«Una mujer original no es aquella
que no imita a nadie, sino aquella
a la que nadie puede imitar»
María Félix
Yo, la tierra
me he provisto de mujeres
por la mañana resplandecen
sitiadas a un poema.
Sus voces regalan felicidad
en propiedades zafiro.
Son águilas, felinas o estrellas de mar
conviviendo con el agua y el aire
en vitalidad cruzan la forma invisible
del universo.
Estallidos con lengua indómita
son: Hermosura
llueven y maduran rizomas.
Ahora…
sus pasos incendian
cuando les atrae la oscuridad
ah, guardan tanto amor
lo beben a grandes tragos.
Y para invocar a sus dioses
su aroma se erige en
la molécula de una flor
así mismo
eléctricas
se eternizan
con cualquier nombre
dentro del flujo vital.
Yo, la tierra
me he provisto de mujeres.
Se reaniman mientras duermen
donadoras de tibieza lo que sueñan
junto a la tormenta.
Por las noches son el espíritu del fuego
en los abismos del océano.
Con caudales de gestos y palabras caen
sobre orquídeas.
Ellas, un seminario creación-sexo-amor
semejantes
a un espectáculo grandioso.
Abstraídas por el tiempo
hacen mirlas de crisantemos
y se las colocan entre las piernas
luego…
Se elevan casi sin aliento
valiéndose de su luminoso mundo
y así, cantan con júbilo
y así, desnudas toman el sol
provistas con medusas en el ritmo
de las caracolas
y así, brillan sujetas a cuerdas de oro
en un antiguo códice
por eso
son exaltadas en reinos etéricos.
Yo, la tierra
me he provisto de mujeres
ay, ¡deleite!
ay, ¡belleza!
Sus pechos miran ante el terremoto
se anudan al corazón,
ahí dormitan un instante
desde siglos…
Sus piernas caminar mil leguas
en la vasta geografía de la vida.
Es verdad, las mujeres vuelven
a ser polvo.
Sus huesos se acoplan en torno
de la tierra cósmica y,
no todo está muerto
entretanto…
Parecen un poco de la creación
cuando sin darse cuenta han traspasado
cada fogata para su encantamiento.
Tienen lágrimas en el cuerpo
porque hay que llorar entre faunos.
Entre ruiseñores hay que llorar
dejar caer nubes desoladas.
Llorar. Llorar
este olor de llanto es inevitable
este aroma con batracios latigueando
tenaz
ardiente
mujer sin ausencia a la golondrina del día.
A veces
son siniestras. No existe ternura comparable
pero a veces
son almendras confitadas y,
aprietan el pubis para trasmitirte
su fecundidad.
Hay mujeres con fuerza laborando en
jornadas extenuantes
-a veces jadeando-
Ay, ¡nalgas de ópalo!
Ay, ¡pies sobre la onda del desierto!
Ay, ay, ¡rosa por fuera rojo por dentro!
Ay, ¡canto celestial del Edén!
¡Oh, mujeres! ¡Mujeres!
Apeándose al gigantesco corcel de fuego
allí donde reinan
sus eternas transformaciones
son el principio de toda ciencia y,
de todo arte.
Aquellas mujeres con dolores de parto
bajo la higuera cotidiana
he aquí
vecen la Guerra de los Siete Años
cada amanecer.
En la hora consabida
son puntuales a su fraternidad.
Siempre se acicalan como aves
ante el viento matutino que las
desnuda frente a un hombre ciego.
Mujeres de cabello azul
Marías Félix tatuadas
en las profundidades de los suburbios
con una violenta secreción de mariposas
para que su sexo se incruste
a las carcajadas de otro sexo.
Yo, la tierra
me he provisto de mujeres
bellas sin bestias
caminando interminables praderas
por supuesto
cantan
y bendicen
sobre el gran universo que intenta evaporarlas.
Sandra Valenzuela