Para aplicar a la ciudadanía norteamericana completa, con todos los privilegios, tenía que convertirme en el típico: “hombre blanco heterosexual”.
Tuve que ir a un campamento en el que ofrecían el servicio de Mecsican Conversion Therapy. Lo primero que hicieron fue cortarme el cabello para adquirir la apariencia varonil completa, me vi en el espejo y consideré que no me veía tan mal. Después del primero de muchos baños de agua fría me llevaron a un quirófano en donde removieron o arreglaron mis cirugías reconstructivas. Me inyectaron hormonas, me dieron tratamientos para blanquear la piel, colorearon los ojos con alguna clase de rayo. Me pusieron a ver videos de pornografía heterosexual, de futbol americano y de parejas del mismo sexo en situaciones cotidianas, estos últimos acompañados de electroshocks.
Tenía que andar en una bicicleta todos los días aunque con un asiento amplio para no estimular el trasero intencionalmente. Varios meses de terapia culminaron con una ceremonia de exorcismo en la que un sacerdote sostenía un rifle en alto y le disparaba al diablo que andaba por ahí volando.
Al final, a manera de graduación, me entregaron un acta de nacimiento nueva, enmarcada y con mi nombre cambiado de Lucía Dorotea a William.
Ya no era mujer, finalmente merecería todos los privilegios que siempre se me habían negado.
Jorge Chípuli