Postales a mamá desde Nueva York hundida

I

Hola, mamá, hace mucho pienso en cómo

estará tu párpado,

si finalmente la córnea habrá sanado,

si alcanzarán las drogas para aliviar el colon

irritado de la abuela.

He llegado a Nueva York esta mañana,

la ciudad donde nací,

la ciudad que soy incapaz de recordar

excepto en mis pesadillas con trenes,

¿no es cierto, mamá?

En mis sueños los trenes siempre viajan hundidos.

Abuelo, en el último vagón de mis pesadillas,

carga una maleta, un fardo lleno de drogas

que curarán finalmente las enfermedades de todos.

He comprado una primera postal a un viejo

en un estanquillo de periódicos,

parecía con hambre y tuve pena de sus postales ancianas,

de los callos en sus ojos,

de la suciedad de este mundo que aún llamas hogar.

Aquí estoy, en las calles inundadas,

me llevan al hotel en una góndola aérea,

prometen que mañana dejará de llover,

que nos llevarán a la termonuclear de la Quinta Avenida,

sí, aquella, la famosa, la del accidente,

blindada desde el año 40 por un escudo de sintplast,

que mañana será otro día, nos juran,

evidentemente seguirá esta llovizna

porque estamos en la antesala del purgatorio

pero sucederá el milagro

sucederá algún tipo de milagro y así nos llevarán a los museos

que sobrevivieron a las primeras inundaciones

y a la estación de trenes donde partió el abuelo

a los campos de concentración.

Me blindaré de postales, mamá. Postales de Nueva York hundida.

No las mandaré por holograma y espero que tu córnea

siga firme en su eje.

Dile a la abuela que he vuelto a ver la lluvia

aunque en esta ciudad parece distinta,

no como en los sueños o en las pesadillas de mi niñez.

Dile a la abuela que me he sentido sola y triste,

demasiado flaca en mi vestido de turista.

 

II

Hola, mamá, hace dos horas que estamos en la vieja Estatua.

La postal no es hermosa, es sólo un charco de mugre.

Mis botas tampoco son hermosas ni las fotos que llevaré a casa

parecen extraordinarias

pero aquí estoy, debajo del pie de la libertad,

sonriente en ocasiones porque el guía me ha pedido una sonrisa, señorita,

una sonrisa para los recuerdos,

me pregunta si no quiero salir bien,

cómo luciré en InstaWorld si mis fotos están llenas de llanto,

por él me encojo, guardo la soledad, la anudo en un pañuelo

y el guía resplandece,

tienes cara de nativa, dice, ya no usa el usted, ahora soy tú, una de las tantas

chicas sonrientes que sueñan con InstaWorld,

tienes cara de nativa, insiste, y le confieso que nací en el guetto,

la palabra le incomoda, me corrige, en las tribus judías, ah, del pasado,

su voz tiene tonalidades de ensoñación.

Nací antes de las inundaciones, le recuerdo,

por si no se ha dado cuenta que no soy

tan joven como cree

pero no le importa, me pregunta el nombre del abuelo y me confiesa

que también él tuvo un abuelo judío que fue atrapado debajo de las ruedas de los trenes

o más allá,

en los campos de concentración,

advierte que ha dicho mal, se corrige,

en los campos de adaptación.

Me sonríe. Le sonrío.

¿Acaso no quiere la señorita otra foto

debajo de los pies de la Libertad?

 

III

¿Recuerdas mis primeros vómitos, mami?, ¿recuerdas cómo nos alejaron

de la Quinta Avenida cuando la termonuclear

enseñó su garganta, la oscuridad que guardaba

en su barriga de animal?

Ahora no hay peligro, aseguran todos, el domo protege

pero mis arqueadas se traban en el borde de la garganta,

y pienso más que nunca en tu córnea y en el colon de la abuela,

pienso más que nunca en mi enfermedad de la sangre,

en tu decisión de salir del planeta cuando aún estábamos a tiempo,

en la pobreza, mamá, pienso más que nunca en tu pobreza,

en las fotos de mis cinco años

sin padre, hermano ni abuelo,

en que morirás sin volver a este paraíso de las tumefacciones

y en que eso es lo mejor, mamá, lo mejor que ha podido sucederte

en tanto tiempo.

 

IV

Hoy amaneció con lluvia. Casi una perfecta despedida.

Muestro mi mejor rostro de turista, el único que me pertenece

en este sitio,

Ojalá pudiera ir a la estación de trenes, pido,

es casi un reclamo al guía, ese que me tutea y me dice señorita,

ojalá pudiera ir a la a estación de los judíos, le recuerdo,

pero él niega con la cabeza,

la historia es un proceso doloroso, para qué recordar los campos

y a los pobres tipos que allá trabajaban,

para qué recordar que los llevaron a todos a la Quinta Avenida

como pájaros en sus jaulas,

sólo que las jaulas eran de radioactividad y allí estaban los pájaros

que paleaban escombros radioactivos,

polvo radioactivo,

desechos radioactivos,

una labor digna de una medalla

para todos aquellos cadáveres

que no sobrevivieron cinco días,

que se convirtieron en espantajos sin pelo, en pústulas que respiraban

el calor de la radioactividad,

para qué recordar los campos de adaptación

si la historia ya dio el resultado y es este,

en Nueva York llueve, llueve mucho, quizás para borrarlo todo,

para olvidarlo todo,

así me dice el guía y mueve la cabeza en una negación sin rumbo,

ya la estación no existe, no existe, está inundada, a varios metros debajo

del nivel de las aguas.

Debo conformarme

con la palmada que el guía le regala a mis hombros,

casi una disculpa,

es como si la historia le pusiera finalmente una medalla a mi abuelo.

 

V

Mamá, regreso a casa. Ya te llegará esta última postal cuando

esté a las puertas de Luna 8.

Retornaremos juntas, la postal y yo, por diferentes caminos.

Mira, qué sorpresa, hoy ha parado de llover, casi ha parado de llover,

apenas caen unas gotas dulzonas sobre el domo de la Quinta Avenida,

no empapa.

Es la despedida, mamá, porque no volveré a pisar las calles de esta ciudad,

lo sé,

tus ahorros de tantos años sólo han alcanzado para este viaje

donde me he sentido como extraña.

Ahora me doy cuenta que este era tu viaje y no el mío,

que esta era tu ciudad y no el centro de mis miedos,

que extraño el calor perenne en Luna 8.

Pero aquí estoy, ya verás las fotos, ya subiré las fotos

para que mis amigos y tú las comenten en InstaWorld,

para que todos digan que cumplí mi sueño,

que retorné a la Nueva York de mis pesadillas

y que ahora, finalmente, ya habré pasado la hoja y cerrado el libro,

e incluso destrozado el borde del libro,

pero verás, mamá, las cortadas con papel duelen,

se quedan en la piel sin cicatrices.

En esta última postal verás la ciudad desde arriba.

Es sólo un purgatorio acuático.

Desde lo alto aún se aprecia el domo, ese caparazón de tortuga

que se adentra en la ciudad y sus inundaciones.

Mamá, ¿cómo estará tu córnea? ¿Qué tal el colon de la abuela?

¿Habrá sanado?

 

 

Ealine Vilar Madruga

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