Ainara era la mujer más fría del mundo, prácticamente nació en la academia militar.
La conocí en un evento que se organizaba para que los militares festejaran el fin de año. Yo no era más que un animador de fiestas. Quedé fascinado al ver su silueta atlética a través de su entallado vestido; me acerqué a ella bromeando y la invité a salir. Tuve que conformarme con citas virtuales ya que ella, ¡jamás tenía tiempo!
Durante nuestro noviazgo fue peor, mi amor por Ainara era tan grande que yo caía en lo cursi. No perdía oportunidad de demostrárselo con detalles, palabras y cariños. Ella era seriedad y recato. A veces era como andar con una roca, me desesperaba y analizaba si valía la pena continuar así.
Nos casamos en el año 2037, después de sólo un año de noviazgo y eso porque yo insistí. Vivimos un par de años bien, ella tenía un salario sustancioso y yo me dedicaba al hogar, como una pareja normal. Pero después nuestro matrimonio se volvió un árbol seco; ella siempre llegaba cansada, sin ganas de ningún contacto sexual. Nada que ver con aquellos años donde el fuego y la pasión nos consumían.
Varias veces lloré pensando que ese matrimonio no era lo que yo tanto había anhelado. Un día me desesperé y le propuse ir a terapia de parejas. Ella aceptó.
El psicoanalista me recomendó que tratara de reavivar la pasión cumpliendo las fantasías sexuales de mi pareja. Le pregunté a Ainara y su respuesta fue: “Quiero un trío con un robot prostituto”. Me dejó atónito, nunca imaginé que diría eso.
Durante una semana me dediqué a buscar una agencia que tuviera ese servicio. Me enviaron un catálogo, el cual Ainara y yo revisamos minuciosamente. Hasta que encontramos a Eddy.
Un robot con aspecto humano, de piel oscura, músculos bien definidos, sonrisa atrayente, un toque de maldad en su mirada; era alguien que si fuera un humano real yo no podría competir con él. Para colmo al final de la página del catálogo venían opiniones de clientes satisfechos (as), y una de ellas decía… “tiene un pene enorme”.
Ainara sin dudar me dijo: “¡Este!”.
Nos dieron la opción de algún disfraz. “¡De policía!”, dijo ella.
Lo renté para un fin de semana. Ainara disfrutaba dándole órdenes a aquel robot, retozaban, gemían. Yo me sentía incómodo al seguirles el juego, pero no tuve opción, lo hacía por ella.
El lunes desperté solo en la cama. Ainara se había fugado con el androide.
Al ir a recoger mi depósito por la renta, me enteré que Ainara lo había comprado. Ahora, ellos viven juntos.
Claudia Aguilar.