Amigos comunes

It is, as Mr. Rokesmith says, a matter of feeling,
but Lor how many matters ARE matters of feeling!

Charles Dickens, «Our Mutual Friend»

 

1.1

Soy el mejor amigo de Allan Hexam. Aunque no lo creas.

Del perfil de Bill Gates, Steve Jobs, o Mark Zuckerberg. A los veintisiete años Allan es uno de los hombres más ricos del mundo, un genio de la informática que apareció en la portada de la revista “Time” y está en el top ten de “Forbes”. Allan siempre da de qué hablar. En las fiestas de etiqueta suele ponerse borracho y desnudarse, para luego tocar senos de actrices y supermodelos. Nunca viste de traje, ni siquiera usa zapatos. Siempre lo verás con unos Nike rotos, pantalón de mezclilla y playeras con frases como “GEEKS ARE SEXY”. Su imagen es famosa en todo el planeta: cabello negro despeinado, nariz larga como la de una bruja de cuento y lentes de pasta. Su boca siempre la mueca de un niño esperando decir una respuesta… y esas respuestas son casi siempre un sarcasmo o una burla.

¿Y yo quién soy? Bueno, Patrick Rodríguez, el amigo gay y latino que suele entrevistarlo. ¿Qué he logrado en la vida? Pues… una vez me dieron un premio de periodismo que era una estatua de plástico de Clark Kent. También me obsequiaron una Big Mac cuando fui el cliente 1000 en el Mc Donald’s frente a mi casa… sí, soy un mediocre.

Hace unas horas Allan marcó a mi teléfono móvil. Parecía no estar borracho ni drogado, por eso su mensaje me inquietó.

—Patrick… ven a mi penthouse. Lleva tu cámara y grabadora. Me voy a suicidar y quiero me hagas mi última entrevista —luego, colgó.

Sin dudarlo tomé un taxi de Crenshaw a Century City, el distrito financiero de Los Ángeles, donde se encontraba “Golden Dustman”, la empresa de Allan. Después de un cacheo donde sólo faltó un examen de cavidades, subí al penthouse de mi amigo, quien estaba escuchando “Boulevard of Broken Dreams” mientras una mujer pelirroja le hacía sexo oral. La chica se sorprendió al verme entrar, y de inmediato sacó de su boca el órgano en cuestión. No te preocupes, Mary Jane, es gay, la tranquilizó. No me llames Mary Jane, me llamo Belinda. No me importan tus fetichismos basados en personajes de cómics, dijo la mujer, que se vistió y salió del penthouse empujándome. Como si nada hubiera pasado, Allan me invitó a sentarme en su sala frente al ventanal que permitía ver Los Ángeles. Encendió su estéreo y escuchamos “Basket Case”. A ambos nos gustaba Green Day. Recuerdo que cuando ascendió a la fama, subió una foto a Facebook donde estaba bebiendo cerveza con Billy Joel Armstrong. Me etiquetó con un mensaje: “¿No te da envidia? XD”.

Allan fue a su servibar y tomó una botella de Jack Daniel’s que bebió a bocajarro. Lo hizo bailando al ritmo de la canción.
“Si buscas en Google Images el término «Síndrome de Peter Pan», me encontrarás a mí. Pero también si buscas la palabra genio”, era la frase que lo había hecho famoso.

Y como todo genio empezó a hablar sin importar que yo estuviera listo o no.

2.1

Allan y yo nos conocimos cuando entré a estudiar la high school. Pese a que ya tenía la nacionalidad estadounidense, aún debía soportar discriminación por ser hijo de padres mexicanos que trabajaban uno como jardinero y la otra como niñera. La primera vez que Allan me habló lo hizo con su usual falta de tacto: “Así que además de latino, marica. Eres como un muñequito homie cruzado con una Barbie: una matrioska de las minorías”. Confieso que me dio una muy mala primera impresión.

Mientras mi talento natural era escribir y devorar libros, el de Allan era la informática. Hackeaba las computadoras de la escuela, diseñaba programas y terminaba videojuegos en horas. Solía alardear con que algún día sería millonario y recordado por toda la humanidad. En su casa podías ver una fotografía enmarcada de Charles Babbage a la que le prendía veladoras. Necesitaba su vellocino informático: su Windows, su Ipod, su Facebook… y fui yo quien le di esa idea. Creo que por eso ahora tengo el 1% de las acciones de “Golden Dustman”.

La idea llegó cuando yo leía “Nuestro Común Amigo”, de Charles Dickens. Allan no era un buen lector, a diferencia mía. Le hablé de Dickens: ese gran conocedor de la naturaleza humana. Le conté que la novela que en ese momento leía era la más lograda del autor. Y que trataba sobre “dinero, dinero, dinero y lo que el dinero le hace a la gente”, citando el desenlace de la novela. En ella, aparece Nicodemus Boffin, inspirado en un personaje real, que fue un barrendero que se hizo millonario gestionando basura durante la época victoriana. Le comenté también que los personajes de Dickens serían excelentes amigos en la vida real.

El resto del año Allan se hizo más distante que nunca. Abandonó la escuela y rentó una bodega en el East Side. Diez meses después me mandó un inbox a mi Facebook, pidiéndome que nos viéramos en el área de comidas del centro comercial Baldwin Hills.

Me platicó su idea: había diseñado un hardware que reproducía un holograma tridimensional que creaba a una persona. Un ser humano con inteligencia artificial e inteligencia emocional. Era una especie de ipod que se ajustaba a las necesidades del usuario, y le daba lo que muchos anhelan: una novia o un amigo. Por supuesto, no se trataba de un ser perfecto. Cometía errores, se tiraba pedos, eructaba y no tapaba la pasta de dientes. Pero era un amigo fiel. “Descubrí una necesidad en el usuario, como lo han hecho todos los genios de la informática: la necesidad de amor, la necesidad de un amigo. La necesidad de nunca estar solos. Pueden programarlo y resucitar a un ser querido, o tener la compañía que siempre soñaron… ¿y sabes con qué lo programé? ¡Con novelas de Dickens! Si alguien conoce sobre la naturaleza humana, es él”.

Lo ayudé a patentar su invento cuando perfeccionó el prototipo, y a partir de ese momento cada vez vi menos a mi amigo. Con apenas veinte años ya cotizaba en la bolsa y había fundado su empresa, llamada así en honor al personaje de Dickens. Todo mundo usaba el “Mutual Friend”, como llamó a su invento. Ver personas acompañadas de hologramas fue tan común como respirar. Mientras salían versiones mejoradas de su programa, que paradójicamente eran imperfecciones del comportamiento humano, Allan se forraba de dinero. Sensores al tacto, conflictos personales… su creación era muy humana, como los personajes del autor que una vez le hablé. Allan me obsequió un dibujo original de Henry Matthew Brock, ilustrador de “Grandes Esperanzas” con Miss Havisham, Estela y Pip. “Me costó unos cuantos millones”, dijo con indiferencia.

Yo me convertí en periodista, y me hice famoso por ser la única persona a quien Allan Hexam concedía entrevistas. “Como Lois Lane y Clark Kent”, pensaba yo.


3.1

Pero nada de esto explica por qué se quiere suicidar uno de los más grandes genios del siglo XX.

—¿Sabes? Estoy harto de todo esto. Los mutual friends son tan imperfectos que resultan perfectos, pero carecen de algo que los seres humanos sí tienen: los mutual friends no te rompen el corazón. Pese a que discuten contigo, a que realizan acciones que a veces detestas, nunca te destrozan el corazón. Ya sabes: lo que Estella le hace a Pip aprendiendo de su tía, en “Grandes Esperanzas”. “Rómpele el corazón, te enseñé muy bien”.
—¡Vaya! ¡Qué bueno que la leíste! ¡Me alegra!
—Vi la película de Alfonso Cuarón, no seas idiota.
—Oh.
—La gente sigue viviendo una mentira. No les di más que eso, hice lo mismo que el personaje de Dickens: me volví millonario con su basura. No quiero seguir viviendo en un mundo donde la gente necesita a los mutual friends… por supuesto que eso no lo dirás en la entrevista, sino que atravesaba por una terrible depresión, o alguna otra cosa que se te ocurra. ¿Sabes, Patrick? Eres el único amigo que tuve. Porque no eres un Amigo Común.

Allan caminó hasta su escritorio y sacó una automática de su cajón. Me despedí y mientras bajaba por el elevador, escuché un disparo.

4.1

Llego a casa a redactar la ultima entrevista con Allan Hexam. Me recibe mi novio… quiero decir, mi mutual friend que funge como mi novio.

Mañana veré cientos de mutual friends en la redacción, en las calles de L.A. En los sanitarios públicos. Si mi editor me felicita por la exclusiva, será con su mutual friend. Si un policía me multa, será con su mutual friend y si voy a Starbucks por un café, clientes y empleados conversarán con sus mutual friends.

Cuando pienso que mi novio es un holograma y que Allan está muerto, recuerdo a aquella mujer amargada de “Grandes Esperanzas” y en que tenía razón sobre eso de romper el corazón.

 

Bernardo Monroy

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