Es inevitable que el remake de cualquier filme sea comparado con la versión previa del mismo. Ejercicio que no sólo es irremediable, sino que incluso se antoja necesario, sobre todo cuando la pieza reelaborada en cuestión se trata de una obra de culto internacional.
Así ocurre con Suspiria, uno de los filmes fundamentales y más reconocidos en la carrera del italiano Dario Argento; pieza esencial dentro del género de terror y, para algunos, el punto culminante del subgénero conocido como giallo. Ante un filme de tales características, el cineasta Luca Guadagnino (Llámame por tu nombre, A Bigger Splash), optó por abordarlo a través de una dicotomía en la cual, por un lado, trata de ser respetuoso con el material original, pero al mismo tiempo busca distanciarse del mismo.
Ejemplo del primer aspecto de tal dicotomía, es la trama: La anécdota central sobre la cual Argento construyó su filme es esencialmente la misma sobre la que se cimenta el de Guadagnino: una joven bailarina norteamericana llega a Alemania buscando ingresar a una prestigiosa escuela de ballet. Desde el primer momento de su arribo a la misma se percata de que al interior de ella ocurren una serie de eventos extraños, al tiempo que un par de alumnas desaparecen misteriosamente. Y terminará por descubrir que tras la respetable fachada de esa academia se esconde un retorcido culto que practica la brujería y adoran a una deidad sobrenatural.
Además de dejar casi intacto el plot original (aunque traslada las acciones de la ciudad de Friburgo a Berlín), el oriundo de Palermo conserva intactos también los nombres de los personajes principales: la joven recién llegada Susie Bannion; la profesora y coreógrafa Madame Blanc, la siniestra y octogenaria bruja Helena Markos… del mismo modo, la manera en que transcurre la trama no varía grandemente. Incluso, la historia tiene lugar también en el año 1977.
Sin embargo, esta Suspiria está lejos de ser una copia al carbón, ya que si bien es cierto que la anécdota, su desarrollo y desenlace no varían demasiado del original, Guadagnino introduce ligeros (pero significativos) cambios en la misma, y un ritmo de narración, estética visual y algunos contextos y connotaciones que terminan por convertirla en algo radicalmente distinto a la película de Argento.
Entre esas pequeñas modificaciones que terminan por agigantarse al interior del filme, se encuentra la danza. En la versión original el hecho que la academia fuese de ballet era un detalle meramente intrascendente y sin peso real dentro de la trama (podía haber sido una academia de canto o de música y el resultado hubiese sido el mismo). Pero en la versión 2018 este detalle es retomado y juega un papel más activo (e incluso vital) en el relato: es a través de las coreografías que conocemos el temperamento y la fortaleza de la protagonista; también son los detonantes de un par de momentos críticos de la narración, e incluso se plantea que algunos números dancísticos ejecutados por los integrantes de esa academia ocultan en realidad los pasos de poderosos rituales mágicos, que incluso pueden emplearse para matar. En ese rubro, merece mención aparte una de las mejores escenas del filme, cuando vemos como Olga -una de las bailarinas quien amenaza con abandonar esa escuela y divulgar lo que allí ocurre- muere de manera espeluznante y grotesca, mientras en otra parte del instituto Susie lleva a cabo la ejecución de una aparentemente inocua pieza de danza contemporánea.
El cambio de las acciones a Berlín le permite introducir una contextualización sociopolítica que la cinta de los setenta no incluye, en la cual, como si fuese música de fondo, podemos escuchar a los noticieros radiofónicos informar sobre el secuestro del avión de pasajeros Boeing 737-200 de la aerolínea Lufthansa orquestado por la Fracción del Ejército Rojo (RAF), también conocida como la banda Baader-Meinhof, o sobre el fatídico destino de algunos de sus principales cabecillas quienes se encontraban encarcelados… hechos que tenían sumergido a Alemania y buena parte de Europa en una de sus peores crisis tras la Segunda Guerra Mundial.
Para acentuar la sensación de zozobra y opresión que flotaba en el ambiente germano de esa época toda la acción del filme se lleva a cabo en una ciudad cubierta perpetuamente de nieve, fotografiada por la lente de Sayombhu Mukdeeprom (colaborador tanto de Guadagnino como del cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul) con colores apagados y sombríos, carente de cualquier tono vibrante, a contraposición de la estética visual y los estallidos de colores propios del cine de Argento a los cuales únicamente remite hasta el final, en la escena climática del filme, donde el rojo intenso predomina. Cinematografía muy a tono con una partitura musical compuesta por Thom Yorke, el cantante de Radiohead.
Pero sobre todo, Luca Guadagnino se aleja de la obra de Dario Argento a causa de la sensación general que producen sus respectivas versiones. Mientras que la del segundo (por planteamiento, ritmo, sonoridad y estilo) pareciese moverse más dentro de lo onírico (dejando la sensación de estar al interior de una escalofriante pesadilla); la del primero, por el contrario, busca apuntalarse más en la realidad, en un contexto histórico y social específico, donde los terrores ocultos tras las puertas de la academia son replicas de los horrores que devoran a la sociedad que se encuentra más allá de sus paredes, acechada por las sombras de la violencia, la incertidumbre y el miedo que (parafraseando al inmortal Rainer Werner Fassbinder) devora sus almas.
Como resultado, Guadagnino nos ofrece una versión de Suspiria mucho menos visceral y directa, que prefiere regodearse en lo artístico y lo metafórico. Es decir, la aleja bastante de su pasado giallo y entra más bien en los terrenos del Art-House Horror. Es difícil que los fanáticos acérrimos de Argento aprueben esta versión, pero seguro encontrara buena acogida entre aquellos que no tienen el referente del autor romano tan introyectado en su sistema, sobre todo los más jóvenes la encontrarán fascinante. Ya sólo restaría ver si pasa la prueba del tiempo (que al final, es un jurado mas inclemente) y logra convertirse en nuevo referente para las generaciones -y amantes del género- de años venideros, o si sencillamente se queda como efímero hype y pasa a ser una mera curiosidad, como le aconteció a la Psicosis de Gus Van Sant o la Invasion of the Body Snatchers de Oliver Hirschbiegel, otros intentos previos de rehacer clásicos.
Francisco Javier Quintanar Polanco