Procedentes del jardín, atraviesan la cocina y van colonizando todas las habitaciones de la casa. No me molesta; al contrario, me entretiene observarlas mientras trabajan, tan organizadas, recolectando los alimentos que encuentran en su avance.
Al principio evitan acercarse a la mesa, pero en cuanto comprueban que no las enfrento, su osadía aumenta. Las más atrevidas han empezado a subir por mis brazos, una vez acabados los restos que quedaron en el plato mientras cenaba, justo antes de sufrir el ataque de catalepsia. A medida que el número aumenta, el cosquilleo se convierte en un picor insufrible por todo el cuerpo, incluso bajo la ropa. Sus mandíbulas rasgan mi piel, como cientos de pequeñas pinzas, y el dolor se hace insoportable.
Frente a mí, el espejo de la alacena devuelve la imagen de un cuerpo totalmente cubierto de hormigas, con la cara tan deformada que me cuesta reconocerme. Las siento moverse en el interior de los conductos auditivos, otras se meten en la boca, de labios entreabiertos, inmóviles, y noto cómo descienden por mi garganta. Finalmente se introducen por los orificios de la nariz, impidiéndome respirar. Quiero cerrar los ojos, pero la asfixia se adelanta a este último intento de movimiento.
Gregorio Vega Cuesta
(Cuento ganador del Segundo Lugar del 5to concurso La Cabra Negra y sus Mil Relatos 2019)