Por naturaleza

Felipe caminaba por las calles de lo que él considera su nueva ciudad. Muchas cosas son las que medita: Una religión que le falló, un pasado en tierras del norte de África, el sentir de una raza a la que pertenece y que un oaxaqueño consideró como cósmica, una hipocresía, un pasado gris, alguien a quien él llama su mejor amigo y una lágrima negra que tiene todo derecho a tatuarse en su rostro. Recuerda. Tiene muy presente en su cabeza las palabras de ese “mayate” al que llama hermano: ¡Felipe! Eres el tipo más centrado y auténticamente maduro que he conocido en mi vida.¡Piensa! Medita en esas palabras y a la vez siente sus pasiones humanas, una soledad que no ha podido superar… Siente.
Sin embargo todo este diálogo interno no ha podido opacar ciertas mañas muy propias de su modo de ganarse la vida, sabe que alguien lo sigue, sólo que no está convencido de quién se trata. Prepara su revolver, aunque quizás sólo lo haga como parte del protocolo de su trabajo. Todo parece indicar que es una jovencita de más de dieciocho años, con algunos indicios de que pudiese tener alguna capacidad psíquica, pero que no puede detectarlo del todo. Amenazarla sería muy peligroso, así que se evapora como le encanta hacerlo.
—¡Oye tú!
Ella se sorprende, en su rostro hay dos ojos que parecen balas expansivas, sin embargo no hay ninguna señal de algún sentimiento desfasado, al contrario. Aunque fijos aparentan más sensibilidad que realidad alguna.
—¡Aquí en el callejón!
Ella se acerca a su llamado y contempla la figura del mexicano.
—¿Qué quieres de mí?
No responde, sólo derrama lágrimas y corre a abrazarle. Él, capaz de matar a un hombre con más de ciento ochenta y cuatro formas distintas no opone resistencia a la ternura de la niña. Al mirarla por fin la reconoce.

  1. A. CALIFORNIA
    ARENA CLANDESTINA DE “SHU FIGHTER”
    DOS MESES ANTES

—Un mojado hijo de puta. No me hagan reír. Pónganme a tres para que vean que no le llegan a los talones a un solo gabacho —le comentaba Cascabel a su promotor a la vez que se mira al espejo sin camisa —¿Y la hija de Salim?
—Te la traigo en un momento, campeón.
El hombre no tarda en reaparecer jalando a la susodicha joven que muestra una expresión de pánico. El “Bolillo” la mira con sus grandes ojos azules.
—Está justo como me gustan. ¿Cuántos años tienes?
La niña no quería responder, sólo movía la cabeza.
—¡Respóndeme! ¿Cuántos años tienes?
Ella sólo gritó a tal grado que el promotor tuvo que ponerle la mano en la boca.
—No sé si quitarte las tangas de una vez y usarlas de pulsera o esperar a terminar la pelea para untármelas en el cuerpo y quitarme el olor a mexicano.
—¿Qué le decimos a su padre? Ya llamó en la tarde y dice que si le tocas un pelo te va a lapidar.
—Soy hombre de palabra. Así que en dado caso que: el mexicano me venza, me haga quedar en ridículo durante toda la pelea, y si por encima de eso me rompe en la cabeza la silla en la que ella esté sentada, la dejo, no con su desgraciado padre, sino a merced del mojadito ese para que le haga lo que le venga en gana. Y la culpa la tiene ese jodido árabe por meterse conmigo y no pagarme mis honorarios. Así que prepara tus inocentes nalgas para esta noche.
El gemido y las lágrimas eran desesperadas en la chica.
—Campeón, está muy asustada y nos puede meter en problemas.
—Me vale, quiero que me vea pelear.

Cascabel es el ídolo de la arena clandestina y tiene un fuerte récord de invicto, por lo que, a su criterio, medir fuerzas con un mexicano es lo más bajo que ha caído. Las ovaciones que recibe son tremendas, se quita la chamarra de “Biker” para mostrar su musculatura, se siente como un Dios sobre su oponente; la multitud colabora aún más a su ego cuando hace su aparición.

La vestimenta de su oponente es la de un típico luchador mexicano: Máscara, trusa, mallas y botas en tono verde y plateado, aunque de complexión delgada y una estatura de uno ochenta y cinco metros posee también una fuerte musculatura.

La mirada del gringo es clara y recorre el recinto no sin antes mirar a esa joven de ascendencia árabe colocada en un lugar estratégico para que, según él, sea protagonista de la historia de su propia violación. A leguas se le distinguen a ella sus lágrimas y su angustia, sin embargo a nadie incomoda, puesto que ese lugar es muy propio de ese tipo de escenas.
Es mucho el odio que siente por su oponente por lo que viola la supuesta regla y antes de que suene la campana, lanza un recto con una fuerte sonrisa en sus labios que no tarda en convertirse en mueca. El “Cometacos” le toma de la muñeca con la que le conectó el puñetazo utilizando el impulso que lleva, para esto le sirve su otra mano con la que toma su cinturón, haciéndole un derribe de Judo que lo hace estrellarse de cabeza. En sus adentros expresa un dolor no muy fácil de olvidar. Se levanta molesto y ataca con una patada de giro aéreo, su rival la evade de un salto de ancas de rana interceptando el cuello del “bolillo” en tijeras a la “Frankestein”, lanzando su cuerpo a una de las tablas que protegen a los espectadores quedando estas convertidas en astillas. Debió pensar un poco mejor su acción, ya que en el estilo de lucha de su oponente es más utilizada la velocidad que el peso.
Al incorporarse, Cascabel se lanza con más ira y menos estrategia por lo que el mexicano repite el hecho de esquivarlo, ahora sin la necesidad de saltar y simplemente haciéndose a un lado y esperando a que el atacante choque con una columna para tenerlo como un perfecto blanco y conectarle el típico uno dos al rostro con gancho al hígado, aunado eso a un cabezazo a la nariz que deja al gringo bañado en sangre. En su inercia, el estadounidense logra darle un gancho a la quijada al supuesto “espalda mojada”, que le responde (pese al mayor peso de su oponente) levantándolo en alto para arrojarlo sobre una de las cajas de madera que pueden utilizarse como armas. Antes de que se levante, una joven que había estado observando la pelea comienza a disfrutar del espectáculo a la vez que levanta la silla en la que había seguido los detalles de la lucha.
—Un favor: rómpale esta silla en su cabezota.
Él mexicano recibe el mueble con un gesto de suma caballerosidad y en el momento en que su adversario de nuevo corría hacía él, le cumplió la petición a la chica.
Cascabel miró a la joven fijamente —¡eres una malagradecida! —, su mirada era de enojo y antes de caer desmayado corrió por en medio de su frente una gota de sangre.

La niña no tardó en despedirse del promotor que había estado junto a ella durante el encuentro.
—Ya conoce la promesa. Me voy con el de la máscara.
—Espera, él dijo que serías de su posesión no que te irías con él, puede que cambie de opinión.
El mexicano se acerca al ver el modo en que la joven forcejea con el promotor y al darse cuenta de lo sucedido la ayuda a salir de la tarima y expresa —Yo digo que no hay nada de malo que venga conmigo en dado caso que ella así lo disponga, y no sé qué relación tenía con este animal pero considero que lo mejor para una joven de su edad es estar en estos momentos con su familia. Aunque de cualquier manera ella puede decidir. ¿A dónde quiere que la lleve, señorita?

No hubo mucha plática ese día, ella no sabía qué decir ni comentar.

“TIEMPO ACTUAL”

Finalmente caminan juntos por la acera.
—¡Hasta que por fin alguien se acuerda de darme las gracias!
Ella de nuevo lo abraza.
—Se nota que vas a ser una buena niña, porque si eres igual que tu desgraciado padre, de nada te sirven los cariños.
En ese momento ella toma una daga propia de su clan y mientras abraza a Felipe se la intenta clavar en el cuello, él la detiene y le dobla la mano sin lastimarla.
—Sí vas a ser como tu desgraciado padre, a menos que te dejé en manos de mi comadre para que ahora sí de verdad te enseñe a ser una buena niña.
Ella responde de forma agresiva y llorando a la vez —¡Mi naturaleza es esta!
—¡Así es el hombre de ingrato! ¡Por naturaleza!!

                                                                                 Gerardo Martínez Acevedo.

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