún mundo afuera esperando por mí, nada por lo que pudiera decirme: continúa, hay mucho más que esto. Porque sólo existía él con su asfixiante amor. Tan imponente era su presencia que incluso suprimió recuerdos de antes que él; esa era su ley: No hay nada antes ni después, sólo él… Desde mi punto de vista el mundo era un lugar inmenso donde mujeres sin carácter no tienen cabida, donde si no sabes enfrentar a los lobos estos te comen. Un mundo donde el amor rosa de las novelas solo existe por espacio de treinta y cinco minutos y veinte de comerciales. Acostumbrada como siempre a la resignación, caí en mi fiel costumbre de no oponer alguna objeción y tan sólo aceptar lo que estaba aconteciendo. Pude escucharlo decir claramente en mi cabeza que esa era su voluntad, que a mí no me quedaba más que callar y obedecer.

El medio día de un miércoles la compañía dejó su “producto” en mi puerta. Me hicieron firmar cientos de hojas que ni alcanzaba a leer, me indicaron que cada seis meses por el lapso de tres años estarían monitoreando que no surgiera ningún inconveniente, aunque de todas formas aplicaba un certificado de garantía de por vida por ser el paquete premium. ¿El beneficio? Reponer el producto las veces que fuera necesario. Por último, me dejaron otro folleto que en letras grandes decía: Podemos remediar su pérdida.

El hombre de pie en medio del recibidor que discretamente saludó, era mi marido, a todas luces mi marido, mismos ojos, mismo cabello, hasta las mismas líneas de expresión en el rostro. Y a pesar de que el pánico se apoderó de mis entrañas, porque inmediatamente bajé la mirada dispuesta como siempre a esperar una orden que me hiciera mover, una parte de mí se sintió tranquila. Era la tranquilidad de saber que alguien (no yo), estaba en control de las cosas.

Intuyo se me quedó viendo un largo rato, me sentía observada, aunque yo tenía el rostro agachado, preocupada porque no había pulido la duela. Repentinamente su mano en el hombro me asustó, cerré los ojos y pude sentir los golpes de siempre, el dolor y el miedo, pero pasados unos segundos no había ocurrido nada, abrí los ojos atemorizada, entonces con un ademán me hizo sentar en el sofá, dijo en esa voz del que fuera mi mirado que era necesario conversáramos. Se sentó frente a mí, me observaba pensativo y en dos ocasiones le vi hacer esa mímica de sobar la nariz del cansancio de las gafas imaginarias. Luego de un rato finalmente me dijo que a pesar que la gente de Genetic Lyon le explicó a detalle su origen clónico (por ley estaban obligados a hacerlo) y demás aspectos de su creación y propósito, se sentía desconcertado porque no estaba seguro de cómo comportarse.

Me sorprendí tremendamente al escucharlo, esas palabras jamás habrían sido pronunciadas por él, ni cuando novios se llegó a mostrar vulnerable como ahora. ¿Entonces quién era esta persona que decían era mi marido?

No pude decir nada. Ninguno dijo nada por el resto del día. No pensaba particularmente en algo, sólo detuve mi tiempo y en silencio observaba a ese ser copia de mi marido. Cuando cayó la noche me vi llamando a la compañía para decirles que ya se había presentado un “inconveniente”, pero que ridícula me escucharía al decir que este repuesto no me trataba de la misma forma: insultos, golpes, desprecios y humillaciones. ¿No podría considerarse esto como una mejoría, como un plus en el servicio?

¿Que no dicen que un rayo nunca cae dos veces en el mismo sitio?

Por inercia le ofrecí de cenar, lo cual hicimos en total silencio. Luego preparé la cama y con temor me metí en ella. Me siguió luego de un rato. Hasta el momento no había mostrado ninguno de sus comportamientos habituales. Mientras intentaba conciliar el sueño, daba vueltas confundida por la persona que reposaba a mi lado. ¿Sería normal que reaccionará de esa forma? Cómo saberlo, no disponía de ningún conocido o amistad a quien recurrir para comentar esta experiencia. En la televisión llegué a presenciar alguno que otro infomercial, campañas pagadas de publicidad con puros casos de éxito, escenas felices de familias reunidas, conversando alegremente del milagro y lo agradecidos que se encontraban con Genetic Lyon.

No había pasado ni un mes desde el sepelio cuando los hábitos de siempre comenzaron a aflorar en los genes de esta imitación, ayudado claro por las excelentes técnicas de la compañía para “programar” hasta el último detalle los recuerdos del individuo origen. Con el paso de los días, fue mostrando más soltura y costumbres tan sencillas como observar el televisor durante la cena y tirar la botella de champú sin terminarla. Ya no acudió a trabajar a la oficina, porque antes de fallecer estaba tramitando su jubilación; la compañía informó su “regreso” y sus beneficios laborales se aplicaron tal cual, así en lugar de recibir un Apoyo por viudez, lo pensionaron sin ningún problema. Derechos tutelados por la legislación reformada.

Aunque lo tenía más tiempo en casa conversaba poco con él, alguna que otra palabra cruzada, no más. De todas formas, nunca fuimos una pareja comunicativa y yo no lograba quitarme de la cabeza que mi marido estaba muerto. Para mí esta persona era como un muñeco de imitación del tipo made in china: con lucecitas bonitas, colores brillantes. Pero que tarde o temprano se le caería una pierna o la batería se terminaría. Porque era lo mismo pero no igual. Me gritaba e insultaba como siempre sólo que no me afectaba de la misma forma, me asustaba sí, y me dolían sus golpes, pero era como si lo viera desde lejos, como a través de una pantalla. Una apatía abismal nació dentro de mí.

Ya había visto esta película, conocía la trama al pie de la letra: un día no muy lejano, justo cuando la guardia estuviera baja, justo cuando el camino pareciera seguro, el malhechor asomaría el rostro, mejor dicho, los puños y la protagonista terminaría viendo al cielo con grandes ojos lastimeros. Pero ¿por qué no dolía igual?

¿Los rayos no caen dos veces en el mismo sitio? Entonces cómo se justifica la existencia de los pararrayos.

Como impulsada por el viento me dejé llevar en esa charada, mientras el tiempo se escurría como reloj de arena, cada vez me convencía más en que él hizo todo esto por protegerme, por ese amor bizarro que sentía por mí. Creo siempre pensó era demasiado insegura, y lo era, demasiado débil y lo era. Creyó que, si por algún motivo me dejaba sola, no podría salir adelante en el mundo. No sé hasta qué punto él sufrió alguna clase de abuso, o qué penurias habrá pasado, porque nunca habló de ello. Lo digo sin querer justificar sus actos, pero todo comportamiento nace de alguna parte. El noviazgo tuvo sus momentos gratos, y fue malo al mismo tiempo, pero ni en pesadillas comparado al matrimonio en donde nos sumergimos en un embudo que nos jaló cada vez más profundo a un abismo demencial: me necesitaba para no estar solo y yo lo necesitaba para no perderme en la oscuridad. Me amaba de una forma que no encontraría detalle en ninguna tarjeta de San Valentín y por mi parte le correspondía igual. Siento que en algún punto ya no supimos cómo regresar y entonces únicamente nos tomamos de la mano para caer juntos, y sufrir juntos.

Sin embargo, me retorcía las entrañas que hubiera puesto a esa “cosa” en nuestro hogar. ¡Estaba tan de moda esa tecnología emergente! Pero no lo hizo por seguir la corriente. Puedo comprender que la gente buscara una opción como esta. ¿A quién no le aterra dejar este mundo? Volverse polvo y con el tiempo únicamente existir como imagen borrosa en el subconsciente de alguien. No hay ninguna diferencia si estás o no. No queda nada más allá de la lápida de piedra al frente de la tumba. Clonar individuos da cierto aire de inmortalidad de un mismo ser, perpetuidad que no dan los hijos.

Sorprendentemente fui notando que algo cambiaba en mi pequeño mundo, sentía cada mañana una brisa fresca que me aligeraba el tiempo. Uno de esos días mientras sacudía las cortinas color salmón del estudio, observé como las hojas amarillas de los árboles jugaban con el viento y un sentimiento sobrecogedor me oprimió el pecho: Por ese hombre que leía el periódico en silencio a mi costado izquierdo no sentía ninguna atadura. ¿Sería posible que con todos sus repuestos ocurriera lo mismo? ¿Sería posible que entre todos ellos pudiera encontrar esa copia al carbón del hombre al que desposé?

No estoy segura cuándo fue el momento exacto que supe lo que tenía que hacer. Pero creo que fue uno de esos días en que recibí una paliza de las buenas, de las que me llevaban a momentos de oscuridad total, sin sentidos, sin sonidos, sin dolor. Esa vez no corrí a refugiarme a llorar a mi rincón; tan sólo me quedé en el suelo, observando hacía la puerta del sótano y todo se presentó frente a mis ojos con una claridad tan real que miré a mi alrededor temiendo ser expuesta.

            La primera vez no fue perfecta, pero sí muy interesante. Debo decir que este pequeño experimento funciona gracias a que Genetic Lyon es tan eficiente que tan sólo basta una llamada para que confirmen el chip de signos vitales de su producto, y la reposición llega en menos de veinticuatro horas.

Hay tantas formas de hacer esto que hasta cierto punto siento que se ha vuelto una afición. ¿Será macabro?

¡Vamos, muchacho, no lo hagas más difícil! ¡Deja de manotear! La próxima vez no usaré una bolsa de plástico, no pensé que fuera tan complicado asfixiar a alguien.

¿Cuántos rayos tendrán que caer hasta encontrar el que perdí? Espero que alcance el espacio acá abajo.

 

Ana Ortiz

8 comentarios sobre “Nadine & August

  1. Es una historia interesante que te atrapa por su echos apegados a la realidad de muchas mujeres maltratadas que callan y solo ellas saben lo que pasa en hogar.
    Bien echo Anita, me encanto el final, no m lo esperaba jeje
    Exelente. 👏👏👍

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