Attack on Titan

Es el año 2013 y Shingeki no Kyojin, traducida al inglés como Attack on Titan, es adaptada al anime. Es una serie violenta y la animación es bellísima y tiene uno de esos ganchos narrativos que son ganadores desde la salida: zombis, pero gigantes, atacando una muralla y personas minúsculas usando tecnología steampunk para matarlos. A continuación, siguen memes, cosplays, videos de gente bailando con su opening. Se vuelve uno de los animes más populares en años, un nuevo Gateway Drug para Occidente para obsesionarse con anime.

Yo conocí Attack on Titan por el primer tráiler, cuando apenas estaban saliendo los primeros episodios. El tráiler tenía esta animación loca de una guerrera vestida con un uniforme militar surcando por los aires y atacando monstruos deformes, con una deformidad muy particular del horror japonés. Era una maravilla. Quedé enganchado inmediatamente y cuando me acabé los pocos episodios que ya habían seguí con el manga. El primer arco del anime y el manga es sólo un preludio realmente de todo lo que será la serie después. Hajime Isayama, el mangaka, tiene a mi parecer un estilo más sucio y menos estilizado que otros mangakas de shonen (tipo de anime dirigido principalmente a hombres jóvenes). A ratos lo criticaban bastante porque había paneles que se veían como sketches con golpes de líneas en los contornos de los personajes. Su estilo también tenía sus momentos de belleza y había un realismo en las proporciones durante las peleas de gigantes que lo hacían muy especial. Sin embargo, lo que me fascinó del manga de Isayama fue el segundo arco largo: el que trataba sobre la Mujer Titán (o Titán Hembra o como lo hayan traducido). Sin irme por spoilers directos en este arco la misión de los protagonistas es detenida a la mitad por una Titan inteligente y brutal. Sigue una serie de peleas que los llevan al límite de la desesperación y que matan a varios personajes menores. Al final de este tramo de la historia se revela la identidad de la villana como un personaje menor que hasta entonces había parecido un cliché más en el grupo de amigos de los protagonistas. Lo que me fascinó de esto es que Isayama jugó, a mi parecer, con los clichés de las series de anime. Isayama tomó un personaje menor que parecía estar sólo en el fondo de la historia y lo volvió un villano complejo, con razones, que sin embargo hacía atrocidades imperdonables. Quedé enamorado de este juego y a lo largo de la historia uno de los puntos más fuertes que tiene es este juego de mostrarte algo que ya conoces porque ves este tipo de series y hacer exactamente lo opuesto a lo que debería hacerse.

Años pasan. La nueva temporada de Attack on Titan tarda años en llegar. Demasiados. La animación es un medio costoso y lento pero el hype es Dios. Más aún si se trata del interés de personas que “no suelen ver anime”. Había incluso miedo de que no habría más temporadas. También recuerdo que había bastantes críticas que pensaban que había sido una serie más motivada por el schock value. Era parte de la manía que hubo hace años por los zombis y el amor inicial por Game of Thrones y las series que “si mataban personajes”.

La segunda temporada, para terminarla de destruir, resultó ser de sólo nueve episodios. La serie continuó poco después con una tercera temporada llena de conflictos tras bambalinas por la censura y cuya primera parte era extremadamente lenta y que dejaba atrás el conflicto de supervivencia de pelear con gigantes y se enfocaba en dramas político con menos acción. El hype ha muerto. Hoy, creo que Attack on Titan ya no tiene y tal vez nunca vuelva a tener la popularidad desquiciada que tuvo durante sus primeras dos temporadas. Sigue teniendo una audiencia, claro está y sigue siendo una de las series fuertes de Anime en Occidente tanto en crítica como en audiencia. Pero no le dio a la gente lo que quería ver, cuando lo quería ver.

Y creo que Isayama y el equipo de la adaptación hizo lo correcto. Hoy las temporadas de anime que han salido forman una de las que, creo yo, es una de las mejores series de Anime en las últimas décadas. El manga está por acabarse y va directo a un final agridulce y doloroso y yo espero termine volviéndose una de las obras seminales del género (por lo menos entre las populares en Occidente).

Es una serie con problemas. Definitivamente. Se habla mucho de que el ritmo del manga es malo y, definitivamente, tiene partes que hasta a mí me aburrieron. La adaptación televisiva lo mejoró en muchísimos aspectos, además de darle una animación preciosa. Sin embargo, el mismo ritmo lento de Isayama le permite enfocarse en caracterizaciones muy naturales y muy bellas que a veces se pierden en la adaptación. Así que no hay ninguna experiencia perfecta. También es cierto, a cualquiera que vea la serie o lea el manga, que a veces tienen que recurrir al bendito deus ex machina para que la historia vaya a donde tiene que ir. Isayama parece ser de los que creen que a veces las necesidades de la historia superan la necesidad de la lógica.

Y aun así creo que es una serie impresionantemente buena y que las últimas temporadas sólo la mejoran y la mejoran. Todo esto va por lo mismo que ha hecho que pierda popularidad: Isayama juega con los clichés y te da algo diferente a lo que quieres. Cada temporada ha sido más o menos completamente diferente. En un punto dejamos atrás el gancho de la serie para enfocarnos en las dificultades de llevar una pelea con la corrupción dentro de las mismas murallas que se buscaban proteger al principio. Después vemos los resultados negativos que tiene el clásico pensamiento de querer ir avanzando que tienen la mayoría de los protagonistas de esta clase de serie. Muchos personajes increíblemente bien escritos son presentados inicialmente como poco más que props del fondo de la pantalla o como clichés del género. Es una serie extremadamente gris y que se rehúsa a dar al lector o televidente lo que quiere ver. Esto, para mí, es lo que la hace buena.

Juan Iván González

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