Sus ojos lacerados por la luz habían perdido la quietud, el blanco se hizo rojo y algo quedó clarísimo: él y ella sabían cómo herirse.
¿Cómo se siente la maternidad? El amor más grande, unión pura, dicen. Pero si es como aquello que vi en sus ojos, qué pena.
Soy algo así como un vientre transparente, ahí llevo a madre, mi abuela, a mi hermana, todos aquellos del antes y después. Llevo en mí también las noches en vela por una carita asustada, los besos en la frente, los cuentos bajo las sábanas. No me olvido de sangre y lágrimas que nutren esta semilla. Queda en mí la reminiscencia de aquellos piesitos que no vieron luz, de un sueño interrumpido miles de veces; trozos de espejo, historias a medias… el telar está defectuoso no puedo tejerlas.
Nos dijeron que valía la pena, que toda esta confusión valdría algo más que el dolor.
La piel se estira, también las ganas y la valía.
Soy ese gramo de nada, ese silencio prácticamente inexistente que se esconde en la esquina izquierda de tu cama, la gota de tinta que rellenó sus cuadernos donde prometió que lo arreglaría todo. “Él cambiará, algún día… sí. Un día entenderá”. Y lo único que cambia son los rostros, los tiempos pero la historia se mantiene, como sucede con las ruinas, siempre hay quien quiera repararlas seguro de apreciar su belleza pero aquel aprecio dura poco y las grietas se hacen más profundas.
Cuando te lesionas una uña a veces cae, otras permanece ahí, cuando tus huesos se rompen aun luego de sanar queda la cicatriz como testimonio del pasado, así queda también en un rincón húmedo y poco iluminado, se resguardan los recuerdos compartidos cuando fuiste otra, otra muchas hoy son tú. Por ello sé qué se siente, por lo menos una vez sentir qué sin importar, el pasado, los resultados inesperados, sus ojos que son en parte tuyos pero más despiertos, te hacen saber, estás donde deberías estar.
En ocasiones, más de las que se pueden admitir, llegan esas malditas ganas de no levantarte de la cama, desaparecer del mundo al menos un momento y poder ser un humano como cualquiera, sin tener que sobreponerte mágicamente porque mil cosas o un par de personitas dependen de que continúes con esa labor sin días feriados, vacaciones o jubilación. Porque nunca te dijeron que luego de la casi infinita espera de nueve meses (parecía serlo) te sentirías extraviada en un cuerpo al que le sobran capas, que te conviertes en una exótica cebolla: a veces apesta, luego lloras de la nada, todo está cubierto, escondido en quién sabe donde, ya no eres nada de lo que eras antes, de pasar por ese umbral y traer un pedazo de ti, de tu carne, sueños y lágrimas a esta tierra de contrastes. Nadie te dijo cómo es que el parto es un alumbramiento no sólo para el bebé sino para ti también, tu mente se convierte en un almacén de información que no ignorabas poseer, comprendes lenguajes casi extraterrestres entre silencios, llantos y balbuceos; tus periodos de sueño y vigilia se trastocan de modo que ya no puedes distinguirlos no importa el grosor de las paredes o los resortes asesinos de tu viejo colchón, el más leve ruido te despierta y cinco segundos son suficientes para caer en los brazos de Morfeo. Entiendes la magia porque la ves en sus ojos, en su piel que antes eran algo tan pequeño, parecía no existir y hoy te parecen el mapa del universo.
Luego recuerdas, un agujero negro te succiona y ves, no importa nada, eres, él/ella existe y eso basta.
Gracias a todas.
Paulina Navarro
Así es la maternidad, un mapa desconocido, un plano donde no conoces la coordenadas y vas orientándote a tientas. Muy bueno Paulina! Pausado el ritmo pero preciso en cada una de las ideas. Gracias por compartir!
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