Como comenté en una entrada anterior, «Alucinadas» es una antología de ciencia ficción donde se publican relatos en español escritos por mujeres. Sólo mujeres. A mí ese sesgo me produce placer pero sobre todo me parece necesario. No porque los hombres no puedan escribir ciencia ficción alucinante claro está, sino porque la antología permite vislumbrar otras formas de ver que han sido enmascaradas o puestas en la sombra y que son necesarias para llenar la esfera de lo real, de lo subjetivo y de lo diverso, permitiendo reunir en un solo sitio perspectivas femeninas que enriquecen el género —la ciencia ficción— y la visión de género —lo sexual visto desde la libertad personal para identificarse según el parecer o sentir personal—, como sucede con el relato “Mares que cambian” de Lola Robles del que hablaré en una próxima entrada, en el cual se profundiza en las posibilidades o límites que impone una sociedad respecto al sexo de un individuo y como este representa el poder o su carencia en las esferas sociales.
“Techt” de Sofia Rhei fue el relato que más me gusto de la antología. Presenta una sociedad en la que el lenguaje ha sido reemplazado por una versión corta o simplificada del mismo, el Techt, con implicaciones negativas para el pensamiento y la expresión de ideas. Es así como se plantea una teoría de la complejidad, referente a que a medida que acortamos y reducimos el lenguaje para facilitar su lectura o velocidad de digitación, su rapidez verbal, también afectamos la forma en que se ejecuta el pensamiento, el sentido detrás de este, su complejidad. Se puede comparar a una película que al quitarle fotogramas se hace difusa, se pierde el sentido de las escenas, su intensidad y significado.
La referencia al cine es útil para describir cómo se siente Ludwig, el personaje que nos sumerge en el relato: trabaja para la industria cinematográfica como editor o traductor de textos escritos en largo —el lenguaje común que conocemos—, de forma que la máquina que hace el metraje, las escenas visuales, sea capaz de entender el texto y hacer la conversión visual. Sus compañeros de trabajo y la gran mayoría de la sociedad en la que vive no comprenden el largo y de ahí que Ludwig se cuestione sobre el devenir social, y además, debido a su anacronismo pues prefiere hablar el largo, se aísle en una constante crítica del sistema.
Se da una relación interesante entre el trabajo que desempeña Ludwig y su planteamiento sobre el empobrecimiento del lenguaje: el montaje de las escenas afecta el sentido de lo que se quiere decir o significar, similar a lo que sucede con la construcción del lenguaje: al hacerlo más simple se pierde la capacidad de expresar ideas y así mismo, el individuo pierde complejidad expresiva o mental. Ludwig no comprende cómo hacen las personas para razonar utilizando un lenguaje que no permite expresarse con total libertad, basado en “conceptos sencillos e indefinidos… estaba seguro de que la incapacidad verbal implicaba una incapacidad para el pensamiento humanista. Cuando el sentido no se encontraba, sino que se construía, por fascinante que resultara el proceso, no existía ningún acto de comunicación”. A mi modo de ver, esto es lo más interesante que plantea el relato, desarrolla la idea de la afectación que podría tener un lenguaje recortado en el pensamiento. Es un buen ejemplo de los juegos mentales y de reconocimiento a los que nos somete la ciencia ficción. Así, permite explorar y entrever otras realidades y a través de la extrapolación, vislumbrar posibles males, distopías que al ser entrevistas se pueden reflexionar y, ¿por qué no? Prevenir. La ciencia ficción actúa como espejo de la realidad, un espejo profundo y capaz de reflejar en algunos casos lo peor del ser humano, se convierte en consciencia, en método de observación y análisis. Nos permite explorar sin llegar a esos extremos o posibilidades.
El relato se convierte en una especie de distopía a lo Fahrenheit 451 donde ya no se trata de quemar libros con el miedo de que alguien pueda leerlos y verse avasallado por preocupaciones existenciales, sino que estos ya no son importantes, son muy pocos los que todavía comprenden el lenguaje largo y así, los libros pierden significado y capacidad de generar pensamiento, reflexión e ideas nuevas en consecuencia.
Sofía Rhei no se limita a nombrar el Techt y divagar sobre su funcionamiento. Además de crear diálogos de personajes que hablan este lenguaje, nos muestra los orígenes del mismo, el Alfabeto 100, compuesto por la bisabuela de Ludwig, Hipatia. Describe su composición y funcionamiento y lo representa espacialmente en casillas con sus letras y símbolos. Es impresionante la capacidad de la autora para llevarnos a este nivel de realidad y detalle, al punto que Ludwig se convierte en lo otro, lo extraño, aquello que no se entiende puesto que es diferente; Ludwig asusta a sus congéneres cuando se dirige a ellos en lenguaje largo: “aquello sonaba tan inquietante como los sortilegios de los malvados hechiceros de las películas”. Lo normal, lo aceptado, es el Techt y como en un espejo, el lector se convierte en esa otredad, se puede sentir la frustración de Ludwig, su rabia. Me hace cuestionar sobre el lenguaje, los signos, su pronunciación, sólo entendible a través de un acuerdo de funcionamiento con el interlocutor. El relato es un golpe de consciencia magnífico sobre el lenguaje que utilizamos, su función y relevancia en la sociedad, damos por hecho la comunicación y no pensamos en los procesos de traducción que conlleva: pensamiento, vocalización, recepción, pensamiento.
El cuento tiene un giro que a mi parecer, en un principio, no fue tan acertado: Ludwig recordaba —en una especie de inmersión de recuperación aumentada— todo lo que le sucedió ese día, el día en el que transcurre el relato; al despertar está viejo, su vida se ha esfumado… sentí un afán premeditado por darle un giro al relato que permitiera cerrarlo: ir al final de la vida de Ludwig —aunque cerrarlo de otra manera hubiera sido complicado, daría para una novela y tal vez, no funcionaría, como si en vez de escribir un haiku se escribiera un relato por el simple hecho de extenderse—. Y digo que en un principio no me pareció acertado porque luego, con las relecturas, vi otras facetas en el salto de tiempo interno: la reacción de Ludwig al descubrir que está viejo y en un momento diferente al de sus recuerdos, confundido entre estos y su realidad, es la misma reacción que tengo como lector, es un choque ver cómo de pronto la historia se corta, da un salto, Ludwig está viejo, no entiendo dónde está, qué ha pasado; me pone en su lugar, en su situación de inferioridad y desconocimiento. De parecerme una falla en la estructura de la narración el cambio drástico y cierre intempestivo, lo veo ahora como un logro concreto en la construcción, de ahí la importancia de realizar una relectura consciente. El giro al final termina siendo concordante con el tono que el cuento venía desarrollando: como buena distopía estilo «1984» termina mal, el sistema vence, es más fuerte que el individuo, doblega, unifica.
En resumen, el relato está muy bien pensado y construido: la máquina que realiza los metrajes y que Ludwig alimenta con textos suavizados para que esta pueda comprender el lenguaje largo, la relación del trabajo que desempeña como traductor con su vida y del cómo percibe la sociedad; destaco el trabajo de hacer encajar las diferentes escenas de la narración para que la idea general tenga significado y complejidad, las alusiones que desarrolla con los diferentes componentes, tanto personajes como aspectos funcionales o tecnológicos. Sofía Rhei lleva la consecución de la idea al punto de presentar un esquema de la simbología utilizada como base para crear el Techt en la lógica interna del relato, le da fundamento y esencia, le da vida. Un cuento redondo y bien pensado. Alucinante.
Julián Reyna