El vecindario

6:00am. Despertar y sentir la brisa fresca que entra por la ventana me hace sentir vivo. Me considero afortunado, aunque supongo que todos lo somos; estamos en el mejor lugar, en el mejor de los tiempos. Tomo una gran bocanada de aire limpio y me levantó de la cama, no tengo sueño, nunca lo tengo.

El brillante sol comienza a asomarse en el horizonte, es hora de comenzar mi día. Hoy tengo planeado visitar a un amigo y almorzar con él. Es un buen sujeto, todos lo somos.

Me visto y tomo el camino rumbo a su casa, qué bello vecindario, qué suerte la mía. A mi paso todos me saludan, algunos rostros me son muy familiares, otros parecen distintos de la última vez que los vi.  ¿Acaso Michelle no tenía el cabello rubio la última vez que nos vimos? Qué más da, luce bien de pelirroja.

            Llego a mi destino y mi amigo me espera con una amplia sonrisa. Qué feliz se ve, me siento bien por él y estoy seguro que él se siente bien por mí.

—¿Cómo estás? —la pregunta es retórica. A kilómetros se mira bien, pero necesito escucharlo. Necesito saber que él también es feliz.
—Muy bien, ¿de qué otra forma podría ser? —responde sonriente—. Llegas temprano para el almuerzo.
—Lo sé. Quise venir antes… tuve una mala noche —su sonrisa parece desdibujarse por un momento antes de volver.
—Al final esto es lo que importa, ¿no? —hace una seña señalando el amplio y pulcro vecindario.
—No pude haberlo dicho mejor —respondo antes de ingresar a su casa. Es una hermosa construcción moderna de paredes altas y muebles elegantes—. ¿Ese sillón es nuevo?
—Lo canjeé ayer —me dice mientras me da una palmada en la espalda—. Fueron veintiséis horas por él pero valió la pena.
— ¿La alfombra venía incluida? –comienza a darme envidia.
—No, esa la canjeé hace una semana. Había olvidado colocarla —responde orgulloso.
—Estoy por canjear mi primer vehículo —digo mirando hacia las escaleras que llevan a la planta alta. Hace menos de un año su casa era de un solo piso—. Pero no quisiera estar mucho tiempo fuera del vecindario, no sé si lo valga.
—Vasthi tiene uno y dice que es lo mejor que ha canjeado…
—Hora de almorzar —lo interrumpo. No necesito escuchar sobre los éxitos de Vasthi, hoy no.
—Cierto —me dice extendiendo su mano para invitarme a pasar al comedor. El reloj de pared sobre su reluciente mesa nos dice que en dos minutos debemos estar listos.

La mesa está puesta, hay un banquete frente a mis ojos. Aunque no importa que elija, el primer bocado siempre es el más difícil de tragar. Puré de papa y un trozo de humeante carne asada es mi elección. Mi estómago ruega ya por comida. Debo esperar que el reloj dé la hora. De cualquier manera al final siempre termino satisfecho, todos lo hacemos.

—Buen provecho —digo justo cuando el reloj marca las nueve de la mañana en punto. Mi amigo intenta decirme lo mismo, su primer bocado se lo impide.
Almorzamos en silencio, al igual que todos los demás, y después de quince minutos soltamos una gran Ah de satisfacción.
—Un gusto compartir el almuerzo contigo —exclama mi amigo antes de que abandone su casa.
—Mañana en mi casa antes de nuestro partido —le digo sonriente.

            Regreso a casa y veo que Vasthi limpia su auto frente a su hogar de dos pisos. ¡No puedo creerlo, también ha comenzado a construir una piscina en su jardín frontal! Ahora entiendo porque no la vi las últimas dos semanas en el vecindario. Es una muy buena chica, todos lo somos, pero ni el jardín más cuidado merece pasar tanto tiempo en la ciudad, ¿o sí?

            En la entrada de mi fachada veo que aún tengo mucho espacio libre. Pronto todos comenzarán a hablar de mí, será mejor que mañana comience a pasar una hora más en… No, no importa… ¿A quién trato de engañar? Claro que importa, es lo único que importa. Necesito una hora más en la ciudad. Una hora diaria las próximas tres semanas deberá bastar para canjear un par de muebles, quizá también necesite un arbusto elegante.

            Creo que serán dos horas diarias más en la ciudad durante tres semanas, no tengo opción. Vivo en una de las zonas más exclusivas y sé lo que eso significa, todos lo sabemos. Para conservar mi nivel de vida necesito pasar más tiempo en la ciudad. Serán dos horas más a cambio de nuevas adquisiciones. Es un esfuerzo que vale la pena.


1:00pm.
No puedo creer lo rápido que se ha ido mi día. Tal vez sea hora de divertirme un rato, miro mi teléfono y compruebo mi saldo. Tengo lo suficiente para pasar dos horas con ella.

            Camino doce cuadras antes de llegar al límite de nuestro vecindario —realmente necesito ese vehículo—. Estoy en la orilla del distrito comercial. Miles de tiendas se concentran ahí. Existe una tienda para todo lo que uno quiera, camas en todas las formas, colores, texturas y tamaños; tinas de baño por igual, así como de alfombras, lámparas o cualquier otro objeto que uno pueda imaginar. Todos los productos están exhibidos. Por suerte aquí sobra el espacio, aunque no el tiempo.

            Atravieso otras cinco cuadras llenas de escaparates. ¡Cielos! Qué hermoso lavamanos acabo de ver. Sería la envidia de Mike con un de ellos. ¿El precio? El equivalente a treinta y dos horas en la ciudad. No, este no es el momento para comprarlo. Primero mi vehículo. De cualquier manera lo dejo marcado para recordar que me ha gustado, ya podré canjearlo después.

            Continúo caminando hasta llegar a un callejón lleno de luces neón a pesar de la hora del día. En la entrada una pantalla verifica mi edad, cumplí los catorce hace casi una década, así que el acceso está permitido. Grandes vitrinas de cristal dan a ambos lados de la calle, aquí también hay locales para todos los gustos. Hay mujeres, hombres, personas con rasgos orientales, caucásicos, personas altas, bajas, obesas y delgadas… Mi local favorito es el quinto a mi derecha. Ahí está ella, tan sensual como siempre. En cuanto me ve pasar me hace una seña con su dedo invitándome a gastar en ella dos horas de mi trabajo en la ciudad. El servicio es básico pero el precio es bastante accesible. No me puedo quejar, nadie lo hace.

 

4:00pm. Regreso a casa más que satisfecho, me siento pleno. Tengo lo que necesito, bueno, casi todo, necesito mi vehículo y ahora también aquel elegante lavamanos. Quizá también requiera cambiar la alfombra, llevo dos meses con ella y Mike acaba de estrenar una; tener mi propia piscina está también en mi lista, requiero al menos cuatrocientas horas en la ciudad para poder comenzarla.

            Los vecinos parecen tener el mismo problema que yo, pasar más tiempo en la ciudad se traduce en menos tiempo para disfrutar del vecindario. Aprovecho el resto de mi tiempo para ver una película, una hora y media es el costo. Acaba apenas cinco minutos antes de la hora de la comida. No tengo invitados, así que no gastaré treinta minutos de trabajo en la ciudad para impresionar a nadie con un menú caro. Tomo una manzana del frutero y le doy una mordida. Como siempre, cuesta trabajo tragar el primer bocado. Quince exactos minutos después la manzana está terminada y yo estoy satisfecho.

            Me quedan sólo quince minutos antes de regresar a trabajar en la ciudad, así que simplemente cierro los ojos e intento descansar. Por suerte nadie está cerca, me verían como a un loco por no hacer nada. A veces me pregunto si realmente somos felices todo el tiempo. El reloj suena, es hora de salir a tomar el autobús. Lo abordo y veo a Mike en el fondo, me indica que vaya con él.

—Excelente día, ¿no?
—Como todos —le respondo con una sonrisa.
El autobús se pone en movimiento, rápidamente toma velocidad. Dos minutos y una leve sacudida después atravesamos el túnel, aquel que une a la ciudad con el vecindario.

 

06:00 horas. Despierto y toso un poco. Nunca me ha gustado el regreso. Los cables en mi cabeza hacen un pequeño clic antes de desprenderse y retraerse. Miro a la plancha de al lado, Mike está recostado, luce igual de serio que siempre, no hay rastro de su característica sonrisa que muestra en el vecindario. Supongo que no es muy feliz, nadie lo es.

            La alarma suena y con ella comienza la rutina. Me pongo de pie y camino detrás de Mike y otras miles de personas hasta la salida. Las frías y altas paredes de metal de nuestra bodega de hormigón y acero parecen ser inmunes al tiempo. Pasamos delante de otro grupo con el que compartimos la bodega, están por almorzar en el vecindario. Lo sé por las largas mangueras transparentes que se introducen en sus bocas y poco a poco vacían el alimento, esa sustancia grisácea que a la vista luce insípida y asquerosa. El primer bocado siempre es el peor.

            Por fin salimos a terreno abierto y comenzamos a dividirnos. Sigo a Mike a la derecha, hacia allá quedan los invernaderos en donde debemos trabajar cultivando los pocos vegetales que la tierra aún nos permite, papas y zanahorias es la cosecha de la temporada.

Tengo un buen empleo, nunca he envidiado a aquellos que trabajan en las minas del oeste. Muchos de ellos enferman rápido. Por fortuna en el invernadero tenemos filtros de aire, cualquier cosa es mejor que permanecer a la intemperie con el aire siempre gris y maloliente impregnándose en todo, incluida la ropa.

 

15:30 horas. Algunos de mis compañeros comienzan a retirarse, Vasthi luce agotada como siempre. Por su parte, Michelle se mira bastante distinta, el contraste de su cabeza rapada —al igual que la de todos— la aleja mucho de la imagen que proyecta en el vecindario con su extravagante cabellera roja.

—Nos vemos del otro lado —me dice Mike antes de retirarse, en sus ojos sólo hay resignación.

            No me pregunta siquiera si también me voy. Le dije que quería ese vehículo y sólo permaneciendo más tiempo aquí podré hacerme con él.

 

17:45 horas. Termino mi jornada agotado y me dirijo hacia el interior de nuestra bodega, el cielo parece indicar que lloverá. Realmente siento pena por la gente de las minas, pero no importa, según sé su vecindario está en una hermosa y cálida playa de esas que existieron hace tiempo en el Caribe.

Un minuto para las seis de la tarde, justo a tiempo. No quisiera perderme mi partido de tenis contra Mike en el vecindario. Me recuesto y respiro profundo, los cables se adhieren a mi cabeza y antes de que pueda siquiera ser consciente del final de mi día, despierto en el vecindario.

Tomo una gran bocanada de aire limpio y me levantó de la cama, no tengo sueño, nunca lo tengo. El brillante sol comienza a asomarse en el horizonte, es hora de comenzar mi día. Me considero afortunado, aunque supongo que todos lo somos; estamos en el mejor lugar, en el mejor de los tiempos.

 

 

Cristian Jhonatan Cadena Gómez

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