Canto de salvación

La leyenda dice que fue un verano cuando todo ocurrió, nadie nunca supo a ciencia cierta el cómo o por qué, sin embargo, hace doscientos años que se cuenta esta historia y ahora ha llegado mi turno de narrarlo, a ustedes, jóvenes de la aldea.

Me siento muy emocionado de ser yo, Chester Shelly, quien les narre la leyenda del canto que empoderó a nuestra tribu navajo. Comenzaré diciendo que, desde siempre, nuestra tribu ha sido de las más pacíficas en la historia universal, incluso el nombre de nuestra tribu se deriva del cultivo en cauce seco, en fin, el conflicto nunca ha sido una prioridad para los “dané”.

En consecuencia, el canto nocturno de nuestra tribu, es una reverencia que al final del día se hace a los Dioses de la oscuridad, para que velen nuestros sueños, nos den buen cobijo. De igual forma, y como bien saben, ayuda a curar a las personas enfermas, ahuyenta los pensamientos de ansiedad e inquietud, sin importar cuál sea su pena, descansarán significativamente mejor después de haberlo recibido, es un llamado al balance, a la paz, la calma y la serenidad, los astros y los cielos se mueven en mayor tranquilidad cuando se hace la copla, se dibujan los símbolos en la arena, se portan la máscara y el símbolo sagrado, todo para hacer que el universo vuelva a su origen e inicie cada día con el amanecer. Nunca lo olviden.

Si bien nuestra tribu siempre ha convivido en paz, los invasores y conquistadores que llegaron del otro lado del océano no lo fueron, peleamos duro, peleamos fuerte, pero el hombre blanco siempre nos superaba en número y en tecnología, hombres aguerridos y heroicos cayeron de forma irremediable bajo el poder de su avaricia. Al final, no pudimos más y para que no terminaran de exterminarnos, la tribu prefirió doblegarse ante semejante crueldad.

Y nos exiliaron de nuestro propio hogar, a donde “viviéramos en armonía”, dijo el hombre blanco, en realidad era una prisión muy grande y sin barreras, sin embargo, prisión al fin. Pero desde la primera noche que nuestro pueblo llegó, se invocó el canto nocturno, con todo nuestro pesar y amargo sabor de la derrota.

Los años pasaron, y no obstante la tristeza y el dolor de tan grandes pérdidas, cada noche los “danés” emitían el canto nocturno, alabando el universo, dibujando los símbolos en la arena, portando la máscara y el símbolo sagrado, haciendo morir en paz el día y permitiendo uno nuevo nacer.

Fue así por décadas y décadas.

Hasta que una cálida mañana de verano, invitaron al jefe de la tribu a participar a un proyecto gigantesco del hombre blanco, emprenderían el vuelo a través de las estrellas mediante estrellas no naturales hechas por su mano, para conocer que hay más allá de estos cielos y estos luceros. Y al solicitarle a nuestro líder lo que más desearía transmitir al universo, de manera obvia, dijo: “el canto nocturno”.

Así fue como el jefe de la tribu y doce elegidos más emitieron aquel cántico, quedando registrado en el dispositivo intergaláctico para la eternidad. Y una vez más, en cuanto ya no les fueron útiles al hombre blanco, los regresaron a nuestra “nación” a proseguir con sus vidas.

La estrella “viajera” navegó y navegó durante muchos soles y muchas lunas, y nosotros al final de cada día, emitimos el canto nocturno en alabanza a la luz que concluye y el alba de cada jornada.

Y en cada día no vimos el futuro más allá que el de la caminata del nuevo despertar sin más anhelos que vernos el uno al otro, sentir como el espíritu seguía dentro de nosotros, no más sonrisas, no más llanto, simplemente existir. Pero al caer la oscuridad, siempre se cantaba la tonada que nos mantenía erguidos, que nos hacia morir y renacer bajo la luna.

Pero como siempre ocurre, la bondad de nuestros dioses no se hace esperar, con paciencia, humildad y abnegación esperamos, oramos y cantamos todos los días aguardando el momento para que nuestro pueblo por fin estuviera en paz y convivencia con el universo.

Fue así como un buen día nuestros hermanos Sojavan de la galaxia de Andrómeda durante su viaje estelar se toparon con aquella estrella no natural, leyendo en el idioma del hombre blanco en su cubierta “Voyager”, escucharon y leyeron todo el contenido que encontraron y de todos los mensajes, de todos los sonidos y toda la esencia que transmitía el satélite, lo único que reconocieron en su propio lenguaje fue el canto nocturno.

Y al darse cuenta de ello, se regocijaron, sonrieron y celebraron a sus dioses, al descubrir que su búsqueda por el cosmos para encontrar otros hermanos había concluido. Transmitieron esta noticia a toda su civilización, y una vez que determinaron las coordenadas de ubicación del origen del peculiar artefacto, se dispusieron a llegar a este.

Una vez que llegaron a su destino, aquella inmensa alegría con la que recibieron en un primer momento la noticia, desapareció por completo al percatarse, no sólo del hecho que sus hermanos no eran los gobernantes, sino que además estaban sometidos por la mano del hombre blanco, quien nunca permitiría aceptar un cambio en la dominación de nuestro planeta tierra.

Pasaron días y noches muy particulares a continuación, nuestros hermanos Sojavan destruyeron todo vestigio de cualquier civilización diferente a los Navajos, mientras en nuestra nación, cada día, al final del atardecer emitíamos el canto nocturno para que la jornada y los espíritus ambulantes terminaran en paz y renacieran a la mañana siguiente con el alba.

Una vez que concluyó la batalla, nuestros hermanos Sojavan nos entregaron no sólo nuestras tierras, sino el planeta entero a nuestros pies, revelaron los más grandes secretos del universo, conocimos otros hermanos celestiales y mostraron a nuestros dioses, que evidentemente eran los suyos también.

Y al final de la enseñanza, así como de cada día desde siempre, todos los hermanos Sojavan y Navajos terrestres y extraterrestres emitimos el canto nocturno, usamos la máscara sagrada y dibujamos las figuras en la arena, para que la mañana renaciera y nos mostrara las bondades de los dioses y el universo.

 

Miguel Angel Borjas Polanco

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