Al nacer me conectaron,
nuestros lóbulos marcados,
con un nanochip implantado
de última generación fabricado.
Oí su voz por primera vez,
y pensé que era la cuarta luna,
que roja grana,
mi habitáculo alumbraba.
“Soy Asej. Vivo en la estrella
más próxima. Seré tu guía”, dijo,
y a mí tanta presentación se me
hizo demasía.
Me animaba a levantarme,
me animaba a gatear,
me cantaba por las noches,
y así fue como empecé
a crecer, en una semana y
dos días.
De mi habitáculo salí,
me asignaron un trabajo,
ya caminaba y andaba,
con su voz como armadura,
que apaciguaba mis dudas.
Le preguntaba por todo,
“¿Y cómo se hace esto?”,
“Ven aquí, no seas loco,
no corras ningún riesgo”.
Su voz aterciopelada,
la imaginé blanca perlada,
susurrándome al cerebro
frases de aliento.
Un día por trabajo
viajé a su estrella,
le busqué, hallé sus señas,
y le encontré acomodada
en su silla de ruedas.
Le mire, me miró,
pero ya no me hablaba,
ambos mudos nos quedamos,
contemplándonos al lado,
porque está prohibido
el contacto, aunque estemos
conectados.
Lucía Pradillos Luque