De Hiperespacio – Is in the air, for you and me.

Considero razonable suponer que los asuntos tanto en torno a la literatura como a la ciencia son de interés para un público como el de Revista Hiperespacio. Es por ello que reproduzco aquí de modo íntegro un pequeño ensayo aparecido originalmente en mi blog personal.

Las relaciones entre ciencia, tecnología y poder han sido un tema central de la ciencia ficción, que se podría rastrear hasta los mitos antiguos en los que el conocimiento puede llevar a resultados demoníacos. Dicho temor no es de naturaleza mitológica sino brutalmente tangible en el caso de la bomba atómica. Especulo en el siguiente ensayo que el más destructivo artificio tecnológico curiosamente proviene de una búsqueda de conocimiento puro que podría acaso incluso considerarse un parteaguas de la modernidad: el punto en que la física se encuentra (¿o reencuentra?) con la metafísica.

Is in the air, for you and me

Según los gustos, se pueden definir diversos parteaguas de la modernidad, desde el Guernica de Picasso o el mingitorio de Duchamp hasta el Sgt. Pepper de los Beatles. Para mí, el momento más “moderno” del siglo XX fue el congreso de Solvay.
En esa ocasión se reunieron tres generaciones de científicos a discutir por primera vez de forma cuantitativa, la naturaleza de lo “real”, a partir de la noción de átomo, para entonces firmemente establecida desde los experimentos de Madame Curie.

En el congreso se encontraron la propia Curie, Einstein y Planck, representando una visión realista del mundo, junto con Bohr y los entonces muy jóvenes Schrodinger y Heisenberg, quienes cuestionaban la propia existencia de la realidad ¡desde la física!

Este era en el fondo el debate central. Al descubrirse que la radiación atómica consiste en partículas que actúan como ondas (u ondas que son partículas, si se prefiere), y dado que para observar cualquier partícula es necesario emitir algún tipo de onda (como la luz que usamos para ver), entonces resulta que un observador realiza inevitablemente una interferencia con la onda-partícula que observa. Si toda la materia se compone de partículas, entonces toda la materia posee esta dualidad onda-partícula y está por lo tanto sujeta a la interferencia del observador. De aquí puede seguirse una conclusión solipsista que Einstein fue el primero en notar (e inmediatamente oponerse a ella): la realidad física es función del observador, del Yo.

¿Cómo es posible que esta discusión tan elevada haya tenido por consecuencia a la bomba atómica?  La imposibilidad de ofrecer una respuesta clara es lo que en mi opinión vuelve a este período del pensamiento humano tan importante. Muestra cómo los conceptos más abstractos pueden desencadenar los mayores (y muchas veces descontrolados) poderes.

Bohr y Heisenberg, jugando en el mismo bando ideológico durante Solvay, se volvieron enemigos irreconciliables durante la guerra, cuando Heisenberg trabajaba para el programa atómico secreto de Hitler. Su último encuentro ha sido objeto de mucha especulación. En 2002 fueron dadas a conocer las memorias de Bohr sobre el encuentro. Leerlas resulta muy revelador en lo referente a las relaciones entre ciencia, pensamiento y poder.

Las armas atómicas por su parte, ya en manos de los ejércitos, evolucionaron durante todo el siglo XX. El daño que nos han causado no se limita a Hiroshima y Nagasaki. Cada nuevo avance necesitaba ser probado. Estas pruebas, siendo secretas, han dispersado por el mundo cantidades difícilmente cuantificables de radiación dañina, la cual está: en el aire para todos nosotros, como bien dice Kraftwerk en una de sus canciones.

Arturo Berrones.

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