- El viento no tiene miedo
En esta ciudad el otoño no es como lo pintan. Aquí no tienes que esquivar cardúmenes de hojas amarillas que nadan de las ramas al suelo, porque esa migración ocurre hasta el invierno. En este lugar no te salen al paso hombres de paja, calabazas ni alfombras de hojarasca. De hecho, es probable que el calor se niegue a ceder su sitio al frío. Ah, pero el viento es otra cosa. En esta temporada el aire es intencionado, por no decir consciente. Smart, por explicar en términos de ahora que responde a tus pensamientos; sopla cuando lo extrañas; te despeina cuando preguntas; dice sí o no empujando polvo a tu ojo izquierdo o al derecho. Se manifiesta cuando es invocado y a veces hasta lo escuchas, como una voz. Como muchas. Es una expectativa silenciosa de preguntas y pensamientos cuando abres la puerta. Es una sacudida de puertas y ventanas cuando no sales, sacudida en la que crees escuchar tu nombre. En esta ciudad y en esta época, el viento no tiene miedo… Yo sí.
- La banquita del horror
Hay árboles que se convierten en monstruos. O quizá son monstruos que confundimos con árboles. El hecho es que estos vegetales son los convidados de piedra (madera) de nuestras comunidades, con excepción de cuando se desatan los vientos. Entonces se convierten en gigantones vociferantes, en grizzlies rugientes, en inmensas víctimas de una histeria ascendente. Hubo una vez un sereno y amable fresno que en un día así empezó a dar de zarpazos; luego, con apenas un par de saltos alcanzó a una enamorada pareja que se acariciaba en una banca y se la llevó en el (hasta hace unos minutos desconocido) hocico. Restan como evidencia un zapato de ella y el hoyo donde el árbol duró tantos años sembrado.
- Lo que el viento inhibió
Cuando di el primer teclazo, se dejó sentir un aire frío y agudo como aguja de nitrógeno líquido y todo lo que había en la pantalla desapareció. Hice dos intentos más. Dado que volvía a ocurrir lo mismo, desistí. El título de ese texto iba a ser Lo que el viento se llevó. Pretendía escribir una historia de denuncia.
Jaime Palacios