Sin palabras – 2 de 2

Agnes frunció el ceño pero lo dejó pasar, supuso que eran diferentes culturas y quizá en Antártida ser rudo no era necesariamente malo.
—Supongo…
—Será mejor que nos pongamos a trabajar, vamos a mi oficina. Matuah, ayuda a nuestra invitada con sus cosas —el niño albino se apresuró a tomar la bolsa y la escoba de Agnes, ella le miró un poco extrañada.
—¿Él es…?
—Es Mathua, mi sirviente —se había vuelto un tanto predecible que interrumpiera a Agnes.

La joven bruja buscó la mirada de Mathua pero este la evitaba. Se encaminaron hasta la ostentosa oficina de la bruja de Antártida, era una habitación grande y espaciosa, repleta de frascos, libros, pinturas y fotografías. Al centro había un escritorio de roble y dos sillas con cojines de terciopelo rojo. Agnes y la bruja tomaron asiento, Mathua se mantuvo de pie junto a la puerta.
—Bien, hablemos de negocios —hizo una corta pausa escudriñando a Agnes con la mirada—. Verás, lo que has venido a hacer aquí es realmente importante, estarás contribuyendo a hacer un mundo mejor —no quitaba sus ojos de la joven bruja.

Agnes no tenía pensado decir palabra alguna hasta escuchar por completo el trabajo que iba a realizar.

—Antes te daré una breve introducción acerca de mí. Yo formaba parte del círculo de brujas supremas, ya sabes, las que deciden qué pasa con cada persona y su alrededor. Mis ideales era un tanto… diferentes al resto y decidieron que lo mejor para todo el mundo era excluirme del mundo entero, mandarme a un lugar desolado, habitado por animales en su totalidad —para este punto su voz se había tornado furiosa—. Me arrojaron a este frío lugar, hechizaron todo el perímetro para que nadie pudiera usar sus poderes a no ser a base de pociones; tuve que arreglármelas por más de un siglo, creé mis propias pociones desde cero —su tono se aceleraba—. ¿Por qué me exiliaron? Quizá te preguntes eso —suspiró—. Estando en el peldaño más alto de la sociedad me di cuenta de muchos horrores, vi cosas que nadie jamás podrá ver, cosas que podrían volver loco a cualquiera. Pude ver la crueldad a manos de mis compañeras y cómo ninguna se inmutaba. Se comportaban como bestias. Me harté de eso ¿sabes? —Agnes no estaba segura si debía contestar a aquello—. Así que les propuse una solución, una que lograra restablecer el orden y la pureza del mundo que conocí alguna vez —Agnes comenzó a sentirse incomoda—. Amo a los animales, son seres de buen corazón, ellos no lastiman a sus semejantes por gusto. Ellos entienden lo que es vivir. Tienen mejores valores que nosotros y ni siquiera saben lo que es un valor.

Se recargó en la mesa tomando una pose de profundo interés. —Ahora imagina un mundo poblado por animales, me refiero a animales con el razonamiento que poseemos nosotros, convertirlos en seres pensantes como tú y como yo. Los seres que poblamos la tierra ahora serían estorbos, ellos deberían ser los animales. ¿Entiendes? Siempre dicen cosas como “te comportas como animal”. Siendo que los roles están totalmente invertidos. Es momento que las verdaderas bestias tomen su lugar —se recargó de nuevo en su silla, dando por terminada su explicación.

Agnes la miraba con los ojos bien abiertos, de pronto se sintió en peligro pero la mirada de la bruja era tranquila. Tragó saliva y se dispuso a hablar finalmente. —¿Cómo sabe que funcionará?
—¿Ves a Mathua? —ambas dirigieron su mirada al pequeño—. Él fue mi primer sujeto. Dado que no me es posible usar mi magia, logre inventar un artefacto tecnológico que convierte a cualquier animal en un ser humano. Tuve que estudiar mucho. Mathua es el resultado de cientos de experimentos fallidos. Pero ahora, vaya que funciona. Es allí donde entras tú, quiero que extiendas mi palabra y que lleves mi máquina al mundo exterior, pues yo no puedo abandonar este lugar.

Agnes miró estupefacta a Mathua, no podía creer lo que sus ojos le mostraban, su mente comenzó a hacer conjeturas.  —La osa que nos perseguía…
—Es la madre biológica de Mathua, por lo regular se pasea por aquí todos los días. Nunca se cansa. Es la única que ha persistido de esta manera.

La joven bruja no pudo sentir otra cosa que no fuera disgusto. La habitación se quedó en silencio por un largo rato.

—Entonces, ¿aceptas el trabajo? —preguntó la bruja de Antártida con una mirada difícil de descifrar.
Agnes aceptó después de hacer un corto análisis de la situación.
—Iniciarás de inmediato. Te llevare a la sala de invenciones.
La llevó directamente a la sala, un lugar tan grande y repleto de frascos con etiquetas en varios idiomas.
Agnes comenzó a realizar un plan. La bruja caminaba frente a ella mientras le platicaba cosas sobre el futuro que soñaba y lo feliz que estaba de encontrar a alguien que entendiera su visión. Agnes se detuvo en seco cuando estuvieron bien internadas en la sala, se dio media vuelta y corrió lo más rápido que pudo a la puerta. La bruja intento detenerla, pero su vestido gigante no le permitía mucha rapidez. Cuando Agnes alcanzó la puerta la bruja apenas había logrado avanzar un par de metros. Antes de cerrar la puerta Agnes vio la cara de la bruja de Antártida, cómo su rostro se descomponía ante el fracaso. Cerró la puerta de golpe, puso el tablón que la aseguraba y movió un estante pesado bloqueando la puerta.
La joven bruja no se detuvo ni un segundo, corrió hasta encontrar a Mathua y lo tomó del brazo, ambos escaparon del castillo. A fuera estaba la osa polar, al principio Agnes sintió miedo, pero trató de disiparlo. Mathua se acercó a la osa polar, esta lo olfateo, reconociéndolo. De inmediato trato de atacar a Agnes pero Mathua la detuvo plantándose frente a ella. Agnes tomó su bolsa y vacío por completo su contenido. Miró los frascos, trató de pensar rápido y recordar los conjuros, pero no recordaba ninguno que tuviese que ver con devolver la forma animal a un ser convertido en humano. Se sintió impotente, sus ojos se llenaron de lágrimas cuando se dio cuenta que le sería imposible crear un antídoto. Dejó de remover los frascos y se cubrió la cara. Permaneció allí unos minutos, sollozando y lamentándose, entonces sintió una mano en su hombro, apartó su rostro de las manos y miró al niño albino que la veía con compasión.

—Intentaste ayudarme —Mathua podía hablar para sorpresa de Agnes—. Gracias, ahora debes marcharte.

La joven bruja le miró y encontró consuelo en su mirada, vio a la osa y a su cría juntas; estaba segura que ellos no volverían separarse. Se levantó y se despidió de ellos. Logró hacer un conjuro gracias a las pociones, abriendo un portal que la condujese a su hogar. Lo último que vio fue a la osa polar y a Mathua, sintió tristeza porque no podrían comunicarse de nuevo, pero entonces se dio cuenta que el habla no era la única manera de comunicarse. Atravesó el portal. Aterrizó en su hogar, vio sus pertenencias y notó un bulto extraño, cuando lo revisó, ante sus ojos aparecieron 30,000 peniques.

 

 

Xyhomara Guadalupe González Terrazas

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