—¡Buenas tardes, Bob! —saludó Jack, alegre, al encontrarse con su amigo.
—Y buena hambre —le respondió Bob, mientras daba un primer bocado.
—¡Qué buena pinta tienen estas albóndigas! ¿Son compradas o caseras?
—Caseras. Las ha hecho Sara. Todo lo que hace le suele quedar bien, pero guisando albóndigas se supera.
—Yo sólo traigo galletas hoy. Como ayer estuvimos en el gimnasio, no fuimos al supermercado y luego nos dimos cuenta de que teníamos la nevera bajo mínimos. Suerte que estas me gustan mucho, pero creo que me sabrán a poco.
—Ya te daré parte de mi guisado. No te quejes —replicó condescendiente Harry, el compañero de Jack.
La vigilancia se realizaba en parejas: Jack hacía su ronda con Harry y Bob con Jorge. Pero a la hora de las comidas y en las ocasiones que cruzaban sus rutas, ya para variar de compañero, ya por tener más temas en común, Jack hacía pareja con Bob y Jorge con Harry.
—No sabéis lo que me cansé ayer en el gimnasio. Hice dos kilómetros en la cinta. Esta mañana creía que tendría que hacer la guardia desde una silla. No me sentía las piernas. Por suerte, creo que al andar he ido mejorando —explicó Harry, mientras quitaba el envoltorio de su bocadillo.
—¡Qué pesado que es con lo de hacer ejercicio! Cada tarde vamos al gimnasio. Allí, él se machaca sin parar y yo me tumbo en un sillón de la entrada y paso el rato charlando con uno y con otra —susurró Jack, resignado.
—¿Tú no quieres ser policía como él? —inquirió Bob, masticando.
—¡Qué va! El obsesionado con ser policía es él. Por eso está siempre corriendo y haciendo pesas, para estar preparado cuando salgan nuevas plazas. Yo sólo lo acompaño, porque, como compartimos piso, no me gusta quedarme solo y aburrido en casa. Voy con él y así veo movimiento y conozco gente —explicó flojito para que el susodicho no le oyera.
—Yo me paso todas las tardes en casa con Sara. Echado en el sofá. Ella siempre mira series de televisión. Y yo también. Y de vez en cuando hago una dormidita.
—Un servidor, la dormidita, la hace aquí cada día.
—Yo no, ya lo sabes, prefiero mirar el horizonte y ver pasar los trenes con sus colores estridentes. Observar el paso de los trenes se me ofrece como una imagen poética, como un símbolo del transcurrir de la vida.
Y así eran siempre las conversaciones de estos chicos hasta que un día, a esa misma hora, en el momento en que acababan su comida y se disponían a descansar, vieron, en la línea ferroviaria que se extendía más allá del campo que vigilaban, como dos trenes chocaban entre sí y salían de sus respectivas vías.
—¡Dios mío! —gritaron al unísono, y corrieron hacia el lugar del accidente.
Al día siguiente, en todas las portadas de los periódicos del país aparecía la siguiente información:
EN ACCIDENTE FERROVIARIO DOS VIGILANTES JURADOS SACAN DE ENTRE LOS HIERROS A MUCHAS PERSONAS, LOCALIZADAS GRACIAS AL OLFATO DE BOB Y JACK, SUS PERROS.
Alberto Xirugué