Yo mataba mariposas
cuando era niño.
Era la costumbre local,
locos que estábamos todos;
y así aprendí a hacer
lo que luego hacíamos
todos.
Y todos los niños matábamos mariposas.
Había que cortar
ramas de algún mezquite…
En zona árida ese árbol espinoso
es muy agradecido, o más bien -debo decir-,
muy apreciado,
porque primero lo cortábamos y sus ramas
eran el arma perfecta.
Y con ella en mano
corríamos por los llanos persiguiendo
a nuestras víctimas hermosas.
Sí, cuando yo era niño
matábamos mariposas.
Por supuesto que entonces no sabíamos reconocer
que eran tan hermosas.
Y es fecha que de ese árbol las ramas
aún nos gusta quemarlas.
Éramos unos tontos
y hoy lo seguimos siendo.
La torpeza de nuestros juegos
enceguece al niño que nunca vio y
nunca aprendió
que la belleza no se corta ni se quema
y, menos, se mata.
Se admira, respeta y agradece.
Alfonso Teja