Verona es un planeta rocoso rico en Verocristales. Estos cristales se han convertido en la fuente de energía más usada por el sistema Algoriano, razón por la se ha instalado una colonia en el planeta dedicada exclusivamente a la explotación de dichos Verocristales. La ausencia de vida es algo que desconcierta a todos. Hay gases orgánicos en la atmósfera, presencia de agua tanto líquida como congelada y un núcleo semisólido que libera energía. Sin embargo ningún ser vivo nativo, ni siquiera del orden más bajo se ha desarrollado.
No todos los sitios han sido explorados debido a que el objetivo principal involucra sólo la explotación de los yacimientos. Sobre la cuestión meteorológica, el clima permanece inmutable: un frío inclemente y un cielo verde claro que se va tornando amarillento por las noches.
No hay puerto espacial, no hay satélites orbitando el planeta y mucho menos una estación espacial sobrevolándolo. Únicamente el Sindicato, monopolizando estas tierras baldías y ricas en recursos.
La colonia compuesta por dieciséis humanos trajo consigo vienticuatro autómatas para ayudarles en las tareas más pesadas y especies exóticas como el waccu, un reptil doméstico de gran tamaño que no sólo brinda una oportunidad de transporte sino un fuente de alimento. Sumado a eso el árbol de dragu resultó ser la especie vegetal que mejor se ha adaptado.
Es gracias a los autómatas que la empresa ha logrado llevar a cabo sus operaciones. Los obreros de hierro trabajan eficientemente, se quejan menos y laboran más horas. Si bien cada uno contiene su número de serie con el tiempo tienden a seleccionar nombres propios en base a eventos ”destacados” durante su programación, no a su código base, sino todo aquello que aprenden de su ambiente.
Las actividades en la mina continuaron con su próspera explotación y las naves con su cargamento eran despedidas cada seis meses. Nunca hubo accidentes ni pérdidas humanas pues los robots se encargan del trabajo duro. Sin embargo cierto año ocurrieron algunas peculiaridades en el interior de las cuevas donde se extraía el cristal.
Claude Remen, el escuálido capataz se encontraba en la entrada a la cueva, humano de mediana edad tenía una disputa con IQ5, un robot que se negaba a continuar su labor dentro de la mina.
—¿Cuál es la razón por la que rehúsas seguir trabajando? —preguntó Remen.
—No quiero continuar. Deseo dedicarme a otra tarea. Durante los últimos días mis hermanos han sido saboteados, a veces nuestras herramientas de trabajo desaparecen o cambian de lugar, sin olvidar la desaparición de uno de los nuestros. Nuestros sensores han detectado que hay algo dentro, quizá una forma de vida —respondió IQ5 con tono de preocupación.
—En ese caso llevaremos a cabo una investigación —dictaminó Ramus.
El humano se despidió del autómata y se dirigió a la aguja de control donde se encontraban los directivos del Sindicato.
Aquella investigación se realizó. Sin embargo, la averiguación no arrojó explicaciones a los fenómenos acontecidos. Efectivamente había un robot desaparecido, lo cual se corroboró llevando a cabo un pase de lista de todas las unidades activas en la colonia. Finalmente la labor minera volvió a la normalidad. Pero no hubo resolución ni medidas precautorias. Parecía que el incidente del obrero desaparecido sería archivado y mandado al olvido.
Cierta mañana, mientras IQ5 se encontraba sacando escombro, sus sensores de movimiento detectaron que algo se acercaba, cuando giró pudo ver a su amigo, “Iroc”, el robot desaparecido. La conmoción llenaba a todos, la comunidad de hojalata estaba bastante animada, vitoreaban el regreso de su compañero y se veían poco dispuestos a seguir sus actividades. Sus intenciones estaban más encaminadas a celebrar el retorno de su extraviado camarada.
Cuando el señor Remen se enteró de lo ocurrido, le llevó inmediatamente ante el los líderes Sindicales del planeta. Las puertas se abrieron y entró Iroc. Iba escoltado de dos guardias vestidos con túnicas grises y armadura plateada. La cámara era circular y estaba llena de ventanas por donde se podía ver las colinas. Los asientos estaban ocupados por los tres directivos. El Sindicato estaba regido por un triunvirato. La empresa funcionaba gracias al poder que reside en su dirección. Los regentes se veían viejos, avaros y altivos. En esa reunión estaban también Remen y el representante de los autónomos, pero estos permanecían parados.
Iroc observaba los cristales que decoraban la cámara. mientras el era a su vez, el centro de las demás miradas.
—¿Usted es el robot IQ4-05 denominado “Iroc”?
—Así es.
—Usted desapareció hace aproximadamente cuatro semanas, no logramos dar con su paradero hasta ahora. ¿Cree que podría tener la gentileza de explicarnos dónde estaba? —preguntó un miembro del triunvirato.
—Es complicado, dudo que conozcan el lugar. Me encontraba trabajando, usaba mi picoleta cuando algo gigantesco me atrapó. Una especie de formación de cristal dotada de movimiento me tomó por los brazos y me condujo por un camino del cual jamás había reparado —respondió Iroc.
—¿Está sugiriendo que existe alguna especie de vida en el planeta?
—Lo afirmo.
—Entonces los cristales tenían vida y le secuestraron.
—Me tildan como una unidad defectuosa, no lo dudo. Pero permitan que les diga algo, las cuevas tienen vida. He traído conmigo, a la artífice de esto.
Iroc abrió la puertecilla donde guardaba su combustible y ahí dentro escapó una criatura antropomorfa del tamaño de un murciélago. Tenía la piel verdosa y unas alas que se agitaban como las de una libélula. La criatura dejaba ver unos rasgos humanos y delicados. La diminuta entidad se acercaba en vuelo acrobático hacia los miembros del triunvirato. Su expresión corporal y su dialecto chillón e incomprensible parecía insinuar que no estaba diciendo nada agradable.
—¿Qué es lo que dice este impertinente bicho volador? —dijo uno de los ancianos.
La criatura sopló su aliento sobre el opulento director y éste gritó. Se tallaba los ojos como si le hubieran rociado ácido y su piel comenzó a llenarse de venas azules. El hombre comenzó a cristalizarse, como si un congelamiento agresivo estuviera produciendo en su interior, hasta que un esqueleto cristalizado emergió de su cuerpo como lo hace un insecto de su crisálida. La figura hecha de cristal se abalanzó sobre los dos miembros restantes del triunvirato.
Por las ventanas se podía ver un espectáculo similar. Esculturas de cristal destruyendo las instalaciones, y los pocos colonos humanos corriendo despavoridos.
Los autómatas se habían liberado de los colonos. Una vez masacrados los humanos, los hombres de acero se despidieron en paz de las diminutas y aladas criaturas que habían emergido de las cuevas. Ahora podrían escribir su propia historia, vagar por la galaxias buscando su propia fortuna. La colonia fue abandonada y nadie volvió a explotar los recursos de Verona.
Juan Jesús Aguilar Benson