-1-
“El mundo puede ser un fantasma y la
existencia un mero sueño, pero un sueño
o fantasma bastante real si aplicando
bien la razón nunca nos vemos engañados por ella.”
John Archibald Wheeler
Diapositiva. Diapositiva. Luz de proyector.
—Vaya, aquí falta una.
En la sala de conferencias casi a oscuras, se escucharon varias risitas entre el público, provocadas por la torpeza del joven conferenciante. Otros, sin embargo, gruñeron con desagrado.
Diapositiva.
—Y bueno, como… ahá… aquí… como iba diciendo, pese a que han pasado ya más de cincuenta años desde su estreno, el 31 de marzo de 1999, aún al día de hoy esta producción cinematográfica sigue dando de qué hablar. No solamente a legiones de fans, sino también a filósofos, transhumanistas, matemáticos.
Diapositiva.
—E incluso a teólogos, ingenieros informáticos, y reconocidos doctores en física cuántica.
Varias diapositivas más, esta vez sin interrupciones en el carrete, gracias a Dios para todos.
—Sin embargo, la teoría de que la realidad es una ilusión es muy anterior. De hecho, Platón argumentaba que no podemos fiarnos de nuestros sentidos para acceder a la realidad ya que estos nos engañan, que sólo podemos fiarnos de la lógica para comprender la verdad del universo en que vivimos. Incluso trata este tema en su famoso “Mito de la caverna”, en que unas sombras en movimiento y reflejadas en la pared por autores desconocidos, eran lo único “real” para un grupo de personas que vivían en una cueva y que desde su nacimiento eran atadas y obligadas a contemplar dicha pared permanentemente. Hasta que un día, alguien consiguió desatarse, salir de la cueva, y comprobar que había mucho más que las sombras en la pared, supuestamente elaboradas por otra persona o “ente superior”. Aquello que parecía ser toda la existencia, resultó que era una ilusión creada artificialmente. La realidad resultó ser distinta, y mucho mayor de lo que todos habían sido educados para creer.
Algunas personas del público se levantaron de sus butacas y abandonaron la sala sin ninguna sutileza. El joven estudiante sobre el escenario, trató de centrarse en sus notas nerviosamente.
—Dichas sombras eran una triste simulación, una imitación a pequeña escala de una capa universal mayor que les contenía. Dice el famoso mito, que cuando este personaje que se liberó de sus ataduras, volvió y explicó cuanto había visto, nadie le creyó y fue blanco de fuertes burlas. ¡Platón ya nos lo estaba diciendo! Y no sólo él lo sospechaba, sino que muchos grandes nombres en la historia han llegado a insinuar que el lugar en el que vivimos, todo el universo, es una simulación creada en una capa mayor de la realidad: Parménides, Leegar, Bostrom, Descartes, Russell, Kaku, Zenón, y otros más. Incluso un reconocido miembro de esta universidad ha publicado trabajos al respecto.
Con cada nombre pronunciado pasaba otra diapositiva y más se reducía el número de asistentes a la conferencia. Varios de ellos mostraban una expresión burlona al marcharse.
—Piénsenlo de esta manera. Cuando un ordenador corriente trata de cargar una gran cantidad de datos en poco tiempo, a veces ocurre un “fallo” durante el ajuste de la imagen, la cual se cuelga, se distorsiona. Es lo que técnicamente se conoce como “glitch”. Y cuando se da este proceso en nuestro entorno, según la teoría de la simulación, se produce un “reality glitch”.
—¡Metateoría, payaso! —el grito fue acompañado de numerosas risitas por parte de un grupo de estudiantes que también abandonaba el lugar. El joven conferenciante luchó por no dejarse amedrentar y siguió adelante.
—¿No se dan cuenta? Los “reality glitches” podrían no ser más que códigos de programación corruptos que originan sucesos aleatorios e inexplicables, como ocurre en la informática… ¡pero en nuestras vidas! La teoría de la simulación explica grandes incógnitas de la ciencia, y son la razón por la que se producen sucesos que actualmente definimos como paranormales: fantasmas, deja-vú, el efecto Mandela, apariciones, luces extrañas en el cielo, pareidolias, y otros sucesos extraños reportados en todo el mundo a través de numerosos vídeos y fotografías imposibles de explicar. Todos estos casos, podrían ser simples “errores de programación” fácilmente explicables, datos fallidos de nuestra realidad en proceso de ser ajustados y corregidos. Si la universidad nos proporcionara libre acceso al ordenador cuántico y pudiéramos contrastar nuestros datos, podríamos demostrar que vivimos en una simulación y arrojar luz sobre una inmensa cantidad de fenómenos cuya explicación aún desconocemos. Que todo cuanto existe puede expresarse en lenguaje matemático, y este traducirse a lenguaje binario, es una prueba consistente de dicha teoría. El universo es una creación virtual superior.
Apenas quedaba un reducido grupo de personas escuchando. De nuevo, la puerta lateral de la sala de conferencias cerró con un portazo.
—¡¿A dónde van? ¿Es que no lo entienden?! Hay laboratorios enteros dedicados a recrear el Big Bang para crear nuevos universos diminutos y explicar el origen del nuestro. ¿Qué impide que nosotros sólo seamos una capa intermedia? ¿Que aquellos a quienes llamamos dioses sean sólo un grupo de científicos en un plano mayor que ha creado nuestro universo para estudiar su propio origen? ¡Que sólo seamos una capa más de la realidad, confirma que podríamos vivir en una simulación!
—¿En qué quedamos joven? —dijo una voz rugosa— ¿Quiere convencernos de que estamos en un videojuego gigante, o que somos el experimento de un dios cursando el primer año de física?
Tras pronunciar estas palabras, el viejo decano se puso de pie y se marchó de la sala con andar cansado.
—¡Oiga, espere! ¿Es que no se da cuenta de lo importante que…?
La puerta se cerró. Una única persona formaba todo el público restante.
—Déjalo ya, Jim —dijo Elena—. Sólo quedamos nosotros dos.
-2-
“La información está en
la raíz de toda existencia.”
John Archibald Wheeler
Hacía un día cálido para esa época del año, casi veraniego, y se estaba de lujo en el exterior. Otra excelente excusa para tomarse una segunda cerveza bien fría en el bar del campus con la que Jim trataba de hacer bajar la humillación que sentía. Sentada enfrente, en la misma mesa, Elena apoyaba la cabeza sobre su mano y miraba al cielo con expresión ausente. Lo cierto es que parecía estar siempre con la cabeza en otro lugar inmensamente lejano.
—Despacio, querido, te vas a atragantar.
Jim dejó la jarra sobre la mesa, tosiendo.
—Te lo dije.
—L… lo siento, Elena.
—Profesora.
—¿Cómo…?
—Profesora Elena Aldanne. Y tu exposición ha sido un caos absoluto.
El joven se ajustó las gafas y abrió la boca.
—Pero, profesora…
—No Jim, no te excuses. Estabas demasiado nervioso —se adelantó Elena rotunda—. Hablabas muy rápido y balbuceabas. Todo tu cuerpo emitía el deseo de salir corriendo del escenario.
Jim asintió culpable sin decir nada.
—Se te veía tan desesperado por tratar de demostrar algo en lo que inspirabas poca credibilidad, como si no creyeras lo que decías.
—Pero sí creo.
—Has expuesto tus argumentos saltando confusamente de una materia a otra —dijo Elena ignorando la protesta—. Tan pronto hablabas de filosofía como de informática e inmediatamente saltabas a cualquier otro tema que no tenía nada qué ver, como la película de ciencia-ficción que has comentado. Tu presentación ha sido dispersa y confusa.
“Esto es totalmente injusto, ojalá no te deseara”, pensó el joven, humillado. Pero al verla colocarse un bolígrafo para mantener el moño de su cabello castaño, y cómo se le subían los pechos cuando levantaba los brazos sin perder su expresión ausente, Jim supo de inmediato que el enfado saldría claramente derrotado de aquel revoltijo de emociones que se producía en su interior.
—Eso podría haberse evitado si usted hubiera revisado mi presentación, como sugerí —murmuró dócilmente.
—De haber hecho esto, el decano habría visto enseguida que la presentación era cosa mía y no tuya, e igualmente nos habrían denegado acceso al ordenador cuántico.
—¿Usted ya lo solicitó con anterioridad y se lo negaron?
—Sí. Pero eso da igual, ya que al hablar en plural para pedir acceso al cuántico, y decir ante todos que “un miembro de esta universidad ha publicado al respecto”, seguro el decano ha sumado dos más dos, e igualmente habría deducido que yo estaba detrás de esto.
Elena repuso sin más, con la naturalidad de quien habla del tiempo. Jim, en cambio, sentía un nuevo combate dentro de su cabeza, con la frase “te ha utilizado” como música de fondo.
-En fin, supongo que vamos a tener que recurrir a otra solución para poder verificar nuestros datos con el ordenador cuántico.
—¿Nuestros datos?
—Puedes ahorrarte estos estúpidos comentarios tan teatrales. Por supuesto que son nuestros. Tu trabajo sobre la aplicación de la longitud de Planck a la teoría de la simulación y como toda materia puede reducirse teóricamente a bits, es muy interesante. Sorprende lo que puedes llegar a lograr cuando no te sientes bajo presión.
—No creo que lo diga en serio, profesora —dijo el joven ahora totalmente en guardia. La banda sonora del combate emocional de Jim subió los decibelios peligrosamente, cambiando la letra por “te está utilizando”.
—Puedes llamarme Elena, querido.
Ella se adelantó, apoyando su cara de labios carnosos sobre sus manos y mirando a su alumno directamente por primera vez.
—Lo cierto es que los demás profesores están muy satisfechos contigo, y en cuanto obtengas el doctorado, yo podría darte el empujón necesario para que encuentres un buen puesto de trabajo en un importante laboratorio. Si me ayudas, claro.
Jim aprendió varias cosas en aquel momento. Primera, que era ambicioso y deseaba este puesto. Segunda, que tenía un gran potencial para imaginar grandes puertas abiertas en su futuro. Tercera, la fuerza de su capacidad para el autoengaño y el poder de la frase “no pierdo nada por escuchar”, por no hablar de lo impresionada que estaría su amada Elena si la ayudaba, y de lo que podría llegar a perder si la tuviera como enemiga.
Pidió una tercera cerveza.
Elena esperó pacientemente a que se tomara varios tragos para exponerle su plan.
-3-
“Si gano soy un genio, si pierdo estoy loco. Así se escribe la historia”.
Eoin Colfer
Hace unas pocas décadas, a principios del año 2020, el chip Pentium más avanzado tenía una gigantesca lámina de silicio con veinte átomos de espesor. Un verdadero armatoste pesado y absurdamente grueso para los estándares actuales, en que los científicos han alcanzado la cifra de cuatro átomos para los recientes ordenadores domésticos, consiguiendo (en comparación) una potencia colosal que augura el principio del fin para la era de las láminas de silicio.
Pero el ordenador cuántico de la universidad es algo totalmente distinto. No tenía nada de silicio y mucho menos de doméstico. Se trata de una bestia única y poderosa capaz de factorizar una cifra con un centenar de dígitos en segundos, cuando sus antecesores más inmediatos habrían necesitado siglos. Una herramienta de esta potencia podría desestabilizar bancos, empresas, e incluso naciones, pudiendo hallar códigos de alta seguridad en un abrir y cerrar de ojos, por lo que el decano debía firmar una petición de uso para fines explícitamente científicos que valieran la pena, y mandarla dicha petición a la delegación del gobierno para que le dieran el visto bueno. Por si esto fuera poco, se trataba de una máquina increíblemente delicada y compleja. La intromisión de una simple mota de polvo en su interior, podría hacer que el ordenador cuántico perdiera su coherencia física, dejándolo inservible.
En resumen, la máquina más extraordinaria y potente que existe, debe ser mantenida bajo medidas de seguridad y aislamiento estrictamente severas.
Y sin embargo, ahí estaba Elena. La luz roja de alarma invadía el lugar, pero ella ignoró esta clara alerta de peligro, así como los estridentes avisos de megafonía que invitaban a evacuar el campus. Ella siguió avanzando sin ningún impedimento por el pasillo extrañamente desierto y sin los habituales guardias armados, directa al área de desinfección previa a la sala del ordenador cuántico. Mientras caminaba con paso decidido, maldecía el nombre de Jim sin parar, mascullando entre dientes como si masticara el nombre.
Sin embargo, su expresión no era de rabia, sino que sus rasgos femeninos estaban deformados por una sonrisa desquiciada. De palabra, le deseaba a su joven alumno todos los males, pero en su fuero interno le estaba agradecida por tener una mente tan brillante y descubrir la aplicación del número de Planck a la teoría de la simulación.
Aquel joven cándido le había abierto la puerta a la victoria. Elena estaba más cerca que nunca de lograr su más ansiado deseo. Usó la tarjeta robada en el lector de la puerta, y entró sin más en una pequeña cámara que se quedó herméticamente cerrada. El programa de desinfección se inició automáticamente. Ya no se oían los avisos de emergencia, que fueron sustituidos por un mensaje de voz pregrabado.
—Desnúdese totalmente, por favor. Deje sus efectos personales y ropas en la taquilla a su izquierda antes de seguir.
Mecánicamente, Elena se desnudó por completo mientras recordaba con total nitidez.
“Cuando un ordenador corriente trata de cargar una gran cantidad de datos en poco tiempo” repitió la voz de Jim en su cabeza. “A veces ocurre un “fallo” durante el ajuste de la imagen, la cual se cuelga, se distorsiona. Es lo que técnicamente se conoce como “glitch”. Y cuando se da este proceso en nuestro entorno, según la teoría de la simulación, se produce un “reality glitch””.
—Ay, Jim, pobre y estúpido Jim, genio cobarde y nenaza. No sabes hasta qué punto tienes razón.
Y es que años antes de ser conocida como la profesora Elena Aldanne, era sólo Elena, la más grande admiradora del profesor Aldanne. Doctorado en ingeniería informática, cosmología, matemáticas y física, aquél hombre era su mundo, su obsesión, su dios al que amar y reverenciar, total y acríticamente. Un genio destinado a recrear el mayor Big Bang artificial con el cual respondería a todas las grandes preguntas de la física y el cosmos.
Pero algo imprevisto ocurrió cuando el profesor Aldanne logró su objetivo.
Cuando aquel cosmos diminuto se creó inmediatamente de la nada, en el programa informático que es la realidad, se implantó una enorme subrealidad. Como consecuencia, se introdujeron muchos, demasiados, datos en poco tiempo dentro de nuestro universo simulado. Los cuerpos de los dos Aldanne se “fragmentaron” momentáneamente en paquetes de bits. Y al restablecerse de nuevo la imagen, los fragmentos simplemente no encajaron correctamente.
Volviendo al presente, Elena se quedó contemplando la cicatriz en su deformidad al final de las piernas. Los dedos estaban desplazados dos centímetros hacía afuera respecto al resto del pie, y eso fue todo. Pero el profesor Aldanne, al estar más cerca del incidente que ocasionó el glitch, no tuvo tanta suerte. Sólo dos de los múltiples paquetes de bits en que se descompuso su cuerpo se reajustaron en el lugar correcto, quedando reducido a una amalgama muerta y amorfa de trozos aleatoriamente pegados entre sí. Así es como Elena sabía perfectamente que la realidad era una simulación informática imperfecta llena de datos corruptos. Porque había visto un “reality glitch” con sus propios ojos.
Un haz de luz láser de baja potencia recorrió las curvas de su cuerpo desnudo, desinfectándolo con mayor efectividad que cualquier otro sistema conocido. En una mano sujetaba el DACU, o “Dispositivo Aldanne Contenedor de Universos”, un pequeño recipiente estanco en dónde brillaban las incontables estrellas y cuerpos celestes que el difunto profesor había creado. En la otra mano, Aldanne sostenía un explosivo casero pero de gran potencia que, si todo salía según lo previsto, pensaba meter por el culo a aquel dios informático chapucero que les había creado en aquella simulación de la realidad tan imperfecta.
Tal y como supuso que pasaría, cuando el programa de desinfección identificó los elementos inorgánicos que Elena llevaba consigo, la voz pregrabada emitió toda una retahíla de avisos y consejos sobre los objetos traídos del exterior. Un segundo haz láser levemente más potente recorrió a Elena, que sentía un hormigueo de calor por toda la piel, y a los dos objetos que llevaba consigo. Al apagarse el láser ante ella se abrió la compuerta a una segunda cámara, totalmente esterilizada y más amplia. Se puso uno de los muchos trajes de vacío pulcramente colocados por tallas en una repisa, los cuales estaban diseñados de modo que uno mismo se lo pudiera poner sin ayuda. Sin embargo, apestaban a plástico, además de tener un tacto frío y desagradable sobre la piel desnuda. Tan pronto se encajó uno de los cascos de plástico transparente que había en otra repisa, la calefacción y el oxígeno del traje se pusieron en funcionamiento automáticamente. Finalmente, accedió a la cámara del ordenador cuántico.
Aparte de su respiración, no podía escuchar ningún otro sonido.
Estaba dentro de un cilindro gigantesco, vacío, de superficie pulida, tenuemente iluminado y perfectamente pulcro. Caminó sobre un puente metálico, al final del mismo estaba el panel de control del ordenador cuántico. El enorme monitor que había en la pared de enfrente se encendió solo, escribiendo una frase de bienvenida.
—BIENVENIDO/A. ¿CON QUIÉN TENGO EL PLACER DE TRABAJAR HOY? INTRODUZCA UN NOMBRE CON EL QUE PODRÉ DIRIGIRME A USTED.
Elena ignoró la cortesía de la máquina y empezó a trabajar de inmediato, calculando toda la materia que existe en el universo y dividiendo la cifra obtenida por el número de Planck (6’63×10 elevado a -34) para pasarlo a bits, siguiendo la teoría de Jim. Luego hizo las mismas operaciones con el pequeño universo, lleno de puntos brillantes en la oscuridad insondable del DACU. Al comparar ambos resultados entre sí, estos eran proporcionales, de modo que la realidad simulada en dónde vivían era un múltiplo numérico exacto de todo lo contenido en el DACU. Elena tenía un recordatorio constante en sus pies de que viven en una realidad creada digitalmente, ahora además, tenía la confirmación científica y matemática de tal hecho ante sus ojos. Y no sólo eso, sino la demostración de que su propia realidad era una capa intermedia.
Elena hizo otra consulta y el monitor mostró nuevos datos casi al momento. El ordenador cuántico confirmaba la viabilidad de su plan. Sonriendo, se acercó al límite del precipicio que se abría ante sus ojos, dejó la bomba en el suelo, y, usando ambos brazos, levantó el contenedor del pequeño cosmos artificial por encima de su cabeza con evidente intención de romperlo.
—¡Deténgase!
Jim entró corriendo en la sala. Dentro del traje de vacío, su cuerpo blanco y desnudo, sujetaba un revolver robado a un guarda de seguridad herido.
—Por favor, no lo haga. Esto ha ido demasiado lejos.
Antes de que Elena pudiera moverse, Jim levantó el brazo y la apuntó con el arma.
—El…el campus. Todo está en llamas. Cuando me pidió que lo hiciera para distraer a los guardas, pensé que era para no arriesgarse a que la detuvieran, que no sería capaz de hacerlo si yo me negaba.
Elena relajó los brazos.
—Pues te equivocaste.
—El fuego ha alcanzado las residencias de estudiantes, hay heridos, ahogados por el humo. ¡Creo que algunos se han quemado vivos, o asfixiado!
—Contaba con ello.
Jim respiraba entre jadeos, estaba al borde del pánico, pero no bajó el arma.
—¡Hay un incendio en la facultad de física, hay pequeños reactores nucleares en uno de los laboratorios!. La radiación…
-Oh, sí, querido. Radiación. En cuanto los reactores superen la temperatura crítica se producirá una fisura, puede que incluso una fisión de los núcleos. Entonces sí que habrá muertos.
—¿¡Porqué!?
—La gravedad de una distracción es directamente proporcional a su efectividad. Eso es hacer las cosas bien, Jim. Aprende.
—No lo entiendo.
Elena no dijo nada, simplemente esperó que Jim viera los datos en la pantalla del ordenador cuántico, reconociera que era el DACU, y atara cabos por sí mismo. Cuando Jim lo hizo, sus ojos se centraron en el explosivo que Elena tenía en el suelo, y el rostro del muchacho palideció aún más.
—Si rompe el contenedor y el cosmos artificial se dispersa, se enfriará, morirá, y desintegrará. Al desaparecer, creará un vacío de datos masivo en la simulación dónde vivimos, un agujero en nuestra realidad que podría llevar a la capa superior.
—Sobresaliente.
Y Elena lanzó el DACU al abismo.
(Continuará)
T.A. Llopis
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