Alguien me sigue…
Al principio me pareció ridícula la idea. Pero lo he visto en tres ocasiones diferentes. Cerca de mi trabajo, de mi casa y del bar que frecuento.
Alguien me sigue…
Veo su silueta recortarse entre las sombras, siempre vigilante, siempre a la espera. Entre arbustos y árboles. Entre mesas y cervezas.
Alguien me sigue…
Entre las desoladas calles nocturnas decembrinas, pude escuchar el chapoteo de sus pasos sobre el asfalto mojado. Tres pasos míos eran tres de él. Cada vez más rápido, cada vez más cerca.
Alguien me sigue…
Quisieron volverme loco sus ojos vigías, sus secretas noches en vela, siempre a la espera de que baje la guardia, siempre balanceándose al extraño compás de los villancicos navideños, burlándose de nuestro secreto.
Alguien me sigue…
Lo veo al cruzar la calle, se ha decidido, entrará en mi casa, en mis aposentos, perturbará la paz de estas cuatro paredes, acabará con todo lo que amo y lo que poseo. Me matará al final.
Alguien me sigue…
Como un demonio enloquecido, como un tornado furioso, entró en mi casa, pero sus ojos, inyectados en furia y locura, no llegaron a comprender el silencioso y potente brillo plateado de mi hacha. Se acabó, me repito constantemente, se acabó.
Me siento en la silla más próxima, jugando con mi arma ensangrentada como si esta fuera un péndulo. La oscuridad me arropa y oculta la intriga. La tragedia. La muerte, pero entonces escuché la dulce tonada decembrina.
Alguien me sigue…
Al principio parecía una idea ridícula, pero giré sobre la silla y al asomarme por la ventana, pude ver a otro igual, entre las sombras, mirándome, desafiándome. Siempre oculto, pero mostrándome aquella sonrisa. Luego, unos metros atrás, otro hombre. Luego, otro más, y otro más, a derecha e izquierda, acumulándose en las oscuras calles. Bajo el cobijo del manto nocturno.
Alguien me sigue…
Y yo con un hacha en mano como si de una amante mortífera, además de sensual, se tratase, esperando su llegada, escuchando el frío viento ulular en las calles y de fondo esos terroríficos villancicos.
Oh, dios, los villancicos…
Alguien me sigue… Y nadie me cree.
Jorge Robles