Una adaptación más

Quiero vivir en lo pasado, en el presente y en el porvenir
-repitió Scrooge, echándose fuera de la cama-.
Las lecciones de los tres espíritus
permanecerán grabadas en mi memoria.
Charles Dickens “Canción de Navidad”

“Dígase para empezar que Marley estaba muerto”, fue lo que escribió Roberto en su cuenta de Twitter.

Roberto se puso de pie y caminó hasta la ventana de su oficina. Podía ver las calles donde los padres de familia hacían las últimas compras navideñas. Los edificios estaban adornados con escarcha y en las ventanas podía ver árboles de Navidad. En las tiendas, Santa Clauses de cerámica y nacimientos de cartulina esperaban la mañana de Navidad, como tantas personas en todo el mundo… excepto él.

Regresó a su computadora y abrió una de las muchas cuentas de Twitter que tenía para el trabajo que le habían asignado. Transcribió las primeras páginas del clásico de Charles Dickens, Canción de Navidad:Marley was dead, to begin with. There is no doubt whatever about that”. Perfecto. Después, escribió la frase en español: “Dígase para empezar que Marley estaba muerto. No había duda alguna de ello”. Muy bien. Sesenta y cinco caracteres. Paulatinamente cerraba una cuenta y abría otra, con los nombres de los catorce personajes creados por Charles Dickens: Scrooge, Cratchit, Tiny Tim, la Señora Cratchit, Jacob Marley, Belle, el caballero corpulento, Fred Fezziwg, Fan, Martha y Peter Cratchit y desde luego, los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y Aún Por Venir. Dio un trago a su café y cerró su cuenta para abrir la de Scrooge y escribir “¿Navidad? ¡Patrañas! ¡La Navidad es como cualquier otro día!” mientras recordaba cómo había terminado actualizando catorce cuentas de Twitter en Nochebuena.

A principios de diciembre, Roberto buscaba un trabajo de temporada. Su novia, Clara, estaba embarazada y a punto de dar a luz; y necesitaba dinero con urgencia. Acababa de terminar una especialización en Literatura Victoriana y no se dedicaba a nada más que platicar sobre Jane Austen ante prostitutas borrachas en cantinas más exóticas que las descripciones de Rudyard Kipling. Clara le sugirió aprovechar las nuevas tecnologías para ganar dinero y aunque la idea era interesante, no tenía la más puta idea de cómo hacerlo hasta una noche que encontró una noticia en un sitio web sobre teatro inglés: en abril de 2010 la Royal Shakespeare Company promovió el proyecto de Romeo y Julieta para Twitter, que tenía por objetivo que las generaciones de los smarthphones y Facebook conocieran la más grande historia de amor jamás contada. Lo lograron adaptando los diálogos de la obra a los ciento cuarenta caracteres que soporta twitter, coordinando a diecinueve twitteros, quienes a modo de actores iban escribiendo por orden sus diálogos y escribiendo durante doce días. Roberto copió el modelo y lo ofreció en “Golden Dustman”, una empresa multinacional con oficinas en México dirigida por un millonario llamado Allan Hexam. El CEO en México era Eleazar Suárez, un anciano de setenta y dos años, que pese a dirigir una empresa especializada en tecnología de punta, social media y manufactura de gadgets, no entendía una mierda de ese mundo. Suárez era un tipo jorobado, de cabello blanco y escaso y vestido con traje. Roberto le explicó su idea: El asunto se trata de adaptar “Canción de Navidad” de Charles Dickens a Twitter, y hacer publicidad tanto en redes sociales como en medios impresos y audiovisuales, para presentarlo durante la Nochebuena y Navidad, todo en tiempo real. Es uno de los clásicos literarios con más adaptaciones a nivel mundial, no sólo en teatro, que tiene más de cuarenta, y en cine, que cuenta con alrededor de más de cien, tanto para pantalla grande como chica. Tiene radio, ópera, parodias, cómics, dibujos animados, continuaciones, pastiches, parodias, versiones protagonizadas por Batman, como Batman: Noel, por los Supersónicos, los Muppets, en el Viejo Oeste, actuadas por Lawrence Oliver, Bill Murray, una versión animada digitalmente con Jim Carrey haciendo gran parte de las voces y hasta…
—Muy bien, muy bien —lo cortó Suárez tajantemente—. Tú te encargarás de toda la adaptación durante la noche de Navidad. Según tengo entendido una sola persona puede tener muchas cuentas de Twitter. Te quedarás en la oficina trabajando los días veinticuatro y veinyicinco de diciembre haciendo todos los personajes tú solo.
—Pe… pe… pero… Señor Suárez… Esos días… es… Navidad… además puedo hacerlo desde mi casa, no le veo sentido a estar en la ofici…
—¿Navidad? ¡Bah! ¡Patrañas! ¡La Navidad es una excusa de los haraganes para no trabajar! ¿Realmente quieres el trabajo? Esa es mi oferta. ¡Bah, Navidad! Te pagaremos en cuanto termines el trabajo. Y tienes que estar aquí para lo que se ofrezca.
—Pero… necesito dinero urgentemente. Mientras venía hacia acá me asaltaron. Un tipo calvo, con un cuchillo y lagrimitas tatuadas. Casi me asesina, en serio… mi esposa dará a luz pronto y…
—Tómalo o déjalo, muchacho. Hay mucha gente en las calles que quiere este trabajo, como el tipo que te amenazó con una navaja.

De modo que lo tomó. Regresó a casa donde fue recibido por su esposa, quien lo consoló tanto por haber sido asaltado como por tolerar a ese jefe de mierda. Pasó los primeros días de diciembre haciendo notas sobre la adaptación: “#canciondenavidad” sería el trending topic. En esta versión, Scrooge dirigía una empresa de tecnología de punta y recibía la visita de los espíritus saliendo de su computadora. Cratchit era un pobre diablo incapaz de comprarse un smarthphone y Tiny Tim era diabético y necesitaba insulina con urgencia. Al final de la historia, Scrooge leía en los estados de Facebook que todos se burlaban de su muerte y al recapacitar regalaba tarjetas de Netflix para todos… Cratchit era, como no, un empleado de la empresa. Con los apuntes en mente, Roberto empezó a trabajar durante la Nochebuena en aquel edificio de arquitectura minimalista y tapizado de computadoras y gadgets.

Una vez más miró a la ventana, esperando que su hijo naciera pronto, y que su novia estuviera bien. Recordó que por obsesionarse con la literatura inglesa del siglo XIX había descuidado a Clara. Carajo, tenía veinticuatro años y estaba llevando su vida a la mierda. Hubiera estudiado administración financiera, o algo. Y hubieran usado condón y anitconceptivos, o algo. ¿De qué carajos le servía todo ese acervo sobre Dickens? “Canción de Navidad» se publicó en 1843 y destaca por evadir todos los clichés narrativos de las historias de estas fechas: no tiene pastores, niños dios, o vírgenes… lo que tiene de sobra es calidez humana. Desde su publicación se convirtió en un éxito instantáneo. Es una historia sobre cambios, sobre humanidad, sobre olvidar los errores del pasado, vivir el presente y prepararse para el futuro. Para Lynn Pickett, la historia es una crítica al capitalismo, y para la escritora Connie Willis, la narración de Dickens siempre ha tenido y tendrá éxito porque nos ofrece esperanza: al menos en la ficción, los viejos mezquinos pueden cambiar. La primera lectura que Dickens hizo sobre su novela fue en el Birmingham Town Hall el veintisiete  de diciembre de 1852. Tres días después el evento se repitió para la clase obrera de la Inglaterra Victoriana, convirtiéndose en un éxito avasallador. Las crónicas de la época, que describían los lugares donde el también autor de Oliver Twist leía, son comparables con las que hoy en día haría un reportero de espectáculos sobre el concierto de una banda de moda. El éxito fue tal que Dickens tuvo que adaptar una versión de su obra para leerla todos los años en fechas posteriores a la Navidad. Esa fue la primera adaptación de una de las novelas más adaptadas en la historia”… Roberto contaba esa anécdota a Clara, pero al parecer no le importaba. Lo único que le importaba era que su hijo tuviera techo, vestido y comida.

Con esto en mente, siguió concentrado en sus estados de Twitter. Entró a la cuenta de Marley y escribió: “Esta noche, cuando el app del Big Ben de tu smartphone marque las doce campanadas, serás visitado por tres espíritus”. Estuvo tuiteando sin parar hasta acercarse cada vez más al desenlace, con la aparición del último de los tres espíritus: “envuelto en una túnica y encapuchado, que se acercaba deslizándose sobre el suelo vaporosamente”. Y después, cuando Scrooge pregunta al espíritu: “¿Soy yo, el hombre a quien he contemplado en su lecho de muerte?” Otro twit fue la súplica de Scrooge: “Espíritu, intercede por mí; ten piedad de mí. Asegúrame que puedo cambiar esas imágenes que me has mostrado”. Así hasta llegar al momento en que Scrooge se asoma por la ventana –en esta versión en la ventana… de Messenger– a un niño “¿Qué día es hoy?” y el niño responde que es la mañana de Navidad.

Roberto estaba tan absorto en su trabajo que no se dio cuenta que ya era de día, y que dos hombres cuyas edades rondaban los treinta entraban a su oficina. Descansó unos minutos para escribir la parte final de la historia.

—No mames, Alfredo. No quiero estar en esta oficina.
—No pasa nada. De todos modos el pinche viejo ese de Suárez no está, hoy descansa. Sólo los que trabajamos en sistemas venimos hoy —dijo, mientras sacaba de su saco una cajetilla y le ofrecía a su interlocutor un cigarrillo. Después lo prendió e hizo lo mismo con el suyo.
—Cabrón, vámonos de aquí. Ya sabes lo que dicen de esta oficina. Mira la pinche computadora, está prendida.
—La habrá prendido la doña del aseo.
—No es eso. ¿No te sabes la historia? Hace tres años Suárez iba a contratar a un chavo para hacer la adaptación para twitter de la historia esa que siempre pasan en tele estas fechas.
—¿La del niño güerito que se queda solo en casa y se chinga a unos rateros?
—No, pendejo, la de los tres espíritus. El asunto fue que antes de que lo contrataran fue asaltado. Se le puso al pedo al ratero y aquel lo acuchilló. Dicen que desde ese momento se aparece en el edificio y escribe toda la historia. Curiosamente nadie ha encontrado al autor de las cuentas de twitter. Aquí espantan, güey. Dicen que el fantasma quiere terminar lo que nunca logró en vida y alimentar a su hijo, que nació justo por estas fechas…
—A ver, uno: los fantasmas no existen. Dos, seguro que Suárez no lo quiso contratar porque el viejo es una mierda de ser humano. Y tres, cualquiera puede inventar cuentas de twitter en redes sociales.

Los dos terminaron sus cigarrillos y salieron de la oficina, arrojando las colillas al suelo. Nunca vieron las teclas de la computadora presionándose por sí solas, escribiendo el último estado de twitter, que correspondía a la cuenta del Pequeño Tim, que exclamando “¡Que Dios nos bendiga a todos!”

 

Bernardo Monroy

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