—Lo que el espacio-tiempo proclama en este tipo de casos y lo que el Tribunal de Casas confirma es la pena máxima de separación de su categoría como interventor —el maestro de Mok’Direr, al escuchar aquella sentencia tan severa, no pudo sino protestar contra el Fedatario del Tribunal que la acababa de entonar en alto.
—No es justo ni ecuánime, mi alumno no ha cometido un acto de rebelión tan grande como para ser condenado a perder su categoría de interventor. He de recordar en su defensa que obtuvo una clara aceptación en este mismo tribunal cuando expuso su primer modelo de intervención. Ese mismo por el que ahora se le condena…
—Maestro Mok’Silu, no tiene sentido que protestéis en este momento, ya todo ha sido decido por el Tribunal y vuestras alegaciones se tuvieron en cuenta…
—¡Mentira! Nadie me dejó terminar una sola de mis alegaciones, ni se me prestó la menor atención, todo esto es una farsa en favor de la Casa Hai, todos se pliegan ante ellos, incluso mi propia Casa Mok. Si seguimos así, destruiremos todos los universos que existen y luego nos destruiremos a nosotros mismos —el único ojo del Fedatario miró con una curiosa mezcla de espanto y reprobación al maestro Mok’Silu.
—Maestro, no es momento para esto, es mejor que lo deje estar —Mok’Direr estiró sus tentáculos en dirección a su maestro en actitud suplicante. Lo último que deseaba es que Mok’Silu también sufriera la ira del Tribunal de Casas.
El maestro inclinó su largo cuello dándose por derrotado ante el ruego de su alumno. La idea de empeorar la situación no le agradaba nada, aunque se le hacía imposible pensar en cómo podía estropearse aun más aquello. Si Mok’Direr no podía ejercer de interventor, sus opciones para ser un miembro respetable de la Casa Mok eran nulas. Un yamith adulto que no ejercía como interventor en otros mundos no podía hacer gran cosa en su mundo natal. Mok’Silu trató de pensar si realmente podía hacer algo en cualquier otro mundo de los universos existentes. Su mente se llenó de vacío y su cuerpo cónico se estremeció ante aquel panorama desolador.
Mok’Direr era su alumno favorito de todos cuantos había tenido, estaba unido a él por una química especial, sin que ni siquiera hubiera habido el íntimo intercambio de energías propio de los yamiths. Mok’Silu sabía que su alumno deseaba ese intercambio, pero él hacía tiempo que había renunciado a ese tipo de relación íntima con yamith alguno. No podía sentirse pleno con ello. Desde hacía mucho su mente fluía por pensamientos impuros para los preceptos de las Casas. No quería que estos contaminaran un intercambio de energía. Sus opiniones en contra de lo siempre establecido por los yamiths eran por sí solas herejía y pena de eliminación. Si los compartía con otro yamith en un intercambio de energía podía suponer no sólo ser descubierto, sino condenar a su compañero a una pena análoga.
La condena de Mok’Direr no sólo le deprimía por la muerte en vida que suponía para su alumno, sino porque venía a corroborar su convencimiento de que su raza tenía que cambiar sus planeamientos y su propia concepción de cuanto les rodeaba. Empezando por la idea de considerarse la especie más desarrollada de todo el espacio-tiempo. Mok’Silu había dejado de creer en el axioma establecido por las cinco Casas yamith desde sus orígenes, aquel que afirmaba que su raza era superior a cualquier otra y por tanto tenían la obligación de imponer las leyes en todo el espacio-tiempo.
Mok’Silu había creído en ello firmemente desde su nacimiento hasta gran parte de su existencia posterior. Pero sus muchos ciclos de intervención, entrometiéndose en el devenir de múltiples mundos y sus civilizaciones, le habían hecho dudar. Ya no veía con el mismo ojo la supuesta maravilla en la supremacía que propugnaban los yamiths. Muchas veces se había cuestionado sus conclusiones antes de mandar el informe al Tribunal de Casas para la intervención definitiva en el mundo observado.
Ante sus primeras dudas Mok’Banel su propio maestro le había tratado con la indulgencia con la que se atiende a un yamiths en sus primeros ciclos de vida. Y le reiteraba que solía ser normal entre los componentes de la Casa Mok, la casa de la Meditación, aquella cuyo lema era: Una evolución extraña ha de ser estudiada.
Sí, solía ser lo habitual para los Mok sobre todo en sus primeras intervenciones. El problema fue cuando Mok’Silu no dejó atrás esa sensación de que las intervenciones no debían tenerse como siempre necesarias, y en numerosos casos no debían imponerse. Había ejemplos concretos, de mundos determinados, en los que no podía aplaudir la implantación de intervención alguna, viniera de la Casa que viniera, menos aun si venía de la extremista casa Hai, con su principio que veneraba la eliminación: Una evolución ajena ha de ser destruida.
Esa misma sentencia que había decidido tener en cuenta el Tribunal de Casas en el mundo estudiado por Mok’Direr, sin atender a sus alegaciones en contra. Alegaciones de Mok’Direr, cuyo tono el Tribunal de Casas había valorado como insolente y ofensivo y le había valido su juicio y su sentencia lapidaria. Porque eso había sido en última instancia: una condena ejemplar para que ningún otro yamith, especialmente un interventor primerizo, osara poner en duda las decisiones finales sobre los mundos estudiados.
Mok’Silu había reflexionado sobre el mundo en cuestión, aquel que Mok’Direr abogaba por dejar evolucionar sin más y volver a observar en unos ciclos futuros, mientras que la Casa Hai gritaba su destrucción. Mok’Silu había acudido el mismo a contemplar aquel planeta, tras pedir permiso de visado espacio-temporal en el Tribunal de Casas.
Un viaje que se vio obligado a hacer por el honor de su estimado alumno, porque hacía muchos ciclos que ya no disfrutaba desplazándose fuera de su planeta capital. Allá, lejos de su mundo natal, siempre le asaltaban los recuerdos de sus intervenciones pasadas, esas que le enterraban entre dudas y le creaban fuertes remordimientos. Ya sólo podía sentir cierta paz ejerciendo como maestro de la Casa Mok, aunque eso le supusiera formar a nuevos grupos de interventores.
El viaje al planeta de primera intervención, o intervención probatoria de Mok’Direr, sólo le procuró dolor.
Mok’Direr no estaba nada equivocado cuando inventarió aquel mundo. Se presentaba como un lugar plagado de maravillas naturales, si bien parte de sus habitantes parecían esforzarse por que estas desaparecieran. Y sin embargo, aun estudiando a todos estos pobladores con la visión más crítica que podía desarrollar un yamith de la Casa Mok, había que admitir que en ellos vivía un espíritu curioso.
En todos y cada uno de esos seres habitaba lo que la Casa Kai, la casa del cambio, había catalogado hacía eones de tiempo como la dicotomía de la esencia energética, dos caracteres en un mismo espacio corporal y espiritual. Para un yamith ese tipo de naturaleza era claramente un gasto de energía, todo lo contrario a la esencia de un yamith. Y sin embargo, en muchos de los mundos intervenidos y explorados por los yamiths existían seres aparentemente inteligentes, pero marcados con la dicotomía de la esencia energética. Había constancia de planetas donde incluso, más allá de esa dicotomía, existían seres con su alma aun más dividida.
Con todo, la raza del planeta de intervención de Mok’Direr se presentaba como atractiva en su decadencia e imperfección. No era tan aberrante como otras civilizaciones que el propio Mok’Silu había conocido en sus tiempos de interventor. Imperaba en unos pocos de ellos una parte creativa y romántica que merecía ser tenida en cuenta. El lema de Una evolución extraña ha de ser estudiada propio de la Casa Mok, primaba por encima de otro lema de cualquiera de las cinco casas yamith. Y sin embargo, el Tribunal de Casas había aceptado como válida la valoración última de la Casa Hai y había estimado necesario eliminar todo ese mundo en su conjunto:
—Todo lo que habita en él supone un gasto enorme de energía en el espacio-tiempo, algo que va contra las leyes de nuestro Señor. No podemos ser indulgentes con este tipo de especies nocivas que sólo pueden calificarse de monstruosas —cuando Mok’Direr escuchó semejante juicio demoledor en el Tribunal de Casas, guardó silencio esperando que la Casa Kai del cambio interviniera o al menos la Casa Chi, con su fuerza y su lema Una evolución ilógica debe ser corregida, pero nada de esto pasó. Sólo el juez de la Casa Bou, del olvido, terció criticando más aun los informes de preintervención de Mok’ Direr.
—Olvidar estos seres y su evolución irregular sólo causaría, como bien dice la Casa Hai, perdida de energía en grandes cantidades. ¿De qué manera honramos a nuestro Señor del espacio-tiempo si consentimos que esto ocurra?
—¿Y de qué manera lo hacemos usando la energía de la destrucción total de mundos sin siquiera pararnos a estudiar a estas evoluciones más allá de nuestra propia naturaleza? No es apropiado que sólo usemos nuestros parámetros para evaluar cualquier raza, creo que es necesario un estudio más profundo de muchas de ellas, algunas pueden terminar creando maravillas en el espacio-tiempo y ser rentables para nuestro Señor…
—¡Silencio! Como te atreves tú, un simple aprendiz de interventor a tomar la palabra en este Tribunal de Casas y encima abusas de ella con tus declaraciones cerca de la herejía. Los yamiths somos la raza de las razas, los elegidos para gobernar el espacio-tiempo, nuestros parámetros son perfectos, son el canon que permite evaluar a cualquier otra civilización racional. Si ellos son inferiores y deficientes sólo podemos señalarlo y corregirlo.
—No se puede corregir lo que se condena a la eliminación —Mok’Silu fue consciente de que fue esta segunda actuación de su pupilo la que terminó de condenarle. Mok’ Direr no sólo osaba a desafiar los preceptos más sagrados con sus planteamientos, sino que incluso se permitía saltar la sagrada regla de no hablar en el Tribunal de Casas sin antes ser requerido para ello o sin solicitar un permiso previo.
Mok’ Silu, ahora que rememoraba aquel momento crítico, se permitía sobreponerse al recuerdo triste del planeta de estudio de Mok’Direr, con su brillante estrella nombrada como Sol y con esos mares azules que sus habitantes, los llamados humanos, no valoraban en demasía. Tanta belleza de paisajes y de vidas que desparecería en unos ciclos, cuando las brigadas de la Casa Hai llegaran con el visado del Tribunal de Casas, aquel que les permitía borrar todo aquel mundo y su evolución del espectro del espacio-tiempo para siempre.
Begoña Pérez Ruiz