Versus – El cristal encantado: la era de la resistencia (2019)

Para preparar esta reseña quise compartir la experiencia con mi familia quienes rotundamente se negaron a verla. No se qué será pero hay algo en las marionetas que les causa una aversión que no pudo ser superada por mis argumentos: “¡Vamos! —les dije— “Es como el Señor de los Anillos, pero con muñecas”.
En lo que a mí concierne, les comento antes que nada: no tengo idea de que se trató El Cristal Encantado (Jim Henson y Frank Oz, 1982). No me tocó verla en el cine pues salió cuando apenas estaba aprendiendo a caminar, ni en video, ni en la tele si alguna vez la pasaron. Me faltó esa pieza esencial en la niñez de mi generación. Quizá por eso a mí nunca me gustó la fantasía. No fui vacunado para no reaccionar negativamente a los elfos, las hadas, la magia, los impronunciables nombres y otras palabras inventadas. 

Y vaya que hay de esto a montones en la nueva miniserie «El Cristal Encantado: La Era de la Resistencia». 

Así que abrí por primera vez la aplicación de Netflix en mi celular (ya la tenía, nunca había tenido razón para usarla en el celular) y muy a mi pesar me dispuse a pasar las siguientes horas en un mundo mágico de colores y fantasía, intentando recuperar algo que seguro hubiera amado de volver a ser niño. Estas expectativas fueron parcialmente satisfechas en la primera mitad del primer episodio, después de un prólogo que me explica en simples palabras demasiadas cosas demasiado rápido pero creo que va más o menos así: Thra es un mundo que se nutre y crece alrededor de un cristal de poderes mágicos increíbles, originalmente al cuidado de Madre Aughra, quien inexplicablemente cede el control de este a una raza de aves humanoides monstruosas conocida como Skeksis a cambio de la capacidad de viajar por el cosmos usando un aparato con apariencia de complicada tecnología. 

Los Skeksis para sorpresa de nadie, empiezan a usar los poderes del Cristal para su propio beneficio y así para prolongar su vida y dominar a los distintos clanes de Gelflings, los habitantes originales de este planeta, una raza élfica de quienes reciben tributo, obediencia, lealtad y protección. 

Pero el Cristal ha empezado a perder su fuerza revitalizadora por lo que los Skeksis desesperados por mantenerse jóvenes y engañar a la muerte, deben encontrar los medios para recargar los poderes del Cristal y casi por accidente, uno de ellos descubre que el Cristal puede ser usado para drenar la fuerza de un ser vivo por lo que empieza a experimentar hasta crear un método mediante el cual convierte a un Gelfling en un fluido energizante formado por su esencia vital la cual es bebida por el jefe Skeksis, llenándolo de vigor y fortaleza y sentando las bases para los horrores por venir. (*)  

Les confieso que ninguna escena de las trilogías de Tolkien en el cine me provocó una respuesta tan visceral como el horror al que someten los Skeksis a los Gelflings. Estas criaturas parecidas a buitres llevan en todo su diseño el tufo de la maldad, no hay nada sutil en su concepción, son criaturas viles y despreciables por dentro y por fuera, seres carcomidos, corruptos, decadentes, enfermos. Mi espíritu anarquista y libertario estaba encantado, no importando la condescendencia con que es presentada esta metáfora: la monarquía como un cáncer maligno que se alimenta de la fuerza vital de sus súbditos, a quienes drenan hasta no dejar nada. Los mantienen controlados mediante la ignorancia, el engaño, la manipulación con la que fomentan la desunión del pueblo en clanes no sólo separados por la geografía si no por la desconfianza y en infundados prejuicios y resentimientos. ¿Les suena familiar? 

Aunado a este escenario, se cierne un conflicto aun mayor. El abuso al que han sometido al Cristal lo ha corrompido, convirtiéndolo en una energía que se empieza a permear por todo el planeta, convirtiendo lo que toca en una versión maligna, con tendencias violentas. El último recurso de un ser vivo acorralado, el Cristal se defiende usando al planeta y sus criaturas contra los habitantes a quienes percibe como una amenaza que debe ser erradicada. El líder de los Skeksis, en una evidente referencia a cierto presidente mentecato y obtuso, se niega a reconocer la existencia de este “oscurecimiento”, una especie de calentamiento global místico y con mejores efectos especiales, condenando el futuro de los Gelflings.  

Antes de terminar el primer episodio me doy cuenta de mi primer error, esta serie no es para niños, o por lo menos es todo menos infantil, pues a pesar de que las marionetas y el tema de fantasía pudieran llevarte a está conclusión, está es una historia compleja que conforme vamos avanzando en los capítulos sólo se va poniendo más oscura, más peligrosa, más pesimista. Hay tanto sacrificio y tanta pérdida que se convierte en el tema recurrente de la serie. Pero es la reconstrucción y la unión el verdadero tema dominante. El dolor, la enfermedad y hasta la tiranía pueden ser conquistados si no te dejas dominar, si te levantas, marcas tú lugar y de ahí no te mueves, primero muerto. El protagonista literalmente se la pasa huyendo toda la serie, hasta que se da cuenta que la gente que perdió en el camino se habrían sacrificado en vano si no se detiene y hace frente a aquellos que buscan destruir a su mundo y a su gente. Tremendo mensaje.  

En la cuestión visual, todo en esta serie es un festín, los escenarios perfectamente construidos, los vestuarios cuidados hasta el último detalle para reflejar status, origen y personalidad; los efectos especiales gratamente limitados a donde en verdad se necesitan, la maestría con la que son manejadas las marionetas y que después del shock inicial empiezas a aceptar como criaturas vivientes, que respiran, sangran y lloran como cualquiera de nosotros. En estos tiempos de verdaderas maravillas en la televisión, este show destaca por la armonía con la que han combinado cada aspecto necesario y lo han trascendido, dando cátedra de cómo se respeta una idea original y se sigue adelante con una franquicia, usando la tecnología moderna como herramienta y no como un fin en sí mismo. 

Mi escena favorita, sin adelantar mucho de la trama, es la bella y breve escena en la que los gelflings (y podling) sentados en círculo entonan una triste pero hermosa canción en su lengua nativa en la que, sin darnos una traducción, llegan a tocar las fibras sensibles hasta del mas cínico en la audiencia, lo cual siento que fue una decisión acertada, que cada quien busque significados, en el contexto, en las miradas, en las intenciones. 

Por cuestiones relacionadas con la elaboración de esta reseña y su fecha de entrega, tuve que combinar la experiencia alternando entre el heroico sufrimiento de las marionetas y el prosaico quehacer del mundo real por lo que no puedo decir que mi inmersión fue total pero tengan por seguro que la segunda visita a Thar me voy a llevar a toda la familia y sé que reirán, se espantarán, llorarán y como yo, se sentirán tristes al final por lo corto que les ha parecido el viaje, pero con la esperanza de que una segunda temporada nos responda tantas preguntas que quedaron sin respuesta. 

Esperemos que no nos hagan esperar otros cuarenta años. 

*Una disculpa por los errores y las omisiones a la mitología de la serie, después de leer todo lo que pude sobre el mundo del Cristal Encantado me doy cuenta de la mayoría de ellos, pero dejo el texto como lo escribí originalmente para reflejar la experiencia neófita de quien apenas la descubre. 

 

Baltazar Cárdenas (41 años) es maestro de niños, dibujante y escritor de cómics para no tan niños, co-creador de El Lobo Blanco (sobre Lucha Libre y Terror) y Maullidos en la Noche (sobre Gatos y Terror) entre muchas otras obras a lo largo de casi 25 años de carrera en el medio independiente del cómic mexicano. Cinéfilo aficionado, gusta de ver y vivir el buen (y no tan buen) cine. Está es su primera colaboración con El Ojo de Uk.

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