Un gran personaje,
glotón y elegante
con sombrero y traje,
entró a un restaurante.
Clamó Don Bigotes
con extremo apuro:
—Deme dos ratones
para el desayuno.
El mesero dijo
al cliente gatuno,
lo lamento, amigo,
pero no hay ninguno.
—¿Pues qué tiene usted?
—Deje le pregunto
al bueno del chef.
—No tarde un segundo
yo le pediré.
Cuando regresó
cordial contestó:
Tenemos lechita
echada a perder,
croquetas que irritan
las panzas de gato,
y una cosa frita
que sabe a zapato.
Algo el chef cocina
que parece un trapo,
sabe a medicina
con baba de sapo.
Bigotes pensaba
¿pues qué comeré?,
su gordita pata
se puso a lamer.
De repente dijo:
—¿Y cuál es el nombre
del bueno del chef
que a un gato con hambre
no quiere atender?
—Don Ratón Edmundo,
es el cocinero,
el mejor del mundo
por su mucho esmero.
—Óigame, mesero,
tengo mucha hambre,
se hará pronto feo
mi hermoso pelambre.
Diga a Don Ratón
que si no me manda
una buena ración
de comida blanda
me iré enseguida
de aquí a la cocina
a comérmelo a él,
sabroso pastel.
El hombre asustado
corriendo se fue,
regresó con caldo
y un rico bistec.
De postre llevó
una gris galleta;
de un gordo ratón
era su silueta.
—El chef mandó esta,
que para el antojo,
aunque ya a la puerta
le puso cerrojo.
Bigotes comió
con pose de rey,
luego agradeció,
¡contento se fue!
Mas no sin decir:
—Oh, felicidades,
diga al Ratoncín
que no me esperaba
tan rico festín.
Lo voy, nada ingrato,
a recomendar
con todos los gatos
de esta ciudad.
Don Patotas
Miau Miau. 😼😼😼😼😼
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