«Grandpa shark, doo doo doo doo doo doo
Grandpa shark, doo doo doo doo doo doo
Grandpa shark!»
Pink Fong.
Era 1975 aún no existía la macroplaza y aún existía el cine Olimpia. Me llevan a ver la película de Tiburón siendo un mocoso y me daba miedo. Lo reconozco, iba todo miedoso al cine. Me daba miedo saber que iba a ver un tiburón que se comía gente, y presenciar aquello en una sala oscura con una música espeluznante… honestamente me tapaba los ojos. Pero ahí me tenías viendo, más bien oyendo, una de las primeras obras maestras de Steve Spilberg.
¿Obra maestra? Sí. Definitivamente sí. El género de terror recibió una cátedra de este director. Vayamos por partes dijo el Baby Shark.
Desde la primera escena el jovenzuelo Steve nos deja ver la mano que mece la cuna: Te plantea un escenario, te sugiere un acontecimiento, juega genial con la perspectiva subjetiva (y submarina) de la cámara y deja al otro maestro, John Williams, hacer su trabajo. Y nunca te enseña el monstruo. Eso es terror del bueno.
Cabe hacer un distingo aprendido de mi coeditor, Abraham Martínez, entre terror y horror. Básicamente el horror incluye elementos sobrenaturales, hola, Poe, hola, Lovecraft. A diferencia del terror que sólo incluye elementos reales, en este caso un tiburón, en otros casos un asesino psicópata, hola, señor Meyers. Aclarado el punto continuamos.
Jaws es la historia de un policía citadino en un pueblito marítimo que vive del turismo, muy cerca del cuatro de julio, gringa la película después de todo, que empieza a sufrir ataques de tiburón y que ve amenazada su celebración y todo el dinerillo que ello pueda implicar.
Es la historia de una minoría rapaz, bien raro, que no quiere ver afectados sus intereses monetarios por culpa de un tiburoncillo hambriento y un policía citadino que se siente como pez fuera del agua por lo que logran convencerlo de no cerrar las playas.
Es la historia de un oceanógrafo tiburonofílico que tiene mucho dinero para estudiarlos y darse esos pequeños lujos. Un Ironman marítimo.
Y por último es la historia de un pescador, ex marino, que trae una rencilla añeja con los tiburones en general.
Una víctima inocente más, un niñito que disfrutaba de la playa no cerrada, muere a mandíbulas del protagonista de la cinta. Eso detona: la culpa del alcalde convenenciero y el policía mangoneado y una cacería de tiburones a manos de los locales.
El resultado de dicha cacería es la muerte de un inocente… tiburón. Muy al estilo en que gringolandia arregla sus problemas: la muerte. Te diría que le preguntes a Osama Bin Laden o a Sadam Husein o a los bisontes o los indios americanos pero ya no están aquí para darme la razón. El pueblo orondo mostrando a la víctima. Has de cuenta algún pueblito perdido en Puebla. El policía está feliz, el alcalde contento y el pueblo eufórico. La mamá del niño muerto no, y el oceanógrafo nada convencido de tener al asesino. Para probarlo le abren el estómago al tiburón capturado y, ya en 1975, vemos sacar de su interior una placa de auto y una lata grande de conservas. Si les mostráramos a aquellos inocentes lo que nosotros encontramos en el interior de aves y demás habitantes marinos se morirían de vergüenza. Al menos debería…mos. Todo lo anterior da como resultado el montar en un bote casi chatarra propiedad del ex marino, al policía y el oceanógrafo para darle caza al depredador de los mares.
Lo que sigue es una maestría de actuaciones, dirección, música y cine. Al presenciar la persecución nos enteramos del pasado de tres de los cazadores. El ex marino, ahora pescador casi casi alcohólico, cuenta su historia de sobrevivencia en la guerra y en el mar. El oceanógrafo, que por cierto veríamos un par de años después en el siguiente éxito de Spilberg: Encuentros cercanos del tercer tipo, sí a Richard Dreyfuss, nos presume sus cicatrices y conocimientos del mar. El tiburón su fuerza e inteligencia.
«Tiburón a la vista, bañista».
Hasta aquí, casi la mitad de la película, no hemos visto gran cosa del tiburón, su aletita de lejos si acaso. En esta parte el director nos lo muestra en escenas brevísimas pero geniales, como cuando el policía tira la carnada al mar sin darse cuenta que casi casi se la da en el hocico al tiburón, haciéndole sugerir al capitán que necesitan un bote más grande.
Eso es lo genial en el manejo del terror/horror, no mostrar, sugerir, no contar, crear atmósferas. Gracias, Steve.
El claustrofóbico escenario, el bote en medio del mar, (o el Nostromo en medio del espacio en Alien), es un recurso muy bien aprovechado por el director para hablarnos de la fragilidad humana del hombre contra la naturaleza. Poco a poco vemos a los humanos ir perdiendo la batalla contra la inteligencia y superioridad física de la bestia.
También nos enteramos del pleito personal del capitán contra el tiburón: aquel destruye la radio para evitar que el policía pida ayuda. No sé, me recordó mucho al capitán Ahab en el Pequod para mayores señas.
El final de la película es épico y no te lo voy a contar. Ve a verla o a volver a verla. Extrañarás la sala de cine pero no esa tensión dramática acicateada por los acordes del buen Williams.
Si gustas del terror esta es una obra excepcional.
¿Por qué el epígrafe del Granpa Shark, doo doo doo doo doo doo?
Porque esta cinta ya tiene casi medio siglo.
No saques cuentas.
Doo doo doo doo doo doo.
That´s a bad hat, Harry.
(Cierre de los créditos en Dr. House).
Samuel Carvajal Rangel