Era un día de diciembre como cualquiera que hubiese pasado, pero no cualquiera que hubiese esperado.
La mañana se veía pacífica, los sonidos familiares del amanecer fueron los que, al final, terminaron por despertarme. La luz… esa luz sigue siendo completamente normal, lo que al principio sólo provocó un levantamiento sutil de cejas fue esa mirada que yo mismo me devolvía frente al espejo, había algo ahí que no podía reconocer. Hacía mucho tiempo que esa mirada no venía a darme los buenos días, la creía completamente perdida; era una pérdida como la del adolescente que extravía su inocencia, deseando por fin permitirse un trago de vino y uno de pasión para darle la mano a la pesadilla de la cual seguramente se va a arrepentir; o como la pérdida del hombre que deja ir los mejores momentos por estar contemplando maravillado sólo sus expectativas.
Muy en el fondo sabía que por fin había llegado el momento en que iba a cambiar, en que todo lo mejor que siempre estuve esperando, llegaría. Hoy mi sueño por fin se haría realidad. Hoy conocería al Hombre de la Luna.
Cuando era niño mi abuela me contaba que un hombre, el dueño de los sueños de todo ser sobre la tierra, vivía en la luna. Este tenía grandes poderes, concedía deseos a los de corazón puro y era tan viejo como el tiempo mismo.
Todas las noches yo acostumbraba trepar el viejo árbol del jardín de la abuela con la esperanza de poderlo conocer. Siendo aún muy joven esa asta era demasiado alta para mí. Me llenaba de preguntas sobre el inquietante misterio de alcanzar algún día la copa. Si lograba hacerlo podría alcanzar a gritarle al Hombre de la Luna y este por fin podría escucharme.
Conforme pasó el tiempo esto dejó de ser por diversión y curiosidad, se convirtió en una lúgubre esperanza medio muerta, el ser merecedor de los deseos del Hombre de la Luna. Todas las noches, ahora las noches en que más extrañaba a mis padres, acostumbraba trepar el viejo árbol, pero se habría marchitado ya antes de que yo fuera lo suficientemente mayor para darme cuenta de lo que una leyenda significaba o que ellos jamás podrían volver.
La abuela también se marchitó.
Algunos creen que el olvido es un obsequio del tiempo, pero el tiempo es un ser ermitaño muy egoísta que jamás tiene piedad o sentimientos por nadie. El olvido es como tocar un foco que lleva encendido horas, apretar un cuchillo recién afilado, salir sin abrigo en un día de diciembre, es una decisión que nace de ti.
Un día de diciembre como hoy.
Se ha ido la curiosidad, pero por alguna extraña razón estoy plenamente convencido de que hasta el tiempo se ha marchitado y es hora de actuar.
Tengo un plan. Si no puedo llamarle y que me escuche, iré hasta él.
El día sigue su recorrido normal, se siente como una suave mano fría que acaricia tu nuca y provoca escalofríos. Sabe lo que pienso pero no estoy nervioso, estoy emocionado.
Sólo una cuerda se necesita, un extremo lo ataré a las ruinas de ese viejo árbol del jardín de la abuela y el otro, lo lanzaré tan alto que llegará hasta la luna. Treparé, ya no soy tan joven para temer al misterio, pero sí me siento como un niño que cree firmemente en que podrá obtener su deseo. Recuerdo las últimas palabras de los cuentos sobre el Hombre de la Luna…
“Duerme, el Hombre de la Luna cumplirá tu deseo y te hará vivir eternamente”
Valeria Deliz
(a.k.a. «El Zodiaco Negro») Monterrey, N.L. 1991. Estudiante de Periodismo, editora, guionista y escritora apasionada del género de terror. Sus influencias van desde Dumas hasta Edgar Allan Poe. Le gustan los gatos y el Black Metal. Lady GaGa es su pecado más culposo pero mucha de su inspiración brota directamente de su música.